De la urbanización salvaje a los exiliados urbanos
Por Graciela Mariani, Arquitecta, Planificadora urbana y regional (UBA). Fundadora del blog Nuestras Ciudades.
Los que trabajamos con las ciudades, siendo o no urbanistas, sabemos que solo las leyes de uso del suelo, ordenamiento territorial, sus códigos y reglamentaciones correspondientes y una activa participación ciudadana, es aquello que nos garantiza el no quedar a merced de las conveniencias políticas e intereses arbitrarios e insaciables de los desarrolladores inmobiliarios.
Vemos, con tristeza que en este mundo globalizado, el destino de nuestras ciudades ha quedado a merced del mercado y no de los derechos del hombre a tener acceso a una mejor calidad de vida.
Los desalojos masivos son sucedidos de extensas demoliciones a fin de construir obras faraónicas de una voracidad económica descarnada, en desmedro de espacios verdes, espacios aéreos, que no tienen en cuenta limites en la densidad poblacional flotante y en la infraestructura de servicios necesaria y mucho menos respetan las características del paisaje urbano-ambiental.
Estas acciones obligan a gran parte de los ciudadanos a vivir en zonas marginales y en gran estado de precariedad o en su defecto a tener que habitar espacios que no cumplen con sus características sociales y necesidades culturales ni laborales. Tal es el caso de los muchas grandes ciudades, que contrariamente a lo supuesto, no se encuentran en rincones ignotos de la tierra, sino en ciudades tan soñadas como ha sido el caso de París y sus consecuentes disturbios en octubre y noviembre del 2005.
Peor es el caso cuando esto sucede en zonas urbanas consolidadas y de buena funcionalidad al solo efecto de solventar grandes negociados y desarrollos no sustentables.
Mientras que por otro lado renombrados arquitectos se enorgullecen en presentar y filmar para cadenas internacionales la construcción de enormes mega-proyectos, torres altísimas, hasta con canchas de tenis salientes en grandes ménsulas flotando a gran altura. Sus clientes solo pueden ser las grandes corporaciones y/o aquellos que las manejan.
Demás esta repetir que no se contemplan en estos proyectos el impacto ambiental y socio-económico que puedan llegar a producir. Y que generalmente, los mismos que hacen grandes campañas promoviendo la sustentabilidad o sostenibilidad, son los desarrolladores de mega-proyectos insustentables, que comprometerán aun más a las futuras generaciones negándoles todo tipo de derechos.
Por tanto no es de extrañarse que las modificaciones y excepciones a los códigos y planes vigentes, sean algo con que tanto habitantes como urbanistas deban enfrentarse de manera ya casi permanente.
La ciudad heredada y fragmentada
El siglo XX nos ha dejado en las grandes ciudades: vastos espacios utilizados para infraestructuras, como los ferrocarriles y las autopistas por un lado y enormes vacíos urbanos en donde se asentaron las antiguas industrias que fueron desplazadas a las afueras de las mismas
Por otro lado en este tercer milenio en Latinoamérica nos encontramos con tres tipologías de desarrollos habitacionales, claramente definidas: Conjuntos habitacionales de lujo, Barrios o comunidades cerradas y Desarrollos de Vivienda Social.
Todos estos se asientan sobre el territorio ejerciendo un claro dominio de su espacio. Unos han fragmentado la ciudad y los otros van invadiendo y usurpando las localizaciones preferenciales, los espacios verdes y públicos, generando una exclusión y segregación social de los sectores más vulnerables económicamente.
El resto, los intersticios, son tierra de nadie, quedando tan solo fracciones aisladas, y aun teniendo legislaciones que protegen el patrimonio edificado, este tiende a desaparecer en manos de los especuladores inmobiliarios.
Así, se van generando procesos, que los expertos denominan “gentrificación” que no es más que un denominador de moda que encubre a la especulación inmobiliaria, la “urbanización salvaje“.
La “urbanización salvaje”
La “gentrificación” es el proceso mediante el cual zonas degradadas se “ponen de moda” y pasan a reubicarse allí estratos de mayores ingresos. Es la manera en que se “disfraza” el lavado de dinero, la corrupción y la especulación inmobiliaria.
Las zonas con localizaciones privilegiadas son las agraciadas con los complejos de lujo para las clases más privilegiadas o para el turismo, al mismo tiempo van expulsando la población originaria, que al haberse valorizado su propiedad, puede venderla a mejores precios y acceder a una propiedad de las mismas o mejores características generales, en alguna zona más deprimida y/o alejada.
Este proceso de usurpación privilegiada que desplaza a unos y a otros, va creando un circulo vicioso en donde el que menos tiene se queda sin otra alternativa que la de emigrar a algún otro lugar, en donde tenga supuestas posibilidades de empleo, o terminar seguramente, en un asentamiento precario.
