¿Qué tan “naturales” son los desastres?
Por Vicente Sandoval, PhD Student at Development Planning Unit, University College London
Chile es un país que históricamente ha sufrido de amenazas naturales, como son las erupciones volcánicas, terremotos, deslizamientos de tierra, inundaciones y sequías, entre muchas otras, las cuales de alguna u otra forma han desencadenado los llamados desastres “naturales”.
La reciente erupción del volcán Chaitén en el 2008, que causó el desplazamiento de más de 7.000 personas desde la localidad del mismo nombre, así como también el terremoto y subsiguiente tsunami del 2010, que provocó más de 300.000 viviendas dañadas, alrededor de 500 muertes y un total en pérdidas estimadas entre 15 mil y 30 mil millones de dólares –cercano al 10% del PIB–, revelan los inmensos costos económicos y sociales que tienen los desastres en nuestro país. Aún más importante, éstos desastres revelaron que aunque los eventos naturales como terremotos y erupciones volcánicas mueven el piso de ricos y pobres, o cubren de cenizas los techos de la gente con dinero y de aquellos que poco tienen, los costos y efectos de tales eventos no se reparten de la misma forma. En casi todos los desastres del mundo, los pobres, las minorías, y en general los grupos más vulnerables, están siempre en el corazón de los desastres, y son siempre quienes más sufren los impactos de los mismo, ¿Por qué?
Para que se consiga una situación de desastre o de riesgo de desastre se necesitan sólo dos elementos: un sistema, una persona o una comunidad “vulnerable” y una “amenaza”, la cual puede ser de origen natural, pero también humano, como son los riegos producidos por las plantas nucleares, represas, zonas de industrias químicas, entre otras. Así, vulnerabilidad y amenaza, son los dos elementos que en lo posible habría que evitar juntar. La mala noticia para Chile, es que hay más amenazas naturales presentes en el territorio de las que nos podemos imaginar, y que en interacción con una alta vulnerabilidad, hacen de Chile un lugar propicio para el riesgo y la sucesiva ocurrencia de desastres.
En los últimos 40 años, el mundo académico, pero especialmente el mundo político, se ha empeñado en combatir los desastres a través del aumento del conocimiento sobre las causas físicas de los eventos naturales, así como también a través de la inversión en grandes obras de infraestructura de mitigación, como por ejemplo, corta-fuegos regionales, represas anti-inundaciones, disipadores de lava, entre otras. Paradójicamente, el número de desastres, así como el número de muertes y de los costos económicos de los desastres se ha duplicado cada década desde 1960. ¿Cómo se explica este aumento?
Investigadores como Kent Hewitt y Enrico Quarentelli fueron pioneros al señalar que debemos comenzar a fijar la mirada en las causas sociales de los desastres, en la responsabilidad que tienen los estados, los gobiernos, las políticas públicas y los modelos económicos en la producción del riesgo de desastre. A partir del trabajo teórico y empírico de cientos de investigadores sobre la producción social de la vulnerabilidad, se ha comenzado a demostrar que los eventos naturales son en realidad ‘desencadenantes’ de los desastres, y no la causa raíz de los mismos. Pongamos un ejercicio teórico básico: En teoría, no puede existir una situación de desastre si ocurre un evento natural como, por ejemplo, un terremoto, pero la vulnerabilidad de una población dada es “cero”. Por otro lado, tampoco puede darse un desastre si una población es extremadamente vulnerable, pero no existe ocurrencia de un evento natural amenazante, o sea, amenaza “cero”. Así, la combinación vulnerabilidad-amenaza es la que determina la condición de desastre o el riesgo de desastre y no la amenaza por sí sola.
El fallo que han tenido los enfoques tecno-centristas en resolver la problemática de los desastres se puede explicar, en parte, debido a que se ha negado la importancia que tienen los factores sociales, económicos y políticos en la producción de la vulnerabilidad. Un reciente estudio del Dr Hugo Romero reveló que la mayor parte de la población de Talcahuano, que fue afectada por el Tsunami del 2010, vivía en zonas que ya habían sido identificadas como de alto riesgo, sin embargo, el gobierno autorizó la construcción de viviendas sociales ya que éstas tierras eran más baratas.
La ubicación de la población, en relación a las diferentes amenazas naturales presentes en el territorio, es una de las variables más importantes al momento del desastre. Por ejemplo, durante el huracán Katrina en el 2005, en EEUU, el 70% de los barrios inundados correspondía al 90% de la población más vulnerable de la ciudad de New Orleans; gente con bajos ingresos. Sin embargo, la ubicación no es la única variable importante en la evaluación de la vulnerabilidad, otras son, la calidad del entorno construido, la provisión de infraestructura y servicios básicos, acceso a asistencia sanitaria, educación y seguridad, la posibilidad de asegurar los bienes, tener ahorros, y pertenecer a redes sociales y familiares que ayuden a absorber los impactos del desastre. Todas éstas variables que se cruzan con la ocurrencia de un evento natural extremo son determinantes para definir el nivel de riesgo en el que se vive o el nivel de desastre. Sin embargo, éstas poco tienen que ver con la naturaleza como tal, están más bien sujetas a factores sociales, económicos y políticos. La gran diferencia radica en el hecho de que, como seres humanos, es ya reconocido que tenemos poco, o muy poco control sobre los eventos naturales, no obstante, sobre aquellos factores que determinan la vulnerabilidad tenemos toda, o casi toda la responsabilidad.