Guillermo Franke, el barrio de la vida lenta
Por Miguel Laborde, El Mercurio
Los estilos de vida se están multiplicando y, por supuesto, se reflejan en los hábitos urbanos. Para un universitario, en un mundo que se ha vuelto cercano y casi doméstico -ya nada es muy remoto-, la ciudad donde se vive no es necesariamente la de nacimiento; es la que se elige. Por la experiencia, por trabajo, por lo que sea, el nomadismo está de vuelta.
Muchos jóvenes de países desarrollados están prefiriendo una vida a menor velocidad en España o Italia o, dentro de las ciudades, en sectores que tienen atmósfera de barrio donde se camina y se conoce a la gente. Como llegan allí por elección, por atributos cuidadosamente seleccionados, el compromiso con el lugar es mucho más alto; están dispuestos a participar en su desarrollo.
Las agrupaciones vecinales son a veces decisivas como espacio de relación entre las personas y la sociedad. Es el caso de la formada en el barrio Guillermo Franke, que tiene su epicentro en la zona donde se encuentran Miguel Claro con la Avenida Sucre. Es un muy buen sector de Ñuñoa, por su equipamiento completo y su atmósfera residencial; pronto se sumará la conectividad del Metro. Está junto al Barrio Italia, apreciado por su perfil, pero en Guillermo Franke no quieren seguir sus pasos; su identidad es otra, menos pública, aunque tiene su polo gastronómico en torno a la plaza que le da el nombre.
Sus vecinos llevan cerca de diez años organizando actividades, especialmente desde que las inmobiliarias comenzaron a visitarlos y se vieron enfrentados a decidir si vendían o no sus propiedades. Ahí descubrieron que el barrio les aportaba un lugar en el mundo, una pertenencia; eran de ahí, de esa comunidad que se congrega entre las avenidas Manuel Montt y Salvador y las calles Rengo y Cirujano Videla. Varios son arquitectos, fotógrafos, diseñadores gráficos, que a veces, además, trabajan ahí mismo, lo que en una ciudad de creciente congestión tiene un valor cada vez más alto.
En los vagones del Metro de Madrid había antes un letrero, pintoresco: “Ante todo, mucha calma”. Es que muchos no quieren vivir “Bajo presión”, título de un libro de Carl Honoré, quien descubrió que, aunque cumpliendo con leerle un cuento a su hijo cada día, se estaba saltando frases, párrafos, páginas, por cansancio. Y ahí se detuvo, y escribió su primer éxito mundial, Elogio a la lentitud, el que lo transformó en enemigo de “la secta de la velocidad” y en líder del movimiento Vida lenta.
El ciudadano de Chile está aprendiendo a tomar decisiones y a manejar su destino; está más dispuesto a la acción. Sabe que tiene derechos que antes nunca usó, y ya no acepta fácilmente entregar su destino a otros, sean del municipio o de las inmobiliarias. Esto es un cambio radical en nuestros hábitos urbanos; luego de unos 450 años con un imaginario ligado al campo, o soñando con instalarse en una playa, la ciudad aparece en la primera preferencia como forma de vida. Ahora sí importa cómo es, qué se hace con ella, hacia dónde va. Por lo mismo, nuestras ciudades están mejorando.
Para conocer a Carl Honoré: www.carlhonore.com
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SIN APURO
En los vagones del Metro de Madrid había antes un letrero, pintoresco: “Ante todo, mucha calma”. Es que muchos no quieren vivir “Bajo presión”.