El “Liguria”: origen de una impostura patrimonial paraestatal
Por Sebastián Sepúlveda Manterola, Sociólogo de la Universidad de Chile.
El presente artículo es un borrador para difusión de una investigación académica en curso de mayor extensión y profundidad. Dado el formato de columna se omiten, dentro de lo posible, referencias bibliográficas.
Impostura.
(Del lat. impostūra).
– Fingimiento o engaño con apariencia de verdad. Engaño que comete la persona que se hace pasar por otra persona o que dice tener unos conocimientos, capacitación o cargo que no posee en realidad. (Real Academia Española de la Lengua).
– Falta a la verdad que se comete cuando se hace creer a una persona algo que en realidad es mentira para obtener un beneficio. Engaño. (Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. 2007. Larousse Editorial, S.L.).
Parte I: Introducción
Se ha transformado en un lugar común hablar del “clásico”, “antiguo” y/o “tradicional” “Bar Restaurant Liguria” de Providencia en Santiago. Basta mirar internet para encontrarse con cientos de páginas hablando de estos atributos (“El clásico Bar Liguria debutará en el Barrio Lastarria”) y cada fin de semana son miles los jóvenes que asisten a este bar restaurant pensando que es uno de los pocos lugares de Santiago en donde presencian historia, patrimonio, identidad y vida republicana.
Sin embargo, extrañamente, poco se sabe de su real origen. La falta del típico “desde (año XXXX)” que se encuentra en todos los lugares realmente tradicionales, antiguos y clásicos inicia la sospecha. Encontrar en internet su fecha de inauguración es difícil sino imposible. Afortunadamente un reportaje reciente en la prensa nacional devela el misterio. (Entrevista publicada en la revista “El Sábado” a Marcelo Cicali, dueño del Bar Liguria)
La verdad es que el “clásico y tradicional” “Liguria” de Providencia con Manuel Montt se inauguró el año 1992. Este dato que aparece como algo anecdótico es fundamental en términos del debate sobre el patrimonio nacional chileno. ¿Por qué tanto misterio y relevancia? Porque tras ello se oculta uno de los temas más interesantes de la configuración cultural del Chile actual. No es un dato menor, es el punto de inflexión de una nueva concepción de “lo histórico”, “lo antiguo”, “lo tradicional” y “digno de ser preservado” que será trascendental en la definición de lo que se entiende por “patrimonial” desde los años 90 y la impostura patrimonial que traza el devenir cultural de nuestro país desde entonces.
¿Cómo un lugar de tan sólo 20 años se ha insertado en el inconsciente colectivo santiaguino y/o nacional como un lugar “tradicional”, “clásico” y “antiguo”? ¿Qué consecuencias tiene esto para la configuración de la cultura nacional y su visión patrimonial?
El origen de la impostura patrimonial
A comienzos de los 90 Chile experimentaba agudos cambios. Un cambio de régimen de las elites políticas, una creciente incorporación al proceso de globalización y su vorágine de cambios socioculturales y económicos y un consenso extendido respecto de que el sistema económico neoliberal, impuesto por la fuerza desde 1975, no se iba a modificar mayormente en la nueva etapa democrática. La economía sería el eje del consenso y de la transición pactada con los militares. Los crecientes ingresos, amén de su profunda desigualdad aparejada, en el contexto de un país en crecimiento y la extensión del consumo, marcarían una nueva etapa de profundización del modelo económico.
En este sentido, la hegemonía de un sistema económico, político y social depende de un consenso en torno a un orden normativo que le brinde legitimidad, es decir, de la apropiación y aceptación efectiva por parte de la comunidad de una estructura de clases, una escala de valores, modos de vida y modelos culturales. De ahí la eficacia y el rol central que tiene la cultura y, según veremos, el “patrimonio cultural nacional” como dispositivos de dominación e imposición.
