Kidzania o la alienación en miniatura
Por Martín de Gregorio, estudiante sociología UC
* ensayo realizado en el marco del curso Cultura Urbana y Consumo (Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales PUC), 1er semestre de 2012, profesora Liliana de Simone
A primera vista, la apertura de un nuevo parque de diversiones carece de polémicas, y suele constituir un panorama completamente mundano y banal, que pasa desapercibido ante la esfera de la opinión pública. Pero Kidzania resulta ser un caso distinto, y esto debido a los mecanismos implícitos que operan dentro de este lugar, como también a la naturaleza de las funciones que busca desplegar. En este sentido, es interesante notar que Kidzania condensa una serie de elementos característicos de los procesos de racionalización del mundo moderno, elementos que abordan la esfera política y económica de la vida social y que se han constituido como los principales blancos de crítica de diversos autores.
A partir de la noticia de su inauguración, Kidzania es descrito como un mundo donde los niños juegan a ser adultos. Poseen dinero para comprar una diversa gama de bienes, principalmente bienes alimenticios, o bien, pueden ahorrarlo. Pueden ejercer una serie de trabajos pertenecientes a distintos ámbitos laborales: los niños pueden ser periodistas o bomberos, doctores o presentadores de televisión, artistas o panaderos. Y tal como en el “mundo real”, el oficio es retribuido por medio de un salario. Su fachada es un vivo retrato de una ciudad idealizada, sin historia ni tradiciones, ubicada en ninguna parte y que al mismo tiempo puede estar en cualquier lugar. Usando el concepto de Augé, Kidzania se ubica como un no lugar constituyéndose como un espacio que “no crea ni identidad singular ni relación, sino soledad y similitud.” (Augé, 1995: 107). Los clientes (los niños), llegan a este espacio no a reproducir aspectos de la la cultura por medio del encuentro con extraños como si fuera un espacio público, sino a reproducir las lógicas mercantiles imperantes en la sociedad capitalista.
Es aquí donde se juega a reproducir las condiciones materiales de vida: se trabaja, se recibe un salario, se gasta, se consume y la rueda comienza de nuevo. Este diagnóstico parece ser bastante maquiavélico, pero debemos ser conscientes de que los niños no representan al proletariado, ni tampoco lo constituyen, en ningún sentido. Pero sí encontramos, de manera simbólica, una reproducción del panorama capitalista que describía Marx. A Kidzania, no se va a trabajar, se va a jugar a trabajar, en Kidzania el dinero representa dinero, pero fuera de él no es más que un pedazo de plástico. Sin embargo, y a pesar de que estos elementos actúan a modo de señales, el panorama es bastante gris y podemos seguir encontrando similitudes al análisis marxista. El niño que juega a trabajar no es dueño del fruto de su trabajo o de su juego: recibe a cambio un salario que se traduce en kidzos. El capitalista, en este caso no es una persona perteneciente a la clase burguesa dominante, sino una “institución” anónima que entrega sólo una parte de lo que produce el trabajador, apoderándose así de la plusvalía.
fuente imagen La Tercera
Vemos así, un proceso de asalarización en miniatura y revestido de la connotación de que es un juego, y que así debe ser el mundo de los grandes, un mundo que no se cuestiona, que parece estable, seguro, incapaz de quebrantarse. El niño naturaliza que así funciona la realidad, que es un hecho, y que por ningún motivo es contingente. Se mutila la posibilidad de pensar otro mundo desde temprana edad, se lo reduce a una serie de categorías que comienzan a cultivarse en la mente infantil, generando un status quo: la utopía deja de ser una fuente de sentido.
La relación que se despliega en esta sociedad en miniatura también es una que gira en torno a las mercancías. Existe una centralidad del mercado y el dinero adquiere una primacía hegemónica en esta pequeña realidad. En el caso de Kidzania la mercancía constituye el trabajo- juego de los niños, que venden su fuerza laboral según la actividad que más les guste y ésta es retribuida. Todo trabajo se vende, todo trabajo se paga. Ahora bien, seguramente el objetivo maximizador de utilidades del hombre moderno no predomina en los infantes, y éstos sólo busquen divertirse un rato e imaginar qué les gustaría ser cuando grandes, pero el mundo sigue girando en torno al intercambio de fuerzas por dinero.
