El último fotógrafo “minutero”
En los años 40 llegaron a ser cinco mil en Chile, pero hoy sólo queda un minutero. Se llama Alejandro Rojas, está en el núcleo de Santiago y es el único que sigue haciendo el proceso a la antigua para ganarse la vida: atrapa imágenes en un cajón y luego las revela adentro. El resto de sus colegas, aunque luce las nostálgicas caparazones, echa mano a las cámaras digitales.
Por Pía Rajevic, La Tercera
Era asombroso. Mientras la pareja de enamorados o la familia de paseo posaba para perpetuar el instante, ellos disparaban raudos el mecanismo que atrapaba las imágenes y, a continuación, en cosa de cinco minutos, realizaban todo el proceso de revelado manual al interior de la caja oscura sostenida por un trípode. Tras esa alquimia, desde el cajón surgía el retrato mojado, que los virtuosos oficiantes ventilaban impetuosos, para entregarlos a los transeúntes que se llevaban felices consigo ese pedazo de memoria.
Ya no quedan de estos personajes ambulantes que iniciaron su tarea en Chile hacia 1910 y que en los años 40 llegaron a ser 5.000. “Ya no hay ni en Valparaíso ni en Valdivia, donde antes había muchos. Me han dicho que soy el único minutero que queda en Santiago”, dice Alejandro Rojas, con 80 años y la mitad de su v ida dedicado a esta labor.
Minuteras llaman a estas cámaras, cuenta Alejandro. Eso, porque se obtiene la foto en pocos minutos. “La mía tiene 70 años, es completamente manual y, por lo mismo, eterna”, dice mientras apresta su vetusto equipo fotográfico en el costado de la Plaza de Armas, cerca de la calle Catedral. Allí se instala a diario, desde 1968, cuando comenzó a manejarla tras un infortunio personal. Un grave accidente le impidió seguir trabajando en la industria metalúrgica.
Partió con la misma cámara que hoy utiliza. Se la cedió un pariente que trabajaba con ella en la Quinta Normal, lugar de paseos dominicales, donde los minuteros -como se bautizó a quienes portaban estas cámaras- eran muy solicitados en el 1900.
Allí dio Rojas sus primeros pasos en la fotografía, hasta que consiguió un permiso para instalarse en la Plaza de Armas. Y aunque otros cuatro fotógrafos tienen la patente municipal entregada para realizar este quehacer “a la antigua”, sólo él sigue usando su minutera. El resto introdujo la nueva tecnología, con cámaras digitales e impresoras que hacen su trabajo allí mismo, pero que por fuera están cubiertas a la antigua usanza. “El carnet que tenemos dice fotógrafo minutero. Pasamos por artesanos, por eso a todos los que tienen el permiso se les exige tener una cámara minutera, pero ya no las trabajan. Yo también tengo de las otras máquinas, no vivo sólo de esto. Pero me mantengo haciendo fotografías con el cajón, en blanco y negro. Si me las piden, en 10 minutos hago todo en la caja, que es como un pequeño laboratorio”, cuenta Rojas.
No obstante su obstinación, el maestro relata que pocos solicitan estas imágenes, y los clientes prefieren que se las haga a color. “Es cosa de sobrevivencia, hay que tener la alternativa para echarle algo a la olla. La foto con negativo incluido (se refiere a la de cajón), vale $ 3 mil; la otra, a color, $ 2 mil, porque no lleva el trabajo de laboratorio”.
Su determinación de persistir “a la antigua” lo pone a veces en aprietos. “El papel y los químicos, son escasos y sólo unas pocas casas fotográficas siguen importando estos materiales. Esto va a acabarse, queda poco. Son materiales que ahora sólo los ocupan los estudiantes de periodismo. Les enseñan cómo fue la fotografía antaño, que todo comenzó con una cajita a la que se le hacía un hoyo, ponían el material adentro, y ahí se impregnaba la imagen para pasarla luego por los químicos. Asimismo lo hago yo ahora: realizo todo dentro de la caja cerrada. No debe entrar ni una gota de luz, porque si no, se veló la foto”, ríe el minutero. No lo hace muy seguido, pero de vez en cuando suelta una sonrisa.
¿Por qué insistir en el oficio, sin evolucionar como sus compañeros que han introducido nuevas tecnologías? Uno, por puro amor a la fotografía. “Hoy la llaman análoga. O sea, tradicional. Yo le llamo fotografía seria. El blanco y negro lo es; es más artístico. La foto seria tiene más valor que esa que andan disparando a diestra y siniestra con las cámaras digitales, tomando fotos al lote. Hacen 40 sobre un tema y eligen sólo una. En cambio, con estas cámaras (muestra su cajón) se toma una solamente, y tiene que salirte buena. La foto debe tener una razón, atrapar un instante. Pasan los años y se conserva la esencia de ese momento”, afirma Rojas.
Picardía mediante, también en extinción en estos tiempos, finaliza: “Así como hace 60 años que vivo con la misma mujer, mientras todos se casan y descasan, me resisto a dejar de ser minutero. Soy fiel, sigo con la misma cámara”.