Buenos Aires: Abriendo aquel viejo damero
Por Guillermo Tella, Arquitecto, Doctor en Urbanismo
La ciudad de Buenos Aires ha sido objeto de una importante cantidad de planes de “transformación edilicia” y propuestas de intervención urbana hacia fines del siglo XIX, que en conjunto apelaron a oxigenar la trama y a abrir el damero cuadricular, tildado como aburrido, monótono y sin sorpresas. A partir de los modelos de referencia, se observan acciones modernizadoras, planes de transformación, intervenciones sobre el área central e iniciativas de apertura de avenidas diagonales y paralelas.
Recién hacia 1887 se planteó en Buenos Aires la necesidad de concebir un plan de conjunto de mejoras y transformaciones, a imagen y semejanza de los planes de embellecimiento y extensión europeos. En su carácter de Intendente Municipal, el Dr. Antonio F. Crespo propuso la construcción de una nueva red de grandes arterias que cortaran diagonalmente el damero y plazas, a ejecutarse en diez años.
La base económica del proyecto, que consistía en la expropiación de una franja de cien metros de ancho para avenidas y plazas, sería la venta de las nuevas fracciones sobrantes, más valorizadas y mejor equipadas. Si bien se contaba con la aprobación del H. Concejo Deliberante, fue abandonado por la misma administración debido a posteriores formulaciones.
En 1898 fue aprobado el Trazado General del Municipio elaborado por la Comisión de Obras Públicas a cargo de Carlos M. Morales. Esta iniciativa partía de los antecedentes de los proyectos para la Ciudad de La Plata (1882), la apertura de la Avenida de Mayo (1884) y las experiencias de ensanche y prolongación efectuadas por la Municipalidad. Y su objetivo aspiraba a “cerrar” a la ciudad mediante una “Avenida Periférica” y articularla con una red vial.
Los planes de reforma y embellecimiento
Apenas iniciado el siglo XX, en 1906 Enrique Charnourdie propuso el Esbozo de un Plan Completo de Transformación Edilicia de la Ciudad de Buenos Aires. La propuesta concreta consistió en la superposición de un sistema de diagonales sobre el tejido de la ciudad, generando una malla romboidal sobre el viejo damero con varias avenidas principales.
Mientras tanto, el nuevo Intendente Municipal Carlos T. de Alvear contrataba en 1907 al arquitecto y urbanista francés Joseph Antonie Bouvard (1840/1920) para formular un proyecto de “transformación edilicia”. Bouvard había actuado en París como Director de Parques y Jardines y luego como Director del Servicio de Arquitectura (en reemplazo de Alphand), y se le debe por ejemplo el diseño de los jardines del Campo de Marte.
Bouvard completó dos años más tarde su propuesta definitiva, que consistía en un sistema de 32 avenidas “diagonales” (oblicuas) sobre el centro de la ciudad que se superponía al trazado cuadricular, urbanizó la Quinta de Hale, proyectó la futura Plaza del Congreso y definió el trazado para la Exposición del Centenario de 1910.
La apertura de avenidas diagonales tendía a descomprimir el área central, generando situaciones espaciales irregulares, que elevarían el valor de los terrenos y romperían la monotonía de las calles excesivamente rectas y aburridas, que otorgarían condiciones más agradables e higiénicas. La necesidad de modificar el esquema tradicional condujo a la introducción de vías convergentes y concéntricas diagonales, vinculando plazas, parques, encrucijadas y edificios públicos.
La apertura de avenidas diagonales
Bajo el concepto de Ensanche económico de las calles centrales, Víctor Julio Jaeschke –uno de los precursores del urbanismo en el país y director desde 1898 de la Comisión pro-Avenidas Diagonales– presentó en 1902 un proyecto, aprobado dos años más tarde, en el que proponía que en menos de cincuenta años la ciudad contara con 13 avenidas de 22 metros de ancho, “más largas que la única avenida central y a un costo sumamente inferior”.
A partir de la elección de aquellas calles con menos edificios de pisos altos con construcción moderna existiesen dentro del perímetro de Caseros, Centro América-Jujuy y Paseo de Julio-Paseo Colón, tomaba 13 calles situadas a una distancia de 4 cuadras cada una: “para ir ensanchándolas 10 o 12 metros en la medida en que progresara la reedificación de las casas antiguas, generando un retiro obligatorio de 5 ó 6 metros en las nuevas construcciones respecto de la antigua línea de edificación y premiando con altura hasta 5 pisos”.
El diputado Dr. Eliseo Cantón proponía en 1905: “Tenemos que romper este damero colonial que agranda las distancias, dificulta la circulación y niega toda belleza edilicia. Es necesario la apertura de diagonales que partiendo de Rivadavia y San Martín, una, y de Victoria y Bolívar, otra, lleguen hasta Callao y Entre Ríos, y también se precisa una avenida en sentido norte/sur.”
Como aporte adicional, el Congreso de la Nación tenía en estudio el proyecto del Sr. Lainez, quien proponía en 1906 el ensanche de la calle Perú, desde Moreno hasta el Riachuelo. La superposición de todas las iniciativas es notoria la predilección por las diagonales noreste-sudoeste y noroeste-sudeste, y por el cuadrilátero formado por Av. de Mayo, Juncal, Montevideo y Paseo de Julio.