En este sentido, el Bar Restaurant “Liguria” representó en los 90’ el ícono simbólico de esta nueva “cultura nacional”. En términos económicos, las tradicionales clases sociales chilenas, que fueron centrales en la configuración de la identidad individual y colectiva de gran parte del siglo XX, basaban su lógica en el ahorro como medio de obtención de bienes materiales durables. La “casa propia” era el gran objetivo que generaba identidad y pertenencia. El nuevo proyecto de sociedad, basado en los valores del mercado y su conveniente nueva categoría social de estratos socioeconómicos, requería promover un narcisismo nunca satisfecho que traduce a cálculo económico individual la política, la cultura, la educación, las relaciones afectivas, las relaciones laborales, etc. Con este objetivo se promovió el consumo, facilitado por el crédito, de bienes intangibles, no durables y/o suntuarios, que dieran prestigio, distinción, status e identidad individual a sujetos insertos en el proceso y, en consecuencia, cada vez más solteros[1], con menor número de hijos[2] y creciente disponibilidad de tiempo y dinero para el ocio[3]. (Ver informe OCDE 2011)
En términos políticos, el “Liguria” se constituyó como el lugar que necesitaba una naciente y joven elite política y cultural ligada a la Concertación para “inventar” una “tradición” que los certificara como detentores de una legitimidad “histórica” acorde a su creciente poder. En definitiva, generar una tradición inventada que los invistiera del poder de establecer los sentidos del gusto, prestigio y distinción. Esta elite necesitaba un espacio a su propia medida y escala de valores que remplazara el rol que el antiguo Café Torres desempeñó en gran parte de la vida republicana del siglo XIX y XX.
El desplazamiento físico y simbólico también se reflejaba en términos urbanos. El centro funcional, económico y simbólico de la ciudad se desplazaba al sector oriente de la capital y se trataba de transmutar su naciente poder en el campo político en capital simbólico legitimado, físicamente representado, que les permitiera imponer sus conceptos de futuro y sus principios de división del mundo social[4].
En términos culturales, uno de los fenómenos más característicos de las sociedades contemporáneas es la sensación de que los contextos sociales, culturales y económicos tradicionales de acción que brindaban identidad y certeza están seriamente amenazados por la misma evolución de la economía globalizada. En este sentido, “las ganas del pasado” constituyen hoy una reacción social importante y significativa ante la constatación de la pérdida de continuidad cultural, de la ruptura entre pasado y presente, que ha provocado la velocidad y magnitud del cambio que afecta al entorno físico y cultural de las sociedades.
Este proceso global se acentúa, en términos locales, con la propia transición democrática chilena de manera tal que la construcción de una identidad e historia nacional y personal se vuelven algo imperioso. En ese contexto, El “Liguria” provee una muy cuidada e higienizada ilusión de memoria e historia. Las imágenes desarticuladas y fragmentadas se reúnen en una meticulosa construcción de una tradición inexistente. Donde antes hubo una ferretería surge de la nada un lugar que procura aparentar que ha estado ahí por décadas.
Parte II: El “Liguria”: La ideología tras una impostura patrimonial
La construcción del bar restaurant “Liguria” corresponde a un proceso de “invención de la tradición” o generación de “comunidades imaginadas” que permite simplificar las complejidades culturales y la realidad monopolizándolas en una apariencia de identidad que se concentra en objetos y estilos de vida sumamente simbólicos y eficaces políticamente a expensas de formas populares de expresión cultural o criterios de verdad histórica. Lo relevante en esta construcción no es que sea verdadera sino que sea creíble, verosímil. En este sentido, el mismo proceso que aplica a nivel micro para el “Liguria” ocurre a nivel macro con la construcción, sin grandes críticas, del “patrimonio cultural nacional” durante el siglo XIX y gran parte del XX. Lo relevante de éste es que sea eficaz para constituirse como un soporte plausible y legítimo de un determinado orden social.
El “Liguria” construye una tradición ad hoc a esta nueva sociedad, conveniente a sus grupos de poder, nuevos valores, criterios de distinción y nuevos modos de vida a promover, instaurar y legitimar. En este sentido la construcción de lugares como el “Liguria” tiene una connotación profundamente ideológica en el sentido que “moviliza el significado en el mundo social para reforzar a los individuos y grupos que ocupan posiciones de poder”, es decir, “para establecer y sostener las relaciones de dominación” (Thompson, 1991). Es ideológica porque se legitima sobre la invención de unas bases supuestamente tradicionales que apelan a la inviolabilidad de las tradiciones ancestrales, mediante la narrativización de una historia inventada sobre el pasado que narra el presente como parte de una tradición inmemorial y valorada. Corresponde, también, a la construcción de una tradición con el objeto de crear “una sensación de pertenencia a una comunidad y a una historia que trasciende la experiencia de conflicto, diferencia y división” (Thompson, 1991) que caerá en terreno fértil en medio de los desafíos de la transición democrática chilena.