Por otro lado, el encuentro con otros se hace mediado por actividades-trabajos que en último término entregan dinero. Las relaciones entre personas quedan supeditadas al intercambio: las cosas adquieren relaciones sociales y las personas se relacionan en términos materiales. Los niños se vinculan entre sí para llevar a cabo una función determinada: la relación con otros se vuelve un medio y no un fin en sí mismo.
Es importante retomar nuevamente la idea de que la utopía pierde sentido, y que debido a lo precedente, no tiene cabida: ¿por qué debería tenerla, si esto es sólo un juego? Aquí en Kidzania no existe la pobreza, ni la enfermedad, ni la guerra, ni la dominación, ni la violencia, ni las diferencias de clases. Constituye el paraíso del correcto funcionamiento, climatizado y completamente controlado y vigilado. Bajo esta idea podemos entender este espacio de entretenimiento siguiendo las ideas de Foucault. No bastando una reproducción de la alienación en términos materiales y determinada por la dominación económica, también podemos encontrar los aspectos de relaciones de poder, disciplinamiento y vigilancia. Nuevamente hay que ser precavidos y reiterar que la crítica y la dimensión simbólica de Kidzania es sólo una reproducción a pequeña escala de los efectos que la modernización es capaz de generar en los sujetos y que ésta se encuentra de manera abstracta a la realidad, sin las consecuencias inherentes a la modernización sobre los hombres, tales como la alienación, la dominación y el exterminio. Sin embargo, la ausencia de estas consecuencias no desestima el carácter opresor que aquí se bosqueja sobre este centro de entretención. El simple hecho de que se lleve a la práctica un lugar como este puede decir mucho sobre la sociedad que queremos construir y sobre los valores que predominan, tanto en la ciudadanía como en las autoridades.
Sin duda, Kidzania busca mostrarse como un lugar seguro para que los hijos se diviertan y aprendan un poco cómo funciona el mundo de los grandes, mal que mal, los padres dejan a sus hijos solos en un lugar lleno de extraños por lo que parece sensato que busquen que sus hijos estén en buenas manos. Para ello Kidzania debe poseer determinados mecanismos de control por medio de los cuales pueden observar el despliegue de las actividades y el correcto funcionamiento de sus operaciones. Hasta ahí nos parece un requerimiento mínimo de cualquier lugar que ofrece un determinado servicio, vende tales productos, despliega tal o cual función con una amplia gama de medios y fines distintos. Sin embargo, bajo la lupa de Foucault, estos mecanismos carecen de inocencia. Para adentrarnos en esta idea debemos retomar algunas nociones del autor francés, a saber, que en la modernidad todo esfuerzo por instaurar menos perversidad han instalado un patrón perverso en la sociedad bajo el modelo de la prisión (Foucault, 1975). La forma que toma el castigo en la sociedad moderna es la privación de libertad y la aplicación continua de saberes y técnicas de poder sobre el cuerpo. Al cuerpo se lo entrena, ejercita y supervisa, buscando producir cuerpos dóciles y útiles por medio de la disciplina (Foucault, 1975). Es a través de la vigilancia que se es capaz de observar a las personas y controlarlas. A su vez, se busca comparar a los individuos por lo que se los ordena en torno a una media que busca definir ciertas conductas como normales, y por medio del examen se crea un saber, que pone a prueba a los individuos y los convierte en casos.
diseño panóptico de Bentham analizado por Foucault
Kidzania no podría funcionar correctamente si no es por medio del encausamiento de la conducta de los niños. Se busca que estos se comporten de cierta manera, en torno a una media o un comportamiento normal, y que no entorpezcan el funcionamiento óptimo del complejo. Se los vigila constantemente para evitar actos inconscientemente (y por lo tanto, inocentemente) subversivos, por lo tanto las actividades realizadas en su interior deben seguir una técnica establecida de antemano, un protocolo que indique la manera en la que deben realizarse las cosas. El tiempo penetra el cuerpo al exigirse plazos de tiempo limitados para la realización satisfactoria de alguna profesión, pues son muchos los periodistas que quieren hacer uso de las instalaciones. Se busca que el tiempo sea útil y que no se pierda ni un segundo.
Los niños son distribuidos espacialmente en el recinto en lugares funcionales, característica inherente de las disciplinas, que en el caso de Kidzania también se vincula a las limitantes de no poder concentrar a todo su público en un mismo espacio: no todos los niños pueden ser bomberos o panaderos al mismo tiempo. La distribución espacial es necesaria por este hecho fáctico, pero a pesar de que no se produzca únicamente o necesariamente por un tema disciplinario, el control se vuelve posible al dividir a los individuos en distintos lugares, permitiendo además conocerlos y ordenarlos.
