Los 150 años del Club de la Unión
[Solo para “caballeros”] La selecta institución capitalina celebrará su aniversario con proyecciones sobre su fachada de imágenes y videos alusivos a la historia del país.
TODAS las tardes, desde el 1 de julio del próximo año, hasta el 1 de enero de 2015, se proyectarán sobre la fachada del Club de la Unión imágenes y videos alusivos a los 150 años que cumple la institución el 8 de julio de 2014. En las paredes se verán rostros de socios ilustres, los que se van a intercalar con imágenes de la construcción del edificio de Alameda esquina Bandera, entre 1917 y 1925, además de videos de la historia de Chile, la que, según sus directivos, corre a la par con la del Club.
Esta intervención urbana, que comenzará todos los días a las 6 y media de la tarde y se prolongará por cuatro horas, será parte de las celebraciones organizadas por el Club, las que contemplan también la edición de un libro de lujo con la historia y el catálogo de las obras de arte que lucen sus salones, además de cuatro bailes con vestimenta de los años 20, el primero de ellos el 5 de julio de 2013, además de la apertura de sus terrazas y la remodelación de sus accesos. “Será un año y medio de celebraciones, debido a la importancia que esto significa en un país donde lo que no es autopista se transforma en supermercado”, señala Alexander Skoknic, secretario ejecutivo del Club, quien ve en estos eventos una forma de preservación y puesta en valor del Barrio Cívico en el que está ubicada su sede.
Si bien el edificio ideado por el arquitecto Alberto Cruz Montt se inauguró en septiembre de 1925, la historia de la institución comenzó a pocas cuadras de ahí, en la esquina de Estado con Huérfanos, en la casona de Joaquina Concha de Pinto, donde se reunían los 60 primeros socios, quienes luego emigraron de una residencia a otra hasta que en 1864 el Presidente José Joaquín Pérez firmó su decreto de fundación. En 1912 compraron un terreno de las Monjas Agustinas en el centro de la capital, donde levantaron el actual edificio de estilo neoclásico de tres pisos, al que le sumarían un cuarto nivel en 1945.
Más de un centenar de operarios tienen por misión mantener los amplios salones tal cual como eran en sus inicios. Como la gran barra de madera del restaurante, que con 26 metros de largo es la más grande de Sudamérica. En ella, durante los años 30, el abogado y ministro Ernesto Barros Jarpa solía pedir un sándwich de jamón con queso derretido, lo único que alcanzaba a almorzar en los 10 minutos de colación que le dejaban sus labores. Por eso, los meseros al verlo entrar pedían de inmediato el plato que hoy lleva su nombre.
Lo que tampoco cambia son sus estrictas normas, como el uso obligatorio de corbata en los varones, salvo en el mes de febrero, cuando pueden asistir sin ella, pero siempre con camisa. O la prohibición de entrar sin ser socio. Aunque esto último se flexibilizó en enero pasado, para quienes quieran arrendar para matrimonios o eventos de empresas.
Pero, sin dudas, su cambio más radical fue en 2006, cuando se permitió que las mujeres fueran parte del Club. Hasta entonces sólo podían asistir en compañía de sus maridos a bailes y cenas. Nunca de día y jamás solas. Claro que de los más de mil socios actuales, sólo cuatro son mujeres.
Otro emblema del Club es su barbería. El peluquero Alberto Robles cuenta que en sus años de gloria el salón -ubicado en el subsuelo- era atendido por 12 peluqueros y cuatro manicuristas, los que recibían a un verdadero batallón de caballeros de alta alcurnia que componían la membresía del lugar. Lo que contrasta con la actualidad: en un día ajetreado llega a atender a un máximo de siete socios.
“Lo que pasa es que la clase alta antes vivía cerca, en República o el Parque Forestal”, aclara Robles. Señala que los visitantes actuales o son muy adultos o vienen de paso, porque trabajan en la Bolsa o en el gobierno.
El piso de la barbería es de mármol de Carrara blanco marfil con incrustaciones verde oscuras. Todo reluce. En su perímetro descansan los ocho sillones americanos marca Koken, de respaldo y brazos de losa blanca. En los 87 años que lleva abierto el salón, se han echado a perder tan sólo cuatro. “Hacemos corte varón, pero la mayoría llega y se va casi igual. La idea es que no se note que pasaron por la peluquería”, remata Robles.