Asimismo es ideológica porque se construye sobre la plataforma de la simulación. Simulación de un lugar antiguo, esfuerzo consciente y meticuloso de asemejarse y sustituir a lugares clásicos del Santiago antiguo republicano (“Café Torres”, por ejemplo), por procurar ser sinécdoque, en un espacio acotado, de ese romántico Chile añorado; por su cuidadoso uso de la metonimia para relacionarse con grandes referentes de las tradiciones e identidad nacional.
En este proceso la simulación procurará unificar y concentrar la diversidad cultural del país por medio del pastiche, la aberración histórica, el bombardeo de imágenes (que racionalmente resultarían inconexas e incluso contradictorias) y estandarizarlas bajo la égida del gran valor que es la economía de libre mercado. Embotamiento en imágenes del pasado, sin pasado, sin relato coherente, reforzadas por la fuerte música ambiental que dificulta la real comunicación, que reafirma la tranquilidad y anestesia de seres aislados e incomunicados; de “un público” cada vez más pasivo, silenciado, transformado en espectador de la construcción de “lo público”. Todo un “diseño de experiencias”, sanitizado, servido y listo para el consumo, especialmente preparado para la realidad chilena carente de relato colectivo, carente de memoria, de crítica y conciencia patrimonial y colectiva[5]. Quien paga accede a pertenecer a esa tradición cosificada que aparece como algo natural, permanente e intemporal, alejada de los procesos históricos y su posibilidad de cambio.
El corolario de la impostura: La apropiación de la Lira Popular
Como corolario de este proceso, en particular del uso de la metonimia y asociación como recurso ideológico, El “Liguria” utiliza, se apropia, mercantiliza y privatiza un patrimonio cultural inmaterial, colectivo y nacional de inmenso valor como es la Lira Popular (ver “Lira Popular 1866 – 1930” – Memoria Chilena) para su uso como identidad corporativa. En ese proceso desvincula imagen y contenido, el significante queda vaciado de su significado original. El profundo contenido cultural de la Lira Popular, su sabiduría y relato colectivo monumental del ser chileno en su contacto con lo humano y lo divino queda vaciado de su sentido de trascendencia. La Lira Popular insigne expresión del Canto a lo poeta, uno de los mayores y escasos monumentos culturales de nuestro pueblo que deberían integrar la Lista de los Patrimonios Inmateriales de la Humanidad, queda reducida a un mero soporte para el anuncio de comidas y bebidas. Del “arte vida” como experiencia estética colectiva, gratuita, creada y recreada constantemente por la comunidad pasamos al “arte objeto” individual, mercantilizado, pre digerido y armado para el consumo.
“La Lira Popular es un monumento que consagra definitivamente la creación poética popular como una estética de variantes, de búsquedas denodadas y desenvueltas para mejor significar las penas y las alegrías del vivir. Es un monumento de un modo de crear desde el común y para el común, y en este crear comunitario crearse personal y comunitariamente.” dice Fidel Sepúlveda Llanos (Sepúlveda, 2008: 73).
En este contexto, el sentir del pueblo chileno expresado en La Lira Popular tiene como oponentes al poder, el tener y el valer controlados por una elite que representa una cosmovisión que es justamente la contraria de la suya. En la Lira Popular se sitúan como oponentes: en el poder a la clase política con su inmoralidad, su indiferencia e insensibilidad para con el pueblo y su ninguneo hacia los pobres, la comunidad y sus valores colectivos; en el tener a los comerciantes, los ricos y usureros como representantes de una economía despiadada donde el valor máximo es el dinero y los bienes materiales y , en el ámbito del valer, crítica el egoísmo sin horizonte (narcisismo), la injusticia, la corrupción debida a la presión del dinero e influencias, la falta de ética (Sepúlveda, 2008). Es decir, en su contenido, la Lira Popular critica, paradójicamente, varios de los principios sobre los cuales se ha construido la sociedad chilena contemporánea y, por extensión, al “Liguria” como lugar que utiliza los más diversos recursos en su pretensión de ser el epítome simbólico, la representación legítima, de esta.
