Un parque prometido a la mujer chilena
Por Miguel Laborde, El Mercurio
Que la Alameda del Libertador era un eje masculino, por lo tanto incompleto, fue una idea que circuló mucho en los años 30, década de nuestras primeras alcaldesas; de ahí el origen del Parque Isabel Riquelme, que rescató el nombre de la madre del Libertador, pero sin justicia. Porque lo que se proponía era mucho más, equivalente a la Alameda como espacio, para hacerle justicia a Fresia y Guacolda, Paula Jaraquemada y Javiera Carrera, Gabriela Mistral y Amanda Labarca.
Además, aportaba un área verde a ese borde indigno, el del Zanjón de la Aguada, acequia ancha donde merodeaban animales vivos o muertos, algunos de los cuales era mejor no encontrar de noche. Ahí no cejaba la mortalidad infantil, era el Santiago olvidado.
Con las obras actuales del Parque La Aguada, se hace justicia a la deuda verde, aunque siga pendiente el homenaje a las mujeres de Chile. Donde antes corrían las aguas del Zanjón, las que periódicamente se desbordaban, ya está tomando forma un área verde de 41 hectáreas; su primera fase ya lista, con un calendario que se completa al año 2016. Corre paralelo a Isabel Riquelme, a lo largo de 4,7 kilómetros, entre las avenidas Club Hípico y Vicuña Mackenna.
Para un uso recreativo, de las varias comunas que atraviesa -se relacionan 600 mil habitantes-, La Aguada contará con ciclovías, pérgolas, un canal ornamental de 309 metros, un gran parque de skate y una banda deportiva de medio kilómetro de largo.
Según el psicólogo Jorge Ossa, se puede percibir un trauma en la psiquis del chileno, que requiere de muchas áreas verdes para sanar. A diferencia de la mayoría de los países de América Latina, de altos porcentajes indígenas, o de los vecinos del Cono Sur con su cercana raigambre europea -Argentina y Uruguay-, el caso de Chile sería más complejo: un país mestizo, mezclado.
El trauma no está ahí, son muchos los países de población diversa. El problema residiría en la tensión que resulta de un hecho histórico asociado: un padre ausente y distante, opuesto a una madre presente y cercana. Un padre asociado al conquistador frío e indiferente que se refleja en sus duras ciudades, contra una madre vinculada a la naturaleza, que acoge y consuela.
Eliminar una plaza equivale a “sacarle la madre” a un barrio entero; por el contrario, construir una, y con mayor razón un parque, suaviza la dureza de lo construido y marca un triunfo de la vegetación sobre el cemento. Aquí en La Aguada, justamente por pavimentar en exceso los cauces naturales por donde bajaban antes las aguas, se produjo el gran aluvión de 1993, con un saldo de 26 muertos y varios desaparecidos. El nuevo parque inundable se calculó para absorber hasta 252 metros cúbicos por segundo de inundación, fenómeno que sucede solo una vez por siglo.
La Aguada está en línea con la Quebrada de Macul, cuyas aguas son las que se busca encauzar; ahí en los faldeos andinos está ese mundo natural que la ciudad, finalmente, reconoce. Con senderos que llevan a pequeñas cascadas -casi ocultas bajo una vegetación densa-, es ahí donde el habitante de Santiago dialoga con la cordillera. Con La Aguada, la cordillera se acerca a la ciudad, y el santiaguino a ese santuario de la naturaleza, que es relicto del paisaje que antes ofrecía el frente de los faldeos andinos frente a Santiago.
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Parque inundable La Aguada
Contará con ciclovías, pérgolas, un canal ornamental de 309 metros, un gran parque de skate y una franja deportiva de medio kilómetro de largo.