Tu ciudad, Mi ciudad
Por Alejandra Ugarte, Fundación Gestión Vivienda.
Hacia el 2008 un amplio terreno ubicado en el sector norponiente de Rancagua se encontraba en completo abandono, tras el fracaso comercial del Shopping Punta del Sol. Después de evaluarse distintos usos para el espacio se decidió construir allí un conjunto de viviendas sociales.
Meses más tarde Plataforma Urbana publicaba el artículo “No quiero pobres al lado mío”: ¿Cómo es posible utilizar esos terrenos para construir viviendas sociales, habiendo tanto terreno desocupado? ¿Por qué echar a perder todo lo que han construido los vecinos del sector?”. Las preguntas se las hacían las familias que habitaban los alrededores y que habían creado una página en facebook para oponerse al proyecto inmobiliario. Sumaba más de 2.000 adherentes a septiembre de 2009.
En julio de 2012 las nuevas viviendas de Punta Del Sol fueron entregadas a 206 familias de Rancagua. Don Pedro Pablo Salas, uno de los dirigentes de los comités de vivienda, manifestaba emocionado estar muy agradecido por esta iniciativa que le había parecido un sueño durante los tres años de trabajo con las familias que se preparaban para ser comunidad, mientras se construía.
Pero los antiguos habitantes del sector siguen temerosos.
Al parecer, la “mixtura” de espacios nos recuerda todo lo que queremos olvidar. La segregación residencial nos protege. Nos mantiene alejados de lo que no conocemos, nos aparta de los miedos, vacíos que repletamos con prejuicios que justifiquen el temor. Así, los otros son “delincuentes”, “drogadictos”, “sucios” o “flojos”, pero están lejos. Si conocemos a los otros, porque alguna vez fuimos uno de ellos, la segregación residencial nos ampara con el olvido de ese estado arcaico de nuestras vidas en el que estábamos más abajo en la escala social. Salí de ahí, soy otro, no vuelvo.
Mejorar las opciones de localización para los más vulnerables, entonces, nos provoca. Más allá de la especulación inmobiliaria individual que nos hace calcular la plusvalía en el tiempo de las propiedades que adquirimos.
Ana María Rojas tiene 51 años. Hace 5 compró junto a su marido una casa en la Villa Parque del Sol. Desde entonces pagan dividendo mensualmente, gracias al trabajo de ambos. Cuando supieron que se construiría Punta Del Sol temieron que su vivienda perdiera valor. Se asustaron con los temores de los vecinos. Se preguntaron quienes llegarían a vivir al nuevo barrio.
“Varios vecinos de nuestro sector vendieron inmediatamente. Otros iniciaron una campaña en contra. Algunos decían que los nuevos iban a violar a sus hijas, que iban a dejar lleno de mugre el lugar, entre otras cosas” cuenta Ana María. Ella es una de las que decidió quedarse “Yo vengo de barrios, yo he ido avanzando en la vida gracias a mi trabajo. Entonces, creo que la gente debe tener oportunidades para salir adelante. Con mi marido decidimos no discriminar antes de conocer”, agrega.
Ella tiene una pastelería, se llama “Donde la Memé”. Durante la construcción de Punta Del Sol vendió almuerzos a los trabajadores de la constructora. Ahora quiere que los nuevos vecinos le compren pasteles y empanadas. Esa es otra de las razones por las que se ha asomado, pero no la única “Yo he ido de a poco acercándome. He visto que ellos se juntan. Me gustaría participar en sus actividades, porque mis vecinos no se reúnen. No dejan que los niños jueguen a la pelota en la calle porque pueden echar a perder el pasto o romper los vidrios, por ejemplo”.
La conversación con Ana María me recordó la investigación que realizó Alejandra Rasse “¿Juntos pero no revueltos? Integración social en casos de proximidad residencial entre hogares con distintos nivel de ingreso”. En su tesis para optar al grado de Doctora en Arquitectura y Estudios Urbanos la socióloga explica los resultados del estudio que hizo en 4 fronteras metropolitanas de barrios distintos.
Esta mixtura genera inmediatamente una apertura de la geografía de oportunidades de los más vulnerables, pues la mayoría no había estado vinculado más que a pares durante toda su vida, sin ideas para visibilizar un futuro diferente ¿Estudiar yo? ¿Dónde? ¿Cómo? La exposición al otro le abre estas posibilidades.
Por otra parte, los vecinos de mayores ingresos van dejando caer sus prejuicios gracias al contacto cotidiano al que los obliga la cercanía “Ellos también se levantan en la mañana a dejar a sus hijos al colegio” “Ellos también salen a trabajar” “Ellos también arreglan sus casas”, dicen, según explica la socióloga.
Pero esta apertura es frágil. La cautela de los hogares de mayores ingresos hace que frente a cualquier experiencia negativa la confianza en el otro se pierda, con muchas dificultades de repararse. Un robo los alerta inmediata e irremediablemente, en la mayoría de los casos “Todos son unos ladrones”, concluyen.
Por eso es tan grave la disminución del contacto, el aislamiento y la discontinuidad cultural. La segregación espacial es una de las piezas de la cadena de exclusiones y la integración, en cambio, una posibilidad de dinamizar la inclusión social.