El derecho al silencio aún no hace ruido en las ciudades chilenas
Por Manuel Valencia, El Mercurio. (04/08/13)
Países como Suecia y Ucrania les ponen una mordaza a quienes emiten ruidos molestos.
La ciudad también es ese lugar poblado de sonidos. Una invisible avenida conformada por trozos de canciones, conversaciones sueltas, risotadas. Ese dibujo paralelo tanto dice de la vida urbana, que incluso hay quienes registran el alma de las ciudades con algunas horas de grabación en concurridas esquinas y plazas.
En este mapa sonoro también confluyen los ruidos: los breves, como un grito aislado, o los más amplios y perturbadores, como los bocinazos prolongados, sirenas de ambulancias, cánticos de barras de fútbol o el rebote de estridentes parlantes que se prolongan hasta tarde, cuando la mayoría ansía un poco de paz. Lo peor es que tienden a concentrarse en algunos sitios.
Sectores como plaza Italia han sido identificadas como saturados por estudios del Ministerio de Medio Ambiente. Ahí los vecinos han debido acostumbrarse a dormir debajo de la almohada o a instalar termopaneles para poder sobrevivir. Pero países como Suecia y Ucrania, donde el respeto por el otro es un mínimo cotidiano, han establecido explícitamente el concepto de “derecho al silencio”. Así, se norma por reglamento que, al caer la noche, las perillas deben bajarse al máximo y la bulla se destierra. El sentido de la disposición es tal que en Kiev, por ejemplo, se estableció la línea “102”, con la cual, se denuncia a la policía, bajo anonimato, a quienes transgreden la norma.
Más cerca, en Buenos Aires, hace poco se aprobó una norma que prohíbe escuchar música sin audífonos en el transporte público. Un camino hacia la moderación que en Chile, salvo por algunas ordenanzas municipales, aún no se ha comenzado a “escuchar”.