La apertura de avenidas paralelas
Los años que transitan en torno al cambio de siglo están atravesados por intensas discusiones sobre la necesidad de apertura de grandes avenidas. En 1895 el H. Concejo Deliberante retomó el proyecto, en donde se sostenía su conveniencia porque:
“Su ubicación en el centro de las manzanas de Artes, Cerrito, Buen Orden y Lima resulta equidistante de los boulevards de los Paseos de Julio y Colón con respecto a los de Entre Ríos y Callao (…) Su extremo sur termina en la gran Plaza de Constitución y en su extremo norte se une con la de Alvear (…) Cortando estas manzanas no se lleva por delante ningún monumento público (…) El trazado por el centro de las manzanas constituye un verdadero sistema de higienización urbana, demoliendo los edificios en su parte más ruinosa”.
En medio de este debate sobre avenidas paralelas, en 1890, junto con la asignación de un empréstito interno y externo, el H. Congreso de la Nación aprobó la apertura de una avenida de 30 metros de ancho que, partiendo de la calle Pavón, terminara en el Paseo de Julio, entre las calles Cerrito-Lima y Artes-Buen Orden.
Cuatro años después, “el H. Concejo Deliberante dictó la apertura de una de avenida en dirección norte/sur, de 28 cuadras por 35 metros de ancho, en el centro de las manzanas comprendidas por las calles Artes, Cerrito, Buen Orden y Lima, desde Av. Alvear y calle Arroyo hasta Constitución”, y con ello abrió paso a otras de las importantes fuentes de conflicto entre Municipalidad y vecinos.
En 1895 fue aprobado el proyecto definitivo que formuló el Departamento de Obras Públicas, con las modificaciones introducidas por el Concejal Juan A. Buschiazzo. Asimismo, patrocinado por la Comisión de Catastro, el H. Concejo Deliberante aprobó el 21 de noviembre de 1898 la apertura de avenidas diagonales que arrancarían de los 4 ángulos del futuro Palacio del Congreso. Luego de diez años, el Intendente Rosetti intentó revivir el proyecto.
Entorno de la plaza del futuro Congreso
El incremento en la cantidad de casas y locales de negocios, condensados en el mismo centro de la ciudad, capaz de mejorar las condiciones de salubridad y de suprimir totalmente los conventillos, así como el crecimiento de la edificación urbana dentro del perímetro servido por obras sanitarias, fue el argumento utilizado por Dr. Hilarión Larguía para la presentación en 1903 de un Proyecto de Concesión de Avenidas Diagonales para la Ciudad de Buenos Aires al H. Congreso de la Nación.
Tras la expropiación de 39 manzanas, propuso la apertura de cuatro avenidas diagonales que partirían del edificio del Congreso en línea recta hacia: Parque Lezama, Plaza San Martín, Centro América (actual Av. Pueyrredón) esq. Tucumán y Jujuy esq. Estados Unidos. “La historia de las grandes obras públicas emprendidas en París en tiempos de Napoleón III por el barón Haussmann confirman estos augurios”.
Hacia 1905 toma nuevo impulso un mismo interrogante: ¿la apertura de avenidas diagonales debería llegar al “centro” político administrativo por excelencia (el entorno de la Plaza de Mayo) o, en su defecto, hasta “la puerta de entrada” al centro de la ciudad (el entorno de la Plaza Congreso)? La Comisión de Obras Públicas de la H. Cámara de Diputados aprobó entonces el proyecto de expropiación de los terrenos que rodeaban al Palacio del Congreso, cuya forma octogonal permitía el ensanche de las calles que lo rodeaban y la formación de una plaza.
Una ciudad madura, elegante y refinada
Se observa entonces la intensidad de las discusiones y la agenda de problemas a dar respuesta. Amplia, profusa, entreverada. Desde esa lógica, la normativa urbanística intentará acompañar los procesos de recomposición del tejido mediante nuevas herramientas de regulación.
Las élites de Buenos Aires intentaron hacer una ciudad “moderna”, con nuevos parques, boulevards y palacios, y lo hicieron a partir de un persistente tríptico de apoyo: capital inglés, gusto francés y mano de obra italiana. En una profunda crisis de valores y en el marco de una economía floreciente, se buscaba deslumbrar a un mundo que con asombro la observaba.
Junto a las familias tradicionales vinculadas desde décadas anteriores al poder económico y político, y a las recientes enriquecidas por el negocio agroexportador y la especulación financiera, se perfiló un sector de trabajadores medios urbanos, formado por empleados administrativos, de servicios y profesionales, con amplias posibilidades de progreso socioeconómico, y una gran masa de población ligada a talleres manufactureros o a la construcción, que conformaría un sector obrero urbano.
Fueron años en los que se incorporaron en la ciudad tecnologías y estéticas tan sofisticadas como ajenas, que lograron amalgamarse a la vieja estructura urbana. Existió una crucial dicotomía entre forma y función, entre necesidades y respuestas, entre ofertas y demandas, entre modernidad y progreso para exacerbar los componentes de una ciudad madura, elegante y refinada.
(*) Versión adaptada de uno de los capítulos del libro “Buenos Aires: Albores de una ciudad moderna”. Buenos Aires: Nobuko, 2009.