Muertos de frío
Por Francisco Fuentes y María José Solar, El Mercurio.
Recoleta es una de las comunas con mayor cantidad de indigentes de Santiago. La mayoría de ellos se concentran en el sector de la Vega Central. Cuando se viven los meses más gélidos del año, como ahora, a sus duras condiciones de vida se les suma un reto adicional: sobrevivir.
Se le llama la “muerte dulce”. Una donde no hay sangre ni dolor ni heridas. Sólo se quedaron dormidos y no despertaron más. Sobre veredas y colchones escarchados, sentados o acostados y apenas cubiertos por algunos harapos. Como únicas posesiones una botella de licor al interior de un bolsillo o algunos restos de comida guardados para el día que no verían. Probablemente partieron de madrugada, cuando la temperatura rondaba los -2°C y sus cuerpos se enfriaron para siempre.
Cuatro indigentes se llevó la última onda polar que afectó a la zona central del país en días pasados y que en Santiago alcanzó el récord de -6,1°C en Lampa. Todos fallecieron en los alrededores de la Vega Central, donde transcurría su vida como carretoneros, peonetas o cuidadores de autos. O como se conocen entre ellos: “botados” o “torrantitos”. Con ellos se llevaron a la tumba una historia de abandono, desdicha y miseria. Y todos, sin excepción, tenían o habían tenido algún grado de dependencia del alcohol y de alguna droga de ferretería.
Juan Alfonso Fuentes Jara (62)
7:45 horas
8 de julio.
-0,6°
Según el parte policial, las primeras luces permitieron ver su cuerpo inerte frente al número 139 de Avenida La Paz.
Aún vivía, pero presentaba un severo cuadro de hipotermia y compromiso de conciencia.
Fue trasladado por el Samu al Hospital San José, pero no fue suficiente. Finalmente se constataría su fallecimiento como causa “indeterminada y en estudio”.
Entre sus pertenencias, según los comerciantes del sector que llamaron a la policía, se encontraba una caja de vino, un encendedor, algunas hojas sueltas con letra ilegible y un poco de ropa.
Las piezas para reconstruir su pasado son escasas. Sólo se sabe que contrajo nupcias con la comerciante de alimentos Viclinda Alfaro hace ya dos décadas y que años después registró domicilio en un departamento de calle Sevilla, en Independencia.
Algo más saben los “torrantitos” de La Vega, quienes lo conocían como el “Agua Loca” o el “Loco Harry”. Marcela, quizás la única mujer en el grupo de indigentes que pasa las noches en las escalinatas de La Vega, asegura que “Harry” fue su pololo y que “murió igual que el Indio”, quien también encontró la muerte en medio de las frías noches sin hogar. No hay mayor emoción ni nostalgia en su voz. Todos están en la misma pelea por ganarle al frío y saben que cualquiera de ellos puede perderla.
N. N.
07:40 horas
5 de julio
0,9°
De él sólo se sabe que se le vio, por última vez, caminando muy lento en el sector de la Vega Central. “Parece que iba a guardarse (pernoctar) a la fundación San José, pero no alcanzó a llegar”, rememora Marta, una antigua vendedora de frutas de la zona de Artesanos con avenida La Paz. “Ese día llovió harto y él andaba con toda la parka mojada, los zapatos rotos y parece que medio enfermo, porque ni hablaba”, añade.
Fue encontrado justo afuera de una botillería, en Antonia López de Bello con Independencia. Su frente sangraba y al parecer, antes de morir, sus manos sólo tenían fuerzas para sostener una caja con vino, en la que transeúntes que pasaron por ahí aseguran había depositado combustible.
Pese a que ninguno de los cargadores de la Vega dice haberlo conocido, unos cuantos de ellos coinciden en que era común verlo pedir dinero en las esquinas, sólo para comprar algo de alcohol de quemar o bencina blanca e ingerirla.
Patricio Manríquez Román (50)
7:30 horas
3 de julio.
-0,4°
Charquicán tibio y un poco de yogurt de frutilla fue el último almuerzo que consumió Patricio Manríquez Román. Su cuerpo fue hallado por transeúntes y comerciantes ambulantes sobre la húmeda vereda de calle Artesanos con Avenida La Paz, en Recoleta. Murió estirado, solo y mojado, justo frente a las puertas de un bar, la madrugada del martes 3 de julio, cuando los termómetros en Santiago marcaban una mínima de -0,4 grados.
El día anterior, su cuñada Hortensia lo había visto levantarse con dificultad desde el viejo colchón en el que dormía todas las noches en un rincón de la plaza de juegos de la población José Cardán, en Renca. Aunque le preocupaba su estado, “no había nada que hacer, siempre andaba por ahí, solo y callado. Pero nunca fue descortés ni le faltó el respeto a nadie”, comenta.
Desde niño respondía simplemente al nombre de “Pato”. Criado junto a sus hermanos, a pocos metros del lugar donde dormía, desde la muerte de su madre, en 2009, “el pobre se sintió perdido y se botó al traguito”, relata su hermana María. “Desde que ella murió, el pobre vivió en un sitio abandonado de la familia, pero cuando mi hermano vendió el terreno, él se tuvo que ir, y quedó botado. Yo lo tuve en mi casa un tiempo, pero luego me dijo “hermanita, me voy a trabajar, no aguanto, y cuando termine juro que vuelvo” , recuerda la mujer.
Hasta antes del hallazgo de su delgada y castigada contextura, Manríquez financiaba su vicio cargando flores para los comerciantes de la Ruta 5 a bordo de su carretón de dos ruedas. De ahí el aroma a rosas que los comerciantes de La Vega dicen haber percibido junto a su cuerpo.
Leonardo Solís González (52)
23:40 horas
8 de julio.
-0,6°
El “Leo” se dedicaba al lavado y cuidado de autos en calle Tucapel Jiménez, oficio que aprendió de su hermano, Lenin, hace años, hasta que apareció muerto en un estacionamiento del sector. Estaba sobre una vieja silla de oficina, semirrecostado junto a un árbol, con una botella de ron en el bolsillo. El parte policial consignó una intoxicación etílica aguda.
Dejó dos hijos y una esposa. De su juventud se sabe que su madre, Elvira González, falleció tempranamente, por lo que junto a su hermano debieron convivir entre el abandono y la segunda familia que armó su padre, Ricardo.
Locatarios del sector recuerdan que luego de su muerte aparecieron sus hermanastros más jóvenes y su madrastra en el lugar donde murió consultando por algún teléfono o dirección para averiguar dónde se realizaría su funeral. No sabían nada. Fue sepultado el miércoles pasado.
Pese a que no murió tan cerca del sector de Recoleta, los meses previos a su muerte estuvieron acompañados por las mismas características que los otros indigentes: trabajaba sólo para cubrir sus necesidades más básicas y de vez en cuando desaparecía por semanas para aferrarse a unas botellas de licor.
Darwin, uno de los encargados de los parquímetros del sector, afirma que “se fue uno de los mejores lavadores de autos que he visto; era rápido, ágil y detallista. Él estaba acostumbrado a vivir así. A veces, cuando ganaba dinero, se iba feliz porque podía tomar y comprar diazepam . Era bien amigo de las pastillas, pero en general un buen hombre”.
Vivir y morir en las inmediaciones de la Vega Central
No es coincidencia que, año tras año, Recoleta sea la comuna en donde se producen más muertes de indigentes por hipotermia. Según consigna el catastro de personas en situación de calle 2012, que realiza el Ministerio de Desarrollo Social junto a la Universidad Alberto Hurtado, Recoleta está entre las tres comunas con más personas en esa condición en la Región Metropolitana.
Ésa es una de las razones que explicarían que las muertes de la última semana tras la ola de frío coincidieran en esa comuna, específicamente en la zona que rodea la Vega Central. En las escalinatas y pasajes colindantes se juntan a pasar la noche personas que por las mañanas trabajan como carretoneros o vendedores esporádicos.
El trabajo irregular disponible en ese lugar y las instituciones solidarias que por las noches reparten comida son también factores que favorecen la indigencia en esa zona, explica Francisco Javier Román, director ejecutivo de la Fundación Gente de la Calle, que además opera la Casa de Acogida La Vega.
“Por lo general, las personas que llegan a vivir a La Vega es gente que busca trabajo ocasional o que han estado asociados al mundo delictivo. Muchos son jóvenes que vienen del Sename o adultos que vienen de cumplir una condena en la cárcel, sin vínculos familiares y para quienes la calle es la opción más fácil”, indica.
Otro elemento común entre los indigentes de la Vega Central es el consumo de alcohol, al que tienen fácil acceso por poco dinero y que influye en las muertes en la calle. “Hay botillerías que venden licor adulterado por $500, lo adecuan a las necesidades del indigente, y éstos sencillamente ‘se borran’ y no se dan cuenta de que están muriendo de frío”, explica Román, que en las últimas dos semanas ha albergado a casi 50 indigentes cada noche, el tope de capacidad de la casa que dirige.