El museo “viviente” que recuerda las micros antiguas de Chile y Argentina
El ex chofer y artesano que pinta autobuses en retablos:
Hasta 25 modelos de buses que van desde 1923 al año 2000 diseña Darguin Cortés, un chileno apasionado por la locomoción colectiva y que conquista a quienes visitan el Persa Biobío.
Darguin Hernán Cortés tiene 66 años y, en honor a su nombre, “conquista” desde hace más de dos décadas a cada transeúnte nostálgico que se topa con sus micros antiguas en relieve, las cuales pinta sobre retablos.
Nacido en Chile, recuerda que su pasión por los autobuses “le viene de toda la vida” y que cuando tenía diez años ya tenía claro que quería ser chofer, llevar a las personas y cortar boletos. “Mientras otros jugaban en el recreo, yo me dedicaba a pintar autobuses”, recuerda Cortés, quien asistió al colegio Don Oriones, ubicado en el camino a Melipilla.
Si bien es tornero mecánico de profesión, nunca la llegó a ejercer. “Me dediqué a todo menos a lo que soy”, dice.
Y dentro de ese “todo” fueron incluidos varios empleos como el de fotógrafo “chatarrero”, pero también el de sus sueños: “Logré manejar micros y trabajé con escolares en el mismo colegio donde estudié y otros de los alrededores”.
Un día leyendo un aviso en “El Mercurio” vio que se necesitaba un matrimonio para trabajar en Buenos Aires, Argentina. “Mi esposa y yo tenemos un gran espíritu aventurero y, sin pensarlo demasiado, nos fuimos a Argentina con nuestro hijo pequeño porque los otros dos ya estaban grandes”, comenta.
Así, en 1991 se decidió a cruzar la cordillera y pronto comenzaría su trabajo como administrador de edificios, mientras que su señora se especializó en hacer milanesas.
“Era un trabajo muy dedicado, pero en los ratos libres empecé a tallar micros basadas en un modelo argentino y luego las hacía con yeso”, dice Cortés. “Adrián, un quiosquero que estaba al lado del edificio me pidió que le hiciese algunas y quedaron muy lindas”.
Y así fue como empezó su nuevo negocio: vender sus diseños y mandar otros modelos, esta vez chilenos, a nuestro país para que los vendiese su hijo mayor a mil pesos.
“Esto me va a resultar cuando vuelva a mi Chile”, pensó por aquel entonces. Y no tardaría en comprobarlo. En 2004 volvieron al país y más tarde comenzó a trabajar en Transantiago. “Ya tenía 59 años, tenía que cubrir la previsión y la artesanía es algo muy aventurero, a veces se gana y otras no”, comenta.
Sin embargo, todo había cambiado para Cortés. “El trabajo de chofer ya no era el de antes, antes se cortaban boletos, la gente que entraba por la puerta de atrás pagaba mano tras mano y te saludaban”, dice. “Estoy espantado del estrés de ahora, de los turnos y del mal trato, por eso frenan tan rápido y no saludan a nadie los choferes”, compara, aunque reconoce que el sistema de las micros amarillas también colapsó y había que modernizarlo.
En 2011, ya jubilado, se instala en el Persa Biobío con su esposa y juntos se dedican a pintar y vender hasta 25 modelos de micros antiguas que circularon desde 1923. Ahora utiliza pasta-piedra, las hace en relieve sobre retablos y las pinta, con todo tipo de detalles, con témpera, esmalte al agua, esmalte sintético, óleo y barniz. “¡Fui el único tipo al que se le ocurrió que la locomoción colectiva no tenía museos!”, ríe.