La constante batalla contra la evasión
Por Vanessa Díaz B. Centro de Documentación, El Mercurio. (16/06/13)
El que algunas personas no cancelen el pasaje de la locomoción colectiva es un problema que data de principios del siglo veinte, y que parece aún no tener solución.
Uno de los grandes dolores de cabeza que ha provocado el Transantiago a las autoridades desde su puesta en marcha, en febrero de 2007, es la evasión: el primer trimestre de este año, uno de cada cinco pasajeros no pagó por viajar.
Pero no ha sido un problema exclusivo del Transantiago. A principios del siglo XX y con la llegada del tranvía a Chile, las empresas encargadas se dieron cuenta de que se producía un cierto grado de evasión, y las sospechas apuntaron a los maquinistas, quienes se quedaban con parte del dinero recaudado.
Para combatirlo, se contrató a un grupo de mujeres para encargarse de la recaudación del dinero y entrega de boletos. Estas “cobradoras de tranvías” pronto ganaron fama de tener un carácter fuerte y poco amistoso. Algo que las convirtió en objeto de burlas y críticas por parte de los hombres, ya que en la época el rol femenino se reducía a ser dueña de casa.
En un artículo de la revista Zig-Zag de diciembre de 1923, una trabajadora testimoniaba lo difícil de su labor: “Todo recae sobre nosotras; no hay reclamo contra la empresa que no nos griten a la cara (…) y ganamos una miseria a la semana”. En efecto, para esa fecha las cobradoras ganaban $ 4,50 al día, lo que les servía, con suerte, para alimentar a sus hijos.
Entre 1938 y 1940, las cobradoras fueron desapareciendo. Algunas reseñas indican que se debió a la exigencia de que las empresas tuvieran salas cuna para las trabajadoras, mientras que otras aluden a la aparición de los buses tipo “góndola”, para los cuales se prefirió que quienes cobraran fueran hombres jóvenes.
Con el pasar de los años, la misión de cobrar gradualmente volvió a manos de los choferes: desde 1994 y hasta principios de 2007, las denominadas “micros amarillas” fueron las encargadas de transportar a los santiaguinos, no exentas de varias polémicas.
Una de esas fue ocasionada por el desacuerdo entre empresarios microbuseros y el Gobierno por las medidas adoptadas para evitar que los conductores manejaran y cobraran el pasaje. Esto, entre otras cosas, apuntaba a evitar la evasión que se daba cuando pasajeros pedían ser llevados por la mitad del valor del pasaje o cuando los choferes no daban boleto y se quedaban con el dinero.
Las alternativas dadas a los micreros eran instalar un cobrador automático o, en su defecto, contar con un “cobrador humano”. Los empresarios reaccionaron airados: decían no contar con el tiempo que daba la ley -la medida se prorrogó en dos ocasiones- ni con los recursos necesarios para pagar a una persona que hiciera esa labor.
Pero las quejas de los usuarios que reclamaban que dicho cobrador no permitía pagar con billetes, viéndose obligados a portar siempre monedas a riesgo de ser bajados de las micros, y la burla del sistema por parte de algunos choferes que inhabilitaban estos aparatos para así seguir cobrando ellos el pasaje llevaron prontamente el sistema al fracaso.
Hoy, la evasión es combatida con inspectores privados y con la instalación de “zonas pagas”, en las cuales los usuarios cancelan su pasaje antes de abordar los buses.