El auge de las “ciudades lentas”
Por Dr. Guillermo Tella, Arquitecto y Doctor en Urbanismo y Martín M. Muñoz, Tesista de Urbanismo
Cada día la ciudad amanece sumergida en un vertiginoso palpitar. Al compás de la velocidad y guiada por el paradigma “tiempo es dinero”, la paciencia, la contemplación y el goce de los actos cotidianos parecieran quedar relegados. En respuesta a este reinante frenesí, han comenzado a surgir experiencias contestatarias en todo el mundo que apuntan a recuperar una mayor calidad de vida urbana.
Sin lugar a dudas, la “fast food” (comida rápida) es el signo más elocuente de la cultura de la inmediatez. Fue precisamente en contraposición a ese ícono de la vida posmoderna que en Italia surgió en 1986 un movimiento para promover la “slow food” (comida lenta). Esta experiencia de resistencia se detonó a partir del intento de apertura de un local de comidas rápidas al pie de las escalinatas de la mítica Piazza di Spagna en Roma.
Lo que buscaba su fundador, Carlo Petrini, era generar una alternativa que preserve y revalorice las ventajas de la comida tradicional y regional. Al mismo tiempo, fomentaba la cría de ganado y el cultivo de plantas y semillas de origen local. Lo cierto es que este movimiento fomentó la idea de “aminorar” y de “desacelerar” el ritmo de vida instalado en la cultura contemporánea. De este modo surgió el denominado “Slow Movement”.
En esa misma línea aparecieron luego iniciativas tales como: “Slow Food”, “Slow Living”, “Slow Travel”, “Slow Design” y “Slow City”, entre otras. “En algún momento empecé a elegir hacer las cosas con más tiempo, apostando a menos cosas pero con mayor disfrute”, nos cuenta Silvina Ozzu desde su pueblo de Las Heras, en la Patagonia Argentina. Y agrega: “Muchas veces entiendo que uno corre sin detenerse a pensar si efectivamente es necesario imprimirle ese ritmo voraz a sus días”.
En favor de ciudades más lentas
En sí, el movimiento “Slow City”, “Cittaslow” o “Ciudades Lentas” surge en Italia hacia fines de 1999 y en la actualidad congrega a 176 ciudades en una red de 27 países de todo el planeta, entre ellos: Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Holanda, Portugal, España, Finlandia, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Turquía, China, Canadá y Estados Unidos. Cada ciudad miembro se compromete a trabajar para alcanzar diversas metas. Algunas de ellas son:
● Mejorar la calidad de vida de cada persona que vive en un ambiente urbano.
● Proteger el medio ambiente y mejorar la calidad de vida en las ciudades.
● Resistir la homogenización y globalización de los pueblos en todo el planeta.
● Promover la diversidad cultural y la singularidad de cada una de las ciudades
● Ofrecer condiciones de inspiración para un estilo de vida más saludable.
Para obtener la membrecía del movimiento “Slow City”, la ciudad debe haber avanzado en el proceso de autoevaluación sobre el cumplimiento de los objetivos planteados para garantizar un estilo de vida urbana conforme a los principios slow. Y una vez inscriptos, las ciudades pagan una cuota anual por esa membrecía. Dado que ninguna ciudad es igual a otra, se adscripción se divide en tres categorías:
● “Pueblo Cittaslow”: para ciudades con menos de 50 mil habitantes.
● “Partidario de Cittaslow”: para ciudades con más de 50 mil habitantes.
● “Amigo Cittaslow”: a individuos y familias que promulguen principios slow.
Para Pier Giorgio Oliveti, Director y Secretario General de la Cittaslow Internacional, el movimiento representa a una comunidad viva que está invirtiendo en sí misma. Las claves son: identidad, ambiente y responsabilidad. Considera que: “Una Cittaslow es una ciudad con alma, que trata de manera holística de manejar la ‘vida con tranquilidad’. Asimismo, es una ciudad que recupera la importancia de la memoria. En un mundo globalizado, corremos el riesgo de perder nuestra identidad, nuestra historia, nuestra perspectiva de un camino de largo plazo. De modo que Cittaslow constituye también un proyecto de calidad en favor de las próximas generaciones”.
De acuerdo con estos postulados, Oliveti aporta que “nuestros principales enemigos son: la ‘desertificación social’ (la tendencia a abandonar un pueblo para migrar a las grandes ciudades) y la erosión de los principios de cooperación y solidaridad entre las personas, que resulta de difícil aplicación cuando existen otras prioridades, como la seguridad o el acceso a los servicios básicos”.
Sin embargo, es frecuente encontrar personas que, buscando una calidad de vida menos estresante, abandonan las grandes ciudades en busca de pequeños pueblos que le ofrezcan lo que ya la ciudad no puede: tranquilidad y un ritmo de vida sereno y apacible. Al respecto, Silvina Ozzu agrega: “Muchos amigos de pueblos del interior viven de tal modo debido a su situación geográfica de relativo aislamiento, y me pareció oportuno adoptar para mi vida los postulados de este movimiento”.
Por su parte, Gabriela Hassan, vecina de Villa Laguna Brava, en el municipio bonaerense de Balcarce, reafirma su elección: “El ritmo de vida actual conduce a una desconexión con el medio natural y con los ritmos biológicos que lo controlan, y nos subsume en una carrera frenética por cumplir con obligaciones y rituales muchas veces innecesarios”.
Dado que las ciudades se vuelven cada vez más grandes y aceleradas, las comunidades pierden identidad y libertades para administrar sus propios tiempos y deseos. Es por ello que Gabriela Hassan considera que “es cada vez mayor el número de personas que optamos por alejarnos de esa forma frenética de vida hacia lugares alejados y en contacto con la naturaleza. Esta búsqueda permite desarrollar actitudes más contemplativas y mayores capacidades para encauzar nuestros objetivos personales y familiares. El contacto con la naturaleza torna a la vida más placentera”.
De los Apeninos a las Pampas
El pueblo de Orvieto, a 131 kilómetros de Roma (Italia), es la sede de la organización internacional del movimiento Cittaslow (www.cittaslow.org). Bajo el lema “una ciudad pequeña, una historia grande”, este pueblo ha sabido cómo sacar provecho de sus ventajas comparativas en el contexto regional, salvaguardando aquellas características que lo destacaban del resto: su paisaje, su arquitectura, sus campos, su gastronomía.
Y tales atributos son difundidos para captar potenciales visitantes y residentes que buscan un goce -como señalan- “intensamente simple”. “Más allá de las diferencias de cada ciudad, el enfoque Cittaslow es el mismo”, señala Pier Giorgio Oliveti, y agrega “las ciudades que optan por un modelo “slow” se tornan más respetuosas de su patrimonio cultural y ambiental y se definen por el principio de la ‘resiliencia’, es decir, por la capacidad de su colectivo social para sobreponerse a los resultados adversos de su entorno, utilizando al máximo la sabiduría local”.
Al otro lado del Atlántico, más precisamente en California, el pueblo del Valle de Sonoma eligió también adherir al movimiento de las ciudades lentas. “Sonoma resolvió sostener sus propios valores en lugar de ser otra ciudad tan genérica con la misma comida rápida”, expresa Gary Edwards, presidente de la asociación local (www.sonomajacks.org). En cambio, “nuestro pueblo apostó a su singularidad para crecer -más que en altura- en profundidad, lejos de las demandas de la moda y atentos a la rica historia cultural del valle”.
Por estos lares, en el municipio de Balcarce, a 40 kilómetros de la ciudad de Mar del Plata, se elaboró recientemente el Plan Estratégico “Balcarce 2020” donde, en el marco de sus lineamientos generales, puso en práctica los principios de este Movimiento Slow en una pequeña localidad denominada Villa Laguna Brava. El propósito fue realizar -junto con los vecinos- un desarrollo urbano del pueblo con características compatibles con las del turismo sostenible, enfocado hacia una gestión que respete la integridad cultural y los procesos ecológicos esenciales.
Se trata de una villa turística, con escasos 600 habitantes permanentes y un entorno único en la provincia, que logra combinar un espejo de agua natural, navegable, rodeado por sierras que datan de aquellos momentos previos a la separación de los continentes. Para capitalizar este refugio natural, la propuesta emergente consistió favorecer la diversidad biológica y los sistemas de soporte de la vida. Esta iniciativa no busca explotar el lugar sino crecer junto a él, revalorizando aquello más genuino.
En este sentido, se pretende consolidar a Villa Laguna Brava como área de residencias basada en criterios de sostenibilidad. Para ello, en torno a las costas de la laguna fue creada una zona de tipo “buffer”, de protección ambiental. Asimismo, para incentivar el turismo responsable, se incorporan guarda-parques y guías ambientales, y se promueven las producciones alternativas con cultivos orgánicos y con alimentos artesanales. Esta iniciativa apela a revalorizar aquello más genuino: un modo de vida diferente, más humana y natural, más productiva y solidaria.
