Cómo hacer ciudad: guerrilla gardening en Berlín
En la expansión y crecimiento de las ciudades, suelen quedar ciertos espacios aparentemente residuales que, en el olvido de las autoridades, pero en la atención de sus vecinos, se convierten en potenciales territorios para impulsar proyectos de transformación urbana alternativos a los tradicionales y oficiales. Es así como escuchamos cada vez más de las guerrillas urbanas, organizaciones ciudadanas activas y del concepto de placemaking, con proyectos diseñados por las mismas personas que le van a dar uso. En esta idea se enlista el caso de Prinzessinnengärten (Jardín de las Princesas), en el barrio Kreuzberg de Berlín, a partir de la iniciativa de dos amigos que alquilan a la ciudad un terreno para construir un jardín urbano desde y para la comunidad local.
El escenario fue un terreno de 6000 m2 abandonado por casi medio siglo, pero con gran potencial por la intensa afluencia de tráfico y en un sector que escasean las áreas verdes. Inspirados en el éxito de las granjas comunitarias en Cuba, este grupo de emprendedores urbanos sacaron sus jardines al espacio público, sin una imagen preconcebida de lo que sería y sin un masterplan al que seguir.
Desde el siglo XIX, Alemania ha desarrollado un historial en relación a los huertos urbanos, cuando el Estado cedía terrenos a grupos de bajos ingresos para poder cultivar sus alimentos. La palabra “Schrebergärten” alude a estos pequeños terrenos tipo parque de bolsillo para poder realizar jardinería dentro de las ciudades. El reflote actual de esta práctica a iniciativas colectivas dentro del espacio público, permite reforzar el intercambio en los barrios y el desarrollo de las comunidades.
Los fundadores, Robert Shaw y Marco Clausen, se inspiran en la agricultura urbana en Cuba, como plataforma de desarrollo local y con sentido comunitario. Se encuentra un nicho de mercado que permite conjugar los intereses de una comunidad en torno al uso activo del paisaje y al mismo tiempo atenuar los efectos de la crisis alimentaria y económica. Cuando el territorio se vuelve espacio de interés comunitario y escenario de nuevas prácticas de apropiación, se obtiene capital humano y se reducen así las barreras burocráticas para poder generar mayores transformaciones urbanas.
imagen: revista PLOT
En esta línea, la granja urbana del Jardín de las Princesas permitió cultivar las relaciones en el interior de la comunidad a través de una misma actividad de interés: trabajar huertos y jardines. Sus emprendedores generaron un espacio de aprendizaje y capacitación en torno a los huertos urbanos para difundir los principales aspectos de la biodiversidad local. Al mismo tiempo, han construido atractivos como un café-bar donde preparan platos con ingredientes que provienen del mismo jardín, ayudando a solventar algunos gastos en que incurren. Los alimentos no recorren así grandes distancias para llegar al plato y la cadena producción-consumo es nula.
Uno de los principios que sugieren es no rigidizar las actividades que ahí se realizan, permitiendo generar prácticas extrapolables a otras escalas y localidades. Utilizando bolsas de arroz, tetrapack y cajones para hacer crecer tomates, perejil, lechugas y papas, logran construir huertos unitarios, replicables y adaptables a distintas espacialidades. Los huertos urbanos pueden así ser accesibles para todo aquel que quiera comenzar a sembrar, comenzando en su propio jardín o en el espacio público.
imagen: revista PLOT
Ya hemos publicado en Plataforma Urbana las ventajas de utilizar espacios residuales para implementar huertos urbanos, determinando nuevas vías de hacer ciudad. Muchas de estas son aparentemente despreciables, pero en efecto configuran una mayor relación entre los citadinos y su entorno natural, como el simple hecho de poder reconocer cuáles son los productos de temporada. Estas iniciativas rompen con el paradigma de que para poder obtener áreas verdes urbanas se debe conservar terrenos verdes prístinos dentro de la ciudad. Parques y plazas verdes pueden existir a partir de la participación activa de los ciudadanos -que dista bastante del gesto pasivo de la reserva-, donde su supervivencia depende del impulso y seguimiento de quienes constantemente lo intervienen.
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