¿Qué hace que una ciudad sea “Biofílica”?
El término “biofilia” es utilizado por la Universidad de Harvard para definir el grado en que los seres humanos están conectados con la naturaleza y con otras formas de vida.
Timothy Beatley, autor del libro “Ciudades Biofílicas: Integración de la Naturaleza en el Diseño y Planificación Urbana”, aplica el término biofilia a las ciudades que presentan un diseño urbano que les permite a los habitantes desarrollar actividades y un estilo de vida que los deja aprender de la naturaleza y comprometerse con su cuidado. Asimismo, las instituciones locales de las ciudades biofilicas destinan parte del presupuesto de los gobiernos locales para cumplir este compromiso.
Para Beatley, el diseño biofílico ha aumentado en los últimos años de forma particular en los edificios que buscan integrar características naturales, como luz, ventilación y vegetación; sin embargo, la gran mayoría de los centros urbanos no han canalizado sus esfuerzos en desarrollar esta tendencia.
A continuación podrás conocer siete características de las ciudades biofílicas.
1. Abundante naturaleza en las proximidades de las ciudades con un gran número de habitantes
Para cumplir con esta característica, las ciudades biofílicas tienen programas públicos de infraestructura de áreas verdes que les permiten destinar un porcentaje de su presupuesto para financiar estos proyectos. Teniendo esto en cuenta, Nueva York califica como una ciudad biofílica, ya que cuenta con el programa PlaNYC, el que busca que en 2030 cada habitante de la ciudad tenga un espacio público verde a 10 minutos caminando. Seattle también clasifica como una ciudad biofílica, porque tiene el plan Seattle P-Patch, el que apunta a construir un huerto urbano comunitario por cada 2.500 habitantes.
2. Afinidad entre ciudadanos y flora y fauna nativa
Beatley considera el clima, la flora y la la fauna como características que definen el hogar urbano. Por esto, considera fundamental que las autoridades municipales eduquen, estimulen e incentiven a los habitantes a conocer las especies locales y nativas de flora y fauna, para que las comunidades valoren sus beneficios ambientales y busquen preservarlos.
En Wellington, Nueva Zelanda, esta práctica ya es una realidad gracias al trabajo de más de sesenta grupos comunitarios y voluntarios de conservación que en los últimos dos años han realizado 28.000 horas de servicio en 4.000 hectáreas de reservas naturales. En el caso de Oslo, Noruega, más del 81% de los habitantes visitó en 2012 los bosques que rodean la ciudad, lo que demuestra el aprecio que sienten los residentes por el paisaje natural.
3. Oportunidades para estar al aire libre y disfrutar de la naturaleza
La urbanización desemboca en la falta de áreas verdes y en la apreciación de los terrenos baldíos como un verdadero premio. Para no crear la sensación de que faltan espacios verdes, se pueden conectar los parques urbanos existentes a través de senderos que facilitan el ingreso a estas áreas por parte de los habitantes urbanos. De esta forma, las ciudades biofílicas ofrecen varias opciones para estar al aire libre y realizar paseos.
Singapur ya ha conectado sus parques, integrando 200 kilómetros de senderos mediante pasarelas elevadas que permiten que habitantes de distintos puntos de la ciudad ingresen a los parques. Por su parte, Anchorage, Alaska, tiene 1,6 km de senderos naturales cada 1.000 habitantes. Éstos son multiusos y entregan la posibilidad de utilizarlos durante todo el año, ya sea para realizar excursiones o esquiar.
4. Ambientes multisensoriales
La integración de espacios naturales y corredores ecológicos en la trama urbana puede ayudar a crear las condiciones necesarias para nuevos espacios multisensoriales, en donde los sonidos naturales son tan apreciados como la experiencia visual de recorrer un parque. Un ejemplo de espacios multisensoriales es un proyecto noruego que busca iluminar ocho ríos de Oslo. Ésto será parte de Akersleva, un corredor que permitiría que los ciudadanos del centro de la ciudad se trasladen hasta los parques cercanos pasando por pasillos con 14 zonas de silencio.
5. Las ciudades biofílicas le otorgan un papel importante a la educación de la naturaleza en terreno
La educación sobre la naturaleza puede fomentar la adopción de una vida sostenible por parte de la población. Las ciudades biofílicas le dan importancia a la educación en terreno, porque entrega la posibilidad de unirse con otras personas para conectarse con la naturaleza, ya sea a través de caminatas guiadas, campamentos o voluntariado para restaurar zonas naturales.
En Limerick, Irlanda, varios grupos ambientalistas están trabajando con el municipio para educar a la población sobre la biodiversidad y las especies salvajes autóctonas. Urban Tree Project y Limerick City Biodiversity Network son dos nuevas agrupaciones que han involucrado a la población local con la naturaleza, ofreciéndoles caminatas guiadas, conferencias y recursos on -line para conocer la importancia de la biodiversidad.
6. Inversión en infraestructura social que ayude a la población urbana a comprender la naturaleza
La inversión en esta materia es un excelente indicador de una ciudad biofílica. Según Beatley, las ciudades de este tipo invierten un 5% de su presupuesto dedicado a biodiversidad y al menos ponen en funcionamiento un proyecto biofílico cada año. Con esto, se pueden construir centros de vida silvestre y museos de historia natural, se pueden financiar iniciativas escolares y programas de recreación, entre otros.
En Portland, Oregon, este porcentaje de presupuesto se ha superado notoriamente y se han hecho grandes inversiones en infraestructura social y “verde”, ya que cuentan con los parques urbanos con mayor superficie per cápita de Estados Unidos. Por su parte, N’Parks de Singapur, tiene un programa de incentivos titulado Skyrise Verde, el que financia hasta un 75% de los proyectos para huertos urbanos en azoteas y muros vegetales.
7. Las ciudades biofílicas toman medidas para apoyar activamente la conservación de la naturaleza
Las ciudades deben tener en cuenta su huella ecológica y los impactos negativos sobre el medioambiente que genera la población y las actividades que en ella se desarrollan. Para lograrlo, las ciudades – que se pueden denominar biofílicas – se centran en el desarrollo compacto y en la designación de espacios protegidos mediante la creación de planes de acción que protejan la biodiversidad del lugar.
En Nagoya, Japón, un 10% del suelo se sitúa a un costado de los límites urbanos para que quede en un estado no gestionado y se pueda proteger como reserva natural. En tanto, Phoenix, EE.UU., compró 17.000 hectáreas de desierto para evitar los efectos negativos de la expansión urbana de la ciudad y designar este terreno como un lugar para la conservación de la naturaleza.
También está el caso de Vitoria – Gasteiz, en el País Vasco, ciudad que está rodeadas por un cinturón verde para limitar el desarrollo de la ciudad y proteger el humedal Salburua. Como este plan ha dado buenos resultados, se esta estudiando la posibilidad de crear un anillo verde interior, para llevar áreas verdes al interior de la ciudad.
Para Beatley, los indicadores que se centran en la introducción y protección de áreas verdes naturales al interior de las ciudades, fomentan la interacción de los habitantes con la educación ambiental y restauración de los hábitats de las ciudades. Considerando que más de la mitad de la población mundial vive en centros urbanos que carecen de naturaleza, la biofilia se ha convertido en la mejor opción para las ciudades.