Del vértigo a la contemplación
El arquitecto Manuel Ludueña -uno de los responsables del equipo técnico que impulsó el plan estratégico para Balcarce- sostiene que el Movimiento Slow “es una de las manifestaciones socioculturales más apropiadas para aproximarse hacia la sostenibilidad, centrada en el uso del tiempo social”. Entre sus ventajas se destacan: la subjetivación de las personas como parte de un grupo social y la revalorización de los bienes naturales. Evidentemente, para la ciudad constituye un cambio sustancial dado que el tiempo se transforma en experiencia vivencial y la velocidad se torna en una aspiración ausente.
Al respecto, Ludueña caracteriza a estas ciudades como: “territorios sin ruidos, con circulaciones pausadas, con conversaciones y encuentros amenos y en espacios públicos adecuados, con calles sin asfaltar y con más suelo absorbente, con arroyos a la vista y baja presencia de automóviles, con agricultura urbana y fauna asociada, con abundante autoproducción artesanal, con baja densidad de población, con infraestructuras básicas y servicios de movilidad compartidos”.
“Nos pareció sumamente atractiva la posibilidad de adherir a nuestro pueblo a este movimiento, tanto para proteger el ambiente y el paisaje como para promover una forma de vida alternativa a habitantes y visitantes”, señala Gabriela Hassan, vecina de Villa Laguna Brava, de Balcarce. Y agrega que: “Quienes pensamos que otro modo de vida es posible adscribimos a esta iniciativa para alejarnos del estrés urbano. En nuestra villa tenemos la vocación de seguir ese camino slow”.
La ciudad balnearia de Mar de las Pampas fue la primera en Argentina que se propuso en 2006 ser una comunidad lenta. Desde entonces ha logrado que el municipio aprobara el proyecto propuesto para alcanzar la membrecía oficial. Además, este hecho fue capitalizado para generar mayor afluencia de turismo “slow”. “A aquellos lugares pequeños en los que aún no ha llegado la aceleración de las grandes ciudades, este movimiento puede brindarles herramientas para promover un desarrollo turístico capaz de proteger la identidad local”, puntualiza Gabriela Hassan.
Finalmente, para quienes habitamos las grandes ciudades modernas, ¿es posible ralentizar nuestras vidas? Para Pier Giorgio Oliveti, la respuesta es afirmativa, aunque destaca que el trabajo será más arduo. Dependerá de las condiciones en las que se lance el proceso y de la fuerza de voluntad de sus habitantes para sostenerlo. “Actualmente -aporta- estamos trabajando en ciudades como Barcelona, Bruselas, Busan (Corea) y Viena, para compartir nuestro modelo en algunos de sus barrios”.
Manuel Ludueña explica que muchos vecinos que hoy no residen en comunidades “slow”, defienden igualmente sus principios: se niegan a que pavimenten las calles porque impermeabilizan el suelo, promueven la clasificación y el reciclado de residuos sólidos domiciliarios, construyen viviendas ecológicas y energéticamente sustentables, se alejan del automóvil para generar desplazamientos peatonales o en bicicleta, y adhieren a la filosofía de la “Permacultura”, al trabajo conjunto con la naturaleza y no en contra de ella.
En el marco del movimiento “slow”, las ciudades disfrutan del silencio, preservan las tradiciones, el patrimonio y el ambiente, y privilegian el placer y la calma. Consiste en una apuesta colectiva en favor de una forma de vida más apacible, que rechaza a la velocidad como noción de progreso. Además, allí se promueve la producción artesanal mediante huertas tradicionales, se controla la emisión de gases nocivos para el ambiente, se usan energías renovables, se respeta a la naturaleza y se cuida del paisaje y de las cuencas visuales.
Este modelo de ciudad que defiende “vivir sin prisa”, ha tomado enorme impulso en muchas ciudades como una alternativa a los agudos procesos de metropolización instalados, que tanto afectan a la calidad de vida. Se trata de pueblos que decidieron ser refugio contra la gran velocidad, lejos del ruido y del tránsito intenso, lejos del ritmo frenético y lejos de la incisiva idea de la ciudad como espacio de consumo. En definitiva, es una elección de vida que ofrece tiempo, ese tiempo que tanto escasea en las metrópolis modernas.