Ercilla: los días en la comuna más pobre de Chile
Fundado en 1885. Un pueblo que añora a sus fundos y al tren que alguna vez abarrotó su estación. Sus habitantes coinciden en que falta trabajo. Sus jóvenes emigran en busca de otras perspectivas. Y todo parece difícil.
Por Sergio Rodríguez, La Tercera
Pelluco Torres. Así se llamaba el difunto padre de Bernardita, una mujer que a sus 52 años cocina, atiende, lava vasos y les fía cañas de $ 200 a los parroquianos de su bar El Araucano, en una esquina de la plaza de armas de Ercilla, IX Región.
“Menos mal que mi viejo ya no está. Era el presidente del Club Juvenil Obrero, un ídolo, y los sábados tenía que pasar a buscar en carretón a sus jugadores, porque todos terminaban muertos de cansados, por tanto trabajar recogiendo arándanos y duraznos en los fundos de la zona. Hoy día eso parece cuento”, dice.
Ercilla fue fundada en 1885 y bautizada así en honor a Alonso de Ercilla y Zúñiga, autor deLa Araucana. Queda a 98 kilómetros de Temuco. Tiene una calle principal y no más de ocho manzanas a la redonda. Un cajero automático. Un consultorio. Un liceo. Un servicentro con dos máquinas antiguas para vender gasolina. Y una noticia reciente, que sus 9.041 habitantes han ido asimilando poco a poco: que según el Ministerio de Desarrollo Social, a partir de un análisis de la Casen 2011, el 48,8% de sus residentes son pobres, la tasa más alta de Chile. O sea, que uno de cada dos ercillanos recibe menos de $ 72.098 al mes.
En un rincón del desocupado bar El Araucano, entre la penumbra y el polvo, “Calalo” Medina, quien dice ser maestro albañil, avala los números. “Quiero mucho a mi tierra, pero no hay dónde trabajar. A veces, en las trillas, nos pagan $ 5.000 por el día. Y sería todo. Aquí falta que llegue una fábrica de lo que sea”, rezonga, junto a otros habitantes en torno a la cincuentena.
Calle abajo, Waldo Flores (62) tiene un local de sastrería. Trabaja con dos máquinas Sindelen. Dice que cada tres meses logra vender una chaqueta en $ 5.000. “Lo que más hago son bastas y cierres, por $ 1.000. Al mes saco unos $ 100 mil y pagamos un arriendo de $ 80 mil. A nadie acá le alcanza. He regalado mucha ropa, porque llegan viejitos mapuches sin un peso y nada que ponerse”, cuenta.
Son las 13.00 del miércoles y las calles están vacías. En la plaza -limpia y con pasto bien cuidado- no hay gente. Los más jóvenes se reúnen en el “balneario”: una piscina natural junto al estero Hueque. “Hay gente harto floja también”, reclama Elvira Ligüen (70), desde su quiosco. Ella se levanta cada día a las 7.00 para vender flores. “En un mes bueno gano hasta $ 40 mil”, relata orgullosa.
El pueblo de Ercilla queda al norte de La Araucanía. Allí abundan los avellanos, robles y coihues. Está rodeado de comunidades, algunas mencionadas por el conflicto mapuche, como Temucuicui. Por sus calles, todo parece tranquilo, aunque algunos de sus habitantes a veces gritan en mapudungún a los extraños, haciéndoles notar que no son de allí.
Oliver Seguel tiene 59 años y hace más de una década que dirige la radio FM 100.3 Ercilla, donde lo que más toca son rancheras, música evangélica y folclor: “Afuera hay una percepción equivocada de nuestra pobreza. La gente se imagina que aquí las calles son de tierra y que todos somos mendigos”.