Estas nuevas construcciones se implantan sobre la estructura urbana preexistente, contando con servicios altamente sofisticados dejando relegados los servicios de la vieja ciudad, que intentan competir con aquellos infructuosamente. El espacio físico se acaba, las soluciones son cada vez más costosas y la ciudad se convierte en una masa antieconómica de metal y cemento.
Ese es el momento en que nos movilizamos, socialmente, diciendo: algo hay que hacer con lo ya construido y con las grandes densidades existentes, para las que nuestras estructuras urbanas no estaban preparadas.
Estos procesos de gentrificación provocada por el capital especulativo, genera lo que podríamos llamar: el círculo vicioso de la urbanización salvaje, que expulsa población hacia la periferia degradada.
Se ha hablado mucho sobre este proceso deshumanizador del crecimiento especulativo urbano, en donde las edificaciones no están orientadas para el uso los futuros habitantes sino tan solo a la venta o alquiler por entidades intermediarias que buscan únicamente el provecho económico.
A ese capital especulativo no le interesan ni los habitantes, ni la salud, ni la ecología ni las más mínimas de las necesidades humanas. Construyen para que el dinero que tienen se reproduzca y genere renta y por ende mas dinero.
Ciudades del futuro y “exiliados urbanos”
En estas condiciones el futuro es verdaderamente desalentador.
Venimos asistiendo, sobre todo en el último decenio, a las luchas de los movimientos sociales urbanos, por la tenencia de la tierra, el derecho legitimo a la vivienda, al agua y al saneamiento, a la regularización de la tenencia precaria del suelo, etc.
Estas luchas son reivindicadas, desde hace largo tiempo, por nuestras organizaciones sociales, sus reiteradas demandas les han permitido influir en desarrollos legislativos y en el planteamiento de políticas públicas en materia de vivienda, derechos contra los desalojos, gestión urbana y ordenamiento territorial.
Estas nuevas políticas públicas, comunitaria y participativamente generadas, han hecho que muchos gobiernos latinoamericanos estén tomando serias medidas al respecto, ya sea, a través del dictado de legislaciones urbanas y ambientales actualizadas, intervenciones directas en el territorio, y/o de controles específicos, con la ayuda de medidas innovadoras en materia de financiamiento del suelo urbano, vamos buscando darle forma de ciudad para todos, a lo descontroladamente construido y al déficit habitacional.
Aunque los datos de crecimiento poblacional y de futuras migraciones son alarmantes ya que se estima que la mayoría de esos nuevos habitantes urbanos serán probablemente pobres, dando así, como resultado, un fenómeno llamado por la Agenda Hábitat la “Urbanización de la Pobreza”, es decir: asentamientos precarios.
Estos asentamientos estarán caracterizados por problemas para acceder al transporte público, un estatus residencial inseguro, acceso inadecuado al agua potable, al saneamiento básico y a otra infraestructura, viviendas de baja calidad estructural y hacinamiento.
Y aun hay individuos y aun familias que quedan al margen del sistema, convirtiéndose en exiliados urbanos que ni siquiera pueden acceder a esos asentamientos irregulares, ya que también esas áreas irregularmente ocupadas, son manejadas por grupos de individuos que producen mercados informales de la tierra o las edificaciones ocupadas, cobrando también una renta para acceder a las mismas, a cambio de protección y una futura continuidad en el asentamiento.
Esta gente vive en las calles de la ciudad, a la intemperie, se tapa con plásticos o cartones, come lo que les regalan o de la basura, no tiene vida ni espacio propio: son exiliados urbanos o no-ciudadanos, que están excluidos de la sociedad.
Consideraciones finales
Ante este desolador panorama nos preguntamos ¿qué podemos hacer nosotros?
Y para encontrar una respuesta nos dirigimos al documento que se viene redactando y actualizando en los sucesivos Foros Sociales Mundiales del último decenio, la Carta Mundial del Derecho a la Ciudad que dice entre otras cosas:
“El derecho a la ciudad se define como el usufructo equitativo de las ciudades dentro de los principios de sustentabilidad y justicia social. … Se entiende como un derecho colectivo de los habitantes de las ciudades, en especial de los grupos empobrecidos vulnerables y desfavorecidos, que les confiere la legitimidad de acción y de organización, basado en sus usos y costumbres, con el objetivo de alcanzar el pleno ejercicio del derecho a un patrón de vida adecuado.” … “La ciudad debe ejercer una función social” … “Las rentas extraordinarias (plusvalías) generadas por la inversión pública, – actualmente capturadas por empresas inmobiliarias y particulares -, deben gestionarse en favor de programas sociales que garanticen el derecho a la vivienda y a una vida digna a los sectores que habitan en condiciones precarias y en situación de riesgo.”
Dado que la ciudad nos cambia y últimamente es mas para mal que para bien, debemos tener el derecho de cambiarla a ella, cambiándonos a nosotros mismo.
El Derecho a la Ciudad es uno de los derechos más descuidados y eso es algo que debemos revertir, reconquistando la ciudad para sus habitantes.
Publicado originalmente en laciudadviva.org