La Lira Popular como patrimonio nacional, popular y colectivo transmutado en patrimonio elitista, empresarial y privado. Tradición mercantilizada. Fetichización de mercado, para quienes pueden pagar, de las imágenes del más hondo sentir de la cultura popular del siglo XIX para efectos de proveerse del status simbólico (capital cultural legitimado) que brinda la tradición y permutarlo en capital económico. Transmutación del valor histórico, cultural, público y de uso a valor anecdótico, económico, privado y de cambio. Del capital social al capital económico. De la “identidad colectiva” a la “identidad corporativa”. Esa es la alquimia. Alquimia tan bien representada en el uso y apropiación de la Lira Popular como identidad corporativa para fines comerciales que se hizo acreedora del premio Chile Diseño 2007 que otorga la Asociación Chilena de Empresas de Diseño como “reconocimiento a la generación de valor”. Demás está preguntar a qué valor se refiere. Evidentemente no es el valor comunitario. En este contexto, no resulta un dato menor que los creadores de esta “identidad corporativa” hayan sido los mismos tras el diseño de la campaña presidencial de Michelle Bachelet y que los eventos de promoción del premio hayan contado con el auspicio del Ministerio de Economía y del Fondo Nacional para el Desarrollo de la Cultura y las Artes (FONDART). Evidentemente, se trata de algo mucho más profundo y complejo que el mero diseño de la identidad corporativa de cualquier bar restaurant.
El “fenómeno “Liguria”” o “proceso de Ligurización” se va a ir extendiendo por todo el país aparejado a un creciente nivel de consumo de la población y a una ampliación del ocio. En una sociedad cada vez más cambiante la “historia”, “identidad” y el “patrimonio cultural” surgen como una necesidad de “anclaje” (parafraseando a Giddens) pero ese patrimonio, identidad e historia serán transformados en bienes de consumo y de consumo que establece “distinción”, status y diferencia entre las personas y los grupos. Del patrimonio colectivo e inclusivo como era la Lira Popular pasamos al patrimonio exclusivo y excluyente. No importa si se es fiel históricamente, lo relevante es que esa representación, “puesta en escena”, “escenografía”, sea creíble, sea verosímil. Lo que importa es que el bar y/o restaurant, que ayer fue oficina, ferretería, sucursal bancaria, tienda de repuestos o panadería parezca que siempre haya estado ahí. De esta manera se modifican los usos de cientos de locales en Plaza Ñuñoa, en el centro de Santiago, en Providencia, Valparaíso, Chillán, Concepción, etc.
Mientras, paradójicamente, cientos de lugares realmente antiguos, clásicos y tradicionales cierran sus puertas o son demolidos se impone el “estilo” antiguo procesado para el acceso individual y fácil, mediante el consumo, a una historia y tradición inventadas; evidenciando la falta de un verdadero gran proyecto, meta – relato y patrimonio cultural generado, compartido y realizado colectivamente.
[1] Chile posee un 39% de solteros, el mayor porcentaje dentro de los países pertenecientes a la OCDE cuyo promedio es de 26%.
[2] En Chile la tasa de natalidad actual no alcanza el nivel de reemplazo de 2.1 hijos por mujer. Es decir, la población chilena envejece e irá disminuyendo si continúa esa tendencia.
[3] Pese a estar situados entre los países con mayor desigualdad de ingresos en el mundo, el ingreso per cápita en Chile por poder de paridad de compra (PPC) es el más alto de Latinoamérica el año 2011 y se sitúa en torno a los 15.000 dólares.
[4] El mismo proceso seguido por el nuevo “Club de la Unión” inaugurado en el barrio El Golf para los sectores políticos más conservadores.
[5] El procedimiento guarda paralelismos con la invención de Disneylandia en Estados Unidos, en especial el castillo de inspiración medieval que le dio origen. Es decir, capitalizar las necesidades de tradición de una sociedad sin una larga historia y con crecientes niveles de ingresos.
Pingback: Ligurización, emporialismo y el efecto picada «()