Bajo estas ideas, no cabe duda que Kidzania no sea presa de mecanismos derivados del panoptismo. Claramente existen medios para visibilizar a los sujetos dentro de sus instalaciones sin ser vistos, pero finalmente: ¿qué establecimientos no los poseen hoy en día? Otro punto que no podemos dejar en el tintero bajo las ideas del filósofo francés es la ubicación espacial de esta mini ciudad, que metafóricamente puede ser interpretada con fines dominantes y regulatorios.
Kidzania se encuentra bajo la tierra, sin luz natural y oculto de la vida pública, tal como la prisión que describe Foucault. Se busca que los sujetos no sean parte de un espectáculo, aislándolos y recluyéndolos dentro de la misma sociedad, siendo controlados por mecanismos que operan por debajo del sistema judicial y de manera transversal a la sociedad en su conjunto, tal como una red capilar. La figura icónica sería la de un laboratorio donde se realizan experimentos y se objetiviza a los individuos usando distintas tecnologías de poder. Con esto no se busca desacreditar este tipo de mecanismos, tampoco se debe creer que éstos se desplieguen con fines perversos ni de disciplinamiento, pero desde la esfera simbólica, Kidzania condensa también el presagio foucaultniano, donde el poder es capaz de automatizarse por la utilización de estos métodos.
Tras el precedente análisis, se busca develar significados simbólicos que permanecen de manera latente en nuestra sociedad, criticando el despliegue que realiza Kidzania como una mini reproducción de las condiciones y determinantes de la alienación y de la irracionalidad del hombre, características propias del siglo XX y XXI. Por medio del análisis económico, político realizado por grandes autores de disciplinas como la sociología y la filosofía se busca establecer un diálogo capaz de homologar las condiciones que determinan y oprimen a los sujetos que en términos simbólicos son capaces de apreciarse, tras un análisis minucioso, en los espacios de consumo, y en este caso preciso, en Kidzania. Como ya se ha reiterado en el transcurso de este trabajo, no se pretende catalogar este lugar de entretención como la cúspide de la alienación, ni el triunfo de la sociedad capitalista ni disciplinaria, siendo así el objetivo abrir el debate frente a la apertura de lugares como estos; preguntarnos sobre la predominancia de los espacios de consumo en nuestra sociedad actual y qué tipo de sociedad estamos construyendo actualmente y qué tipo de sociedad realmente queremos, de manera de abrir un espacio para pensar y repensar sobre estos temas donde confluyen diversas esferas del hombre.
El tema se vuelve relevante pues en el último tiempo los espacios de consumo han adquirido una relevancia sumamente importante en Chile, como símbolos del desarrollo económico del país y de la modernidad, muchas veces sin sopesar las consecuencias que éstos pueden generar en términos sociales, culturales o ambientales. La primacía sin duda es económica: pero, ¿quiénes son los que realmente se benefician con el auge de los espacios de consumo, y por otro lado, quiénes son los perjudicados? Se han revestido como la llave para convertirnos en un país del primer mundo, como el camino al progreso que derribará las desigualdades existentes en nuestra sociedad, como fuentes de trabajo y lugares de categoría mundial, desplazando los intereses de una sociedad más justa capaz de garantizar servicios mínimos a sus ciudadanos como lo son la educación, la salud y contribuir al desarrollo de las personas en diversos términos. Desde un análisis crítico como el precedente, el panorama se vuelve más oscuro, pues Kidzania es un centro de diversión para niños, por lo que se los estaría fijando en una estructura que simbólicamente elimina la espontaneidad del sujeto y la posibilidad de rechazar el estatus quo: se somete al sujeto a una especie de adoctrinamiento desde temprana edad, mutilando la inocencia de la infancia y condenando la subjetividad. Por último se concluye que al reproducir un modelo de la sociedad, se reproduce con ella la diversa gama de mecanismos racionales del mundo moderno de manera implícita y sin considerar los rasgos opresivos que éstos mismos conllevan, lo que lleva a pensar que éstos han sido sujetos de un proceso de naturalización, como si hubieran estado ahí desde siempre y siempre los estarán, incapaz de pensarse una realidad diferente.
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