“Santiago No Existe”
“Es fundamental que los arquitectos se vuelvan a hacer esas preguntas y no se limiten a aparecer “en la foto” con sus obras en revistas de diseño y decoración. Claro, las preguntas presuponen un riesgo -cuando no son meras preguntas retóricas-: suelen ser incómodas, desinstalan” – Cristián Warnken , Jueves 06 de Diciembre de 2012, Diario El Mercurio
La verdad no existe, sólo existe una sumatoria de ellas que hacen un difuso total.
La virtud de vivir en comunidad es que tenemos la posibilidad de encontrar en el otro una realidad que enriquece la propia, y a partir de un proceso de aceptación, esa sumatoria puede finalmente acercarse a una verdad comunitaria, y no individual.
El desafío urbano es justamente enfrentar la carencia de una totalidad que sea capaz de leer todas las verdades que movilizan a los ciudadanos y a los usuarios de las urbes. Es más, las autoridades y los privados que intervienen en el “crecimiento” urbano hacen todo lo contrario, buscan imponer sus visiones e intentan sesgar cualquier atisbo que comprometa el interés individual. Para los admiradores de Chicago, todo es transable si alguien lo paga.
La calidad de la ciudad es lo que finalmente determina el valor de lo privado, por ende una ciudad que aspire a ser justa debe cerciorarse de poseer una plataforma pública de igual calidad para todos, sin distinción. En definitiva, no hay diferencias ni categorías entre espacios públicos, todos son equivalentes en cuanto a los derechos civiles que le sostienen como valor justamente público. La ciudad, es una conjugación múltiple del individuo, su domicilio y el hecho público. Somos en el otro justamente en el espacio público.
No es aceptable que las ciudades, especialmente latinoamericanas y en particular en un ejemplo a nivel mundial de segregación como lo es Santiago de Chile, se justifiquen y validen diferencias en la calidad de los espacios públicos aduciendo su distribución geopolítica, ergo: socio-económica.
Esto es un juego que siempre ganarán los que tienen recursos. Peor aún, Santiago no es una ciudad, es un enjambre de lugares sin condición equivalente para una globalidad que dice ser ciudadano de ella. Santiago es un puzle sin relación entre sus piezas, ya que justamente el hilo que les permitiría unirse es el espacio público. No es posible pretender llamarla ciudad cuando sólo un tercio de una superficie que dice llamarse Santiago de Chile está relativamente consolidada, cuando los niveles de accesibilidad se concentran en ese tercio, y los habitantes de ese tercio tienen más autos que personas, no es posible que la figura del intendente Metropolitano sea un personaje que esté preocupado de suspender conciertos o aprobar partidos de fútbol, cuando es la única figura en la estructura geopolítica que eventualmente podría catalizar la lógica de una ciudad. Es cierto, no es responsabilidad de él, porque no posee atribuciones para coordinar los intereses de cada parcela, ni menos para poder redistribuir los recursos por igual a toda la ciudad. En el Chile macroeconómico no existe espacio para el espacio público, es sólo un problema, es una pérdida para el mercado y para su lucro.
Después de los ciclistas furiosos, seguro vendrán los ciudadanos furiosos, y ahí, el rufián que esconde al político, saldrá a vender a moros y cristianos que no hay espacio para lo público en un país que busca ser desarrollado en un par de años más con la excusa que él, no genera desarrollo ni crecimiento. Si se insiste en el modelo de Chicago para transar todo lo que ofrece la ciudad sin velar por la distribución de la riqueza urbana, Santiago no existirá como una globalidad, sólo será y seguirá siendo una parcialidad. Seguirá siendo un par de comunas, seguirá siendo un centro, valioso, histórico y con diversidad, pero no una ciudad.
No es posible que sólo 5 comunas de toda la Región Metropolitana concentren el 42% de los ingresos municipales de un año y que la repartija miserable a modo de limosna se concentre en un fondo que alcanza para no patalear. Muy de patrón de fundo, de terrateniente rancio. No es justo ni ético y no hay respuesta macroeconómica que valga. Simplemente una vergüenza.
Si queremos una ciudad justa (se supone que la gran mayoría quiere eso), debemos cambiar la estructura de distribución de la riqueza (Fondo Común Municipal) ya que no funciona, y debemos crear una entidad o agencia estatal urbana con plenas atribuciones, recursos y capacidades técnicas y que tenga como misión coordinar el crecimiento urbano, la distribución de la riqueza y velar por la igualdad y calidad del sentido y la esencia de vivir en una ciudad: vivir en compañía de otro.