En la municipalidad aseguran que el 70% de las calles son asfaltadas y que hay agua potable y luz eléctrica en casi todas las casas. Efectivamente, Ercilla no luce diferente de otros pueblos. Para Seguel, el tema es diferente. “La gente no tiene conciencia de que es pobre, porque vive con sus gallinas, vacas, chanchos y su ruquita. Así lo ha hecho siempre. El problema es que no hay dónde trabajar. Tenemos un solo packing cerca, en Collipulli, y es estacional. Las forestales ya no contratan gente, porque todo es mecanizado”.
A unas cuadras de la plaza vive el agricultor René Urban, quien tiene resguardo policial permanente, tras sufrir decenas de atentados; el último -incendiario- en agosto de 2012. Uno de sus parientes cuenta que “en los 70 había unos 40 fundos y en ellos trabajaba todo el pueblo. Hoy quedan apenas tres o cuatro”.
Al otro lado de una pequeña colina queda la antigua estación de tren. Hoy luce igual que salitrera abandonada. Víctor Caro vive allí y supervisa, desde hace 25 años, los ferrocarriles de carga que van a Valdivia con madera. “Algo le pasó a este pueblo. En los 80 llegaba gente a veranear, a trabajar, otros salían a estudiar. La estación pasaba llena. El expreso se acabó en los 90 y ahora sólo vienen viejitos nostálgicos”.
El municipio funciona con un presupuesto anual de $ 1.300 millones, casi tres veces menor al que Vitacura, la comuna más rica del país, destina al pago de su planta administrativa: $ 4.600 millones. El edil de Ercilla, José Vilugrón, dice que para este año están construyendo un polideportivo y un mercado: “Aquí hay mucha pobreza y necesitamos ayuda estatal, pero los empresarios tienen miedo de invertir y sin eso no se saca nada”. Los delincuentes habituales, un problema de importancia en otras comunas, acá no son un tema mayor, afirma.
Muchos de los trabajos son improvisados, como el de Pedro Hernández (41), quien es carpintero, pero que cuenta que, por necesidad, empezó a hacer fletes con su carreta y su caballo “Aventurero”. “Me pagan $ 2.000 por llevar palos”, dice resignado.
En el consultorio también manejan cifras elocuentes. Eduardo Hermosilla, jefe de orientación médica, cuenta que tienen 8.154 pacientes inscritos y que “el 70% corresponde a indigencia Fonasa A, en su mayoría adultos y adultos mayores. Las principales enfermedades son respiratorias, infecciones digestivas y lumbares, probablemente, por el tipo de trabajo”, asegura.
A esto se añade un tema generacional. Iberly Catalán (22) y Karla Escobar (23) nacieron en Ercilla, pero estudiaron en otros pueblos y se radicaron en Santiago. La primera es enfermera y la segunda, profesora de educación física. Ambas sólo regresan en los veranos, para visitar a familiares y trabajar en los proyectos municipales estivales. “Uno quiere su tierra, pero los jóvenes tienen que irse. No hay cine ni paseos ni siquiera un pub o una disco. La ventaja es que tiene arriendos baratos”, dice Catalán.
Patricio Cortés, capitán de Bomberos, agrega que “hay detalles que te impactan. Mis hijos estudian en el liceo y uno ve cómo a veces sus compañeros del campo apenas tienen un par de zapatillas gastadas y la misma ropa para toda la semana”.
Pasadas las 21.30 ya casi no queda gente en las calles. La plaza se ve vacía y los negocios con candado. El ex alcalde Geraldo Padilla -quien escribió un libro sobre la historia de Ercilla- responsabiliza “al cambio productivo del suelo agrícola, que fue malo. Sólo se cultivaba trigo y avena. Los fundos no incorporaron tecnología. Sus dueños se mudaron, todo rindió menos y terminó siendo más rentable venderles la tierra a las forestales. Y Ercilla comenzó a envejecer”.
Tal como los parroquianos del bar, la florista, el sastre y el bombero, Padilla afirma que, en algún minuto, alguien abrió la puerta a la pobreza. “Y ahora nadie sabe cómo cerrarla”, sentencia.