La odisea de comprar en Meiggs
El intrincado laberinto de juguetes no se detiene en Navidad. Un recorrido por este barrio revela una evolución que les ha costado más que sudor a sus locatarios.
Aunque los termómetros digitales de la vitrina marcan 29 grados, la sensación térmica en Salvador Sanfuentes esquina Garland es infernal. Es un caluroso día en el corazón de Meiggs y la cercanía de la Navidad enciende un barrio cada día más cosmopolita. Un joven dominicano barre la entrada de una importadora de juguetes. Lo observa desde la caja el dueño coreano del local, mientras unas gitanas regatean un set de dinosaurios de plástico.
Afuera, entre toneladas de cajas de cartón usadas, “la novedad del año” sigue siendo la misma: hacer felices a los más chicos. Lo que cambia es el catálogo. Lanzaguas que parecen enormes jeringas de colores, helicópteros a radiocontrol, bicicletas con luces Led, las populares muñecas Monster High, máquinas para hacer helados y otras franquicias se acumulan en el concurrido pasaje de la comuna de Santiago.
Por estos días, Meiggs recibe a 60 mil chilenos por día, con un peak insospechado en la previa a Nochebuena, que puede llegar a superar el millón de personas el fin de semana, según Carabineros. Actualmente, el sector suma 3.100 locales de variedad inabarcable. Todo repartido en tiendas establecidas, puestos de la vía pública y galerías con olor a tolueno. Otro punto importante del barrio son sus viviendas, que pasaron a convertirse en bodegas y que han aumentado su plusvalía de $ 50 millones a $ 100 millones por la demanda de espacios.
José Oliva hace un alto en la venta de árboles navideños para hacer memoria. Hace 36 años que tiene un negocio familiar en Meiggs esquina Salvador Sanfuentes. “Partí vendiendo bolsas para la feria”, dice. Hoy, es dirigente del comité de comercio de vía pública que agrupa al centenar de puestos establecidos que flanquean toda la calle paralela a la Alameda.
Oliva cuenta que desde que los locatarios se organizaron en 2001, se han invertido más de mil millones de pesos en mejoras. “Esto antes era un desastre. Las calles eran más angostas y la gente se estresaba. Ahora es más amplio, cómodo e iluminado”, señala. A un costado, un par de maniquíes puestos en altura advierten “Mantenga a la vista su cartera”, para prevenir cualquier riesgo que hiciera conocido a Meiggs años anteriores. “La modernización que hicimos incluyó nuevos puestos, luminarias, patios de comida, la contratación de guardias, mayor participación de la policía y trabajo conjunto con la municipalidad para lograr un paseo seguro”, agrega.
Hace poco menos de un siglo, las veredas de Meiggs ofrecían provisiones, telas, gallinas y pavos vivos dentro de canastos. También verduras y frutas en un mercado que con el tiempo fue desplazándose hacia Blanco Encalada, mientras el sector aledaño a la Estación Central iba cambiando en su oferta de mercaderías, fuentes de soda y hospedajes. La oferta influyó también en nuevos clientes: mayoristas de todo el país llegaban en tren para comprar acá por volúmenes más convenientes.
Hoy, el escenario incluye vendedores que vocean muñecas que hablan o peluches que bailan, cosméticos y ropa interior. Unos niños testean una consola de videojuegos alternativa y una pareja colombiana vende almuerzos para llevar. Incluso, agregan colados para guagua en su menú a la salida del Portal Exposición.
El gigantesco mercado Dimeiggs, la más longeva tienda del sector, que data de 1937, ha sido testigo del cambio en el paño que se extiende entre Bascuñán Guerrero, Exposición, Alameda y Grajales. Carlos Román, el administrador de turno, cuenta que tienen clientes que vienen de todo Chile, incluso desde Isla de Pascua, y que se han abierto a nuevos espacios inaugurando una sucursal en Costanera Center.
El negocio de Meiggs es tan bueno que cautivó a las colonias china y coreana, que compraron cerca de un 60% de los locales a los antiguos dueños chilenos y árabes. “Es un cambio generacional también. Los hijos de esos empresarios tienen formación universitaria y no están mayormente interesados en seguir con el negocio familiar, y así los locales van pasando a nuevos inversionistas”, relata Román.
A la salida, las familias con coches forman monumentales atochamientos que los vendedores aprovechan para ofrecer mercaderías que parecen sacadas de un catálogo futurista. Lentes de sol con conexión inalámbrica al celular, muñecas que proyectan fotografías en la pared y globos terráqueos que flotan sobre su base.
Algunos niños aprenden el negocio familiar con calculadoras de juguete a un costado de la tienda o envuelven regalos tras el mostrador. Un locutor disfrazado de Viejo Pascuero y megáfono destaca ofertas de último minuto: “Un imbatible 2 x 1 en celulares”, avisa. Una mujer instala una caja en plena calle y grita: “¡Las últimas Monster High!”. Se desata una turba por el juguete más deseado por las niñas esta Navidad y en segundos sólo queda una caja de cartón abandonada en la calle.
Las galerías que dan a Bascuñán también venden tecnología oriental y textiles indios. Toallas con el rostro de Felipe Camiroaga flamean entre cubos que reproducen música en MP3, marcos para fotos digitales y celulares con TV y espacio para tres chips.
Dentro de poco este laberinto de juguetes espera concretar una alianza con recicladores para capitalizar la tonelada de cartón que se desecha a diario y dar un paso adelante con la construcción de estacionamientos.