Letreros luminosos desafían prohibición, siguen expandiéndose y molestan a vecinos
Por Manuel Valencia y Florencia Polanco, El Mercurio.
En el Gran Santiago se contabilizaban 15 el año pasado y se prevé que sigan proliferando:
Vivienda dictó una norma en 2006 que impide su instalación, pero municipios no la respetan por las ganancias que reciben.
Hasta abril de 2011, Francisco Toro y su familia vivían tranquilos en su departamento ubicado en los tradicionales edificios “Turri” de Plaza Italia. Pero, repentinamente, esa comodidad se quebró: era de noche y un extraño parpadeo comenzó a invadir su casa. “Fue un cambio demasiado agresivo, ni las cortinas disminuían el brillo de esa pantalla”, cuenta. En uno de los edificios de enfrente, había sido recién instalado un reflector publicitario, muy luminoso y que funcionaba las veinticuatro horas del día. “La luz entraba directo a las piezas y al living comedor, que se convirtió en una discoteca”, agrega.
Afectados por la incandescencia durante el día y la noche, los vecinos de su edificio se reunieron y presentaron un recurso de protección para exigir que desmontaran el cartel. “Pero el tribunal determinó que la luz que proyectaba no era contaminante, así que solo disminuyeron un poco el brillo”. Además, se decretó que la pantalla debía ser apagada a las once de la noche, para no perturbar el sueño de los residentes. “Pero la molestia persiste. Si no fuera porque cubrimos las ventanas con láminas de papel diamante, no podríamos mantener los ojos abiertos”, lamenta Toro.
Al igual que ellos, vecinos de 15 zonas donde -hasta el año pasado- se contabilizaban pantallas luminosas, como Santa Rosa con la Alameda o Vicuña Mackenna con Matta, sufren con la concentración de letreros, que han proliferado pese a que una normativa, dictada en 2006 por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo (Minvu) prohíbe “la localización de avisos luminosos fijos o intermitentes”. De todas formas, establece que serán válidos si el plan regulador comunal o el plan seccional expresamente los permita.
El urbanista de la UC Luis Eduardo Bresciani señala que la contaminación visual generada por las grandes instalaciones de publicidad deteriora barrios y espacios públicos. “Y está regulada. Sin embargo, dados los ingresos que genera, estas normas han sido burladas sistemáticamente en muchos municipios, bajo el resquicio legal de que esos soportes de publicidad estaban autorizados antes del 2005 y la norma no era retroactiva. Basta con recorrer Costanera Norte para ver grandes soportes de publicidad en zonas destinadas a parques o sobre viviendas, fuera de todo distanciamiento de los vecinos”.
Además de los efectos de los letreros luminosos en la calidad de vida, el urbanista Gonzalo Mardones señala que atentan contra la seguridad y la estética de las ciudades. “Está comprobado que son peligrosas ya que su luminosidad quita la visión, lo que aumenta los atropellos a peatones y accidentes vehiculares (…). Además, estas pantallas se ubican en parques y avenidas que no permiten ver nuestro paisaje de cordillera, cerros, ríos. Si queremos y soñamos con una ciudad culta en donde lo importante es lo público, los letreros estáticos y electrónicos solo aumentan el impacto visual”, sostiene.
Efectos en un “mal sueño”
El funcionamiento de las pantallas durante la noche también tiene consecuencias nocivas en la salud humana. La neuróloga y directora del centro del sueño de la UC, Julia Santín, señala que la luz emitida por las pantallas “inhibe la secreción de la melatonina -la hormona de la oscuridad- y con eso se retrasa el inicio del sueño. Así, el descanso nocturno se vuelve más liviano y de peor calidad”.
La experta advierte, además, que ese déficit de sueño “genera somnolencia diurna, fallas de coordinación, de memoria y de concentración, además de mucha tensión y alta accidentabilidad. Por eso es muy importante que se pueda regular el derecho a dormir, a cautelar el sueño en forma adecuada”, sugiere Santín.