Canasto Versus Barranca
Por Martin Huberman
Normal ™
Canasto es un proyecto que nace de las ganas de jugar con la escala del cuerpo humano, más precisamente radica en la idea de volver a esa relación infantil de jugar con algo que es más grande que uno, un elemento que sea a la vez objeto y espacio, cómo podía ser la caja de un televisor, de una heladera o el conjunto de almohadones del sillón familiar.
Al mismo tiempo es un proyecto que terminó de definir una familia tipológica-constructiva que en el estudio llamamos Espacios Materiales, que refiere al potencial espacial intrínseco de algunos objetos, cómo por ejemplo la Teja Colonial, con la que desarrollamos la serie de instalaciones de nombre Revolución. La teja tiene forma de trapecio, lo que hace que al repetirla ordenadamente se genere una superficie de revolución, ese gesto le dio el nombre a la serie de instalaciones con la que festejamos el Bicentenario de la Revolución de Mayo, símbolo de la independencia política y cultural argentina.
Habiendo descubierto el potencial de esta lógica constructiva, entendimos que el paso a seguir era conseguir una pieza que tenga una forma cónica (que en definitiva es un trapecio revolucionado), forma de cualquier elemento plástico hecho mediante moldes de inyección. Este cono en teoría nos permitiría revolucionar el objeto en 360 grados.
Con la misma voluntad lúdica que comenzó el proyecto, una mañana me levanté con ganas de poner a prueba esta idea y salí a la compra de cincuenta canastos plásticos, similares a los que se usan para la ropa sucia. Con el material a cuestas me dirigí al único lugar que creía ideal para tal emprendimiento, y así fue que una mañana de sábado mis padres amanecieron con su jardín lleno de canastos plásticos. Casi 5 horas más tarde, mientras jugaba con una bola imperfecta, de dos metros de diámetro, compuesta por cuarenta canastos atados débilmente, me di cuenta que estaba jugando dónde había jugado toda mi infancia, y que esa esfera plástica era un medio para conectarme con una sensación espacial muy arraigada a mi persona. Ante la pregunta de mi madre, de que haría con esa bola, se me ocurrió que no había nada más idóneo para una bola gigante, que una barranca gigante.
Buenos Aires está conformada por un único fenómeno geográfico muy destacado, una barranca que la atraviesa de punta a punta, y que se extiende hacia el norte por la llanura pampeana hasta llegar a la vecina ciudad de Rosario. Una barranca que siglos atrás desembocaba en el Río de la Plata, al que hoy la ciudad parece darle la espalda. Esa barranca es por excelencia un espacio de expansión de la ciudad y de sus habitantes, un espacio de juego, de encuentro, todos tienen alguna anécdota en esa barranca. Mi recuerdo más memorable fue cuando mi abuela, que vivía frente a uno de estos parques en barranca, me llevó a andar en triciclo casi sin pensar en lo inconsciente que podía llegar a ser su nieto. Esa sensación de vértigo para mi redefinió por siempre la Barranca de Belgrano.
Una vez el objetivo fijado, sólo tuvimos que avocarnos al proceso de desarrollo. Primero el fanatismo incipiente por la obra de Buckminster Fuller, llevó a que la bola se contagie de la cúpula geodésica , en particular de la triangulación estructural, reordenando los canastos en módulos de a tres. Este gesto significó el crecimiento de la misma en cantidad de canastos, que llegaron a ochenta, para conformar una esfera regulada y rígida de 2,50 mts de diámetro. Para poder armarla y probarla, necesitábamos de espacio, y entonces la llevamos de paseo, primero a la Galería Zabaleta Lab, de San Telmo, dónde estuvo en vidriera un tiempo, y más tarde a un festival de Música y Arte llamado Outsider. En ambos casos la bola mutó, inspirada por su contexto adoptivo, primero se aplanó, casi con un gesto burgués debido al paso del tiempo, y luego aprovechamos para colgarla y que se transforme en una especie de luna ovalada, parafraseando a Soda Stereo, una Luna Roja.
Finalmente el día llegó, celebrando el segundo aniversario de Normal™, decidimos sacar a la Bola de paseo, desde el viejo estudio en pleno centro del barrio de Belgrano hasta la mítica glorieta de la Barranca de Belgrano, dónde armamos un picnic para agasajar a aquellos amigos que vinieran a tirar la bola por la barranca. Ese evento se llamó Canasto vs Barranca.
Esa procesión de la bola rodando por la calle fue literalmente una expansión del campo de acción del estudio, que hasta ese momento había trabajado casi exclusivamente en espacios privados. Fue casi cómo conquistar un nuevo escenario a la vez que profundizábamos nuestro lenguaje mediante el contagio del contexto urbano. Es decir, las calles porteñas están casi en su totalidad generadas y definidas por lógicas de agregación, por una densidad de cosas una al lado de la otra, sin reglamentación ni orden aparente, características que para mi lejos están de repeler al usuario, sino que más bien lo hacen propio, lo incluyen en ese caos. La bola girando por tracción a sangre, encuadraba perfectamente en el lenguaje urbano de ese sector de Buenos Aires, casi cómo que era su razón de ser. Todo parecía cobrar sentido cuando los vecinos curiosos asentían al saber que la bola iba hacia la barranca, cómo si fuese un deber, un orden preestablecido.
Es en ese contacto con la calle y el empedrado que la bola dejo de ser mi bola y pasó a ser un evento comunitario, colaborativo, cómo si la calle hubiera institucionalizado el sentimiento, transformándolo en lógica. La bola en el contexto barranca tenía un claro sentido urbano, cómo los mercados artesanales en las plazas o los puestos de choripanes en la costanera.
Las calles, veredas, plazas y los parques son en el lenguaje porteño extensiones domésticas, casi cómo si estuviese usurpados u ocupados, la manera local de vivirlos y disfrutarlos.
Canasto Versus Barranca es una construcción lúdica que reconoce ese sentimiento infantil que puede generar la escala urbana.
Idea + Dirección
Martin Huberman
Equipo de Proyecto
Martin Huberman
Nina Carrara
Julia Luna
Sebastián Otero
Pedro Yañez
Editado por Bugabam Films