Biblioteca Nacional: 200 años de vida nómade
Por Paulina Cabrera, La Tercera.
[BICENTENARIO] Antes de llegar a donde está, la institución itineró por cinco inmuebles de Santiago ubicados al poniente de donde hoy funciona.
En el que fuera el solar del convento de las monjas clarisas, se colocó hace 100 años, el 19 de agosto de 1913, la primera piedra de la Biblioteca Nacional. Sobre los terrenos, que costaron $ 2 millones de la época, se levantó la construcción neoclásica, diseñada por el arquitecto Gustavo García del Postigo, cuya misión encargada por el Presidente Ramón Barros Luco fue subrayar el carácter de “gran avenida” de la Alameda. “Fue una de las primeras infraestructuras construidas en hormigón armado en Chile”, indica el arquitecto Patricio Duarte, del Instituto de Historia y Patrimonio de la U. de Chile.
El ambicioso proyecto, que hoy alberga a 1,5 millones de volúmenes, además de varios miles de mapas, planos, fotografías y registro de audio y video, tardó 12 años en terminar su primera etapa hacia la Alameda. Recién en 1963, ésta quedó completamente terminada hasta Moneda. “El plan original constaba de un grupo de construcciones en forma de cruz de Malta, con cuatro fachadas armónicas que daban a las calles colindantes. Pero el ala que daba a Mac-Iver nunca llegó a construirse”, indica Soledad Abarca, jefa del Archivo de Literatura Oral y Tradiciones Populares de la biblioteca. Hoy, ese espacio está ocupado por un jardín con frondosos árboles de naranjas.
Levantar este ícono en la ciudad fue la manera de celebrar el primer centenario de una de las primeras instituciones republicanas. Antes de esa fecha, sin embargo, la biblioteca pululó por cuatro cedes, ubicadas en torno al ex Congreso Nacional.
En la manzana que hoy ocupa el Teatro Municipal de Santiago se erigía la U. de San Felipe, la primera universidad del Estado creada por el Rey español Felipe V, antecesora de la actual U. de Chile. Los primeros libros de la Biblioteca Nacional se guardaron hace 200 años en dos de sus salas, entre los que contaba una valiosa colección de los jesuitas.
La Junta de Gobierno de 1813 había alentado a sus ciudadanos a una patriótica donación de libros para dar “el primer paso que dan los pueblos sabios”, según consta en un decreto del 19 de agosto de ese año.
Todos los días, El Monitor Araucano, el diario oficial de entonces, daba cuenta de los textos recibidos. Luego de que el proceso se viera interrumpido por la Reconquista, se reanudó en 1818, año cuando el gobernador Bernardo O’Higgins nombra a Manuel de Salas como el primer director de la institución. El hizo el primer inventario de las donaciones, entre las que se contaban obras históricas, científicas y religiosas, como La Araucana, de Alonso de Ercilla.
En 1823 ya eran 9.577 textos los que ocupaban lugar en ese espacio, por lo que la entidad tuvo que mudarse a un lugar “más central”. Llegó entonces al actual Museo de Arte Precolombino, en Bandera con Compañía, que en esa época era la Real Aduana, que era la puerta de entrada para los comerciantes. Esta se trasladó a Valparaíso, y la Biblioteca se instaló en su lugar. Para levantar este edificio se habían ocupado diseños del arquitecto de La Moneda y la Catedral, Joaquín Toesca. Fue aquí donde se cobijaron los textos durante 11 años, hasta que el espacio volvió a hacerse pequeño.
Para entonces ya se acumulaban 40.000 libros y la institución se vio obligada a dar un paso al frente y cruzar la calle, hasta los jardines del ex Congreso Nacional. Ahí, en Bandera con Catedral, se le construyó un inmueble de adobe de dos pisos. “Entrando a la derecha estaba el salón con la colección Egaña y a la izquierda, el principal salón de lectura, con piso de ladrillos, mesas antiguas y sillas de junco. Por ahí mismo se encontraba el depósito de textos, en sencillos armarios que llegaban hasta el techo”, describe el hijo de Ramón Briceño (director de la Biblioteca entre 1864-1866) en una edición especial de la Revista Mapocho.
La biblioteca de aquel entonces se abría todos los días, con excepción de los feriados y los meses de verano. Recibía 25 lectores por día (hoy llegan 800), la mayoría universitarios. Dado este incremento de público y el crecimiento en volúmenes en 52 años más, nuevamente se vio obligada a emigrar y en 1886, se reubica al inmueble donde funcionaba el Real Tribunal del Consulado que regulaba el comercio de la época y donde antes se había desarrollado el Cabildo de 1810.
En el edificio del Real Consulado, que estaba en los terrenos que hoy ocupan los Tribunales de Justicia, estuvieron los textos a los que todos los santiaguinos tenían acceso, hasta que en 1925 estuvo lista la primera etapa de la colosal estructura neoclásica, la que estrenó lujosas terminaciones en mármol, bronces y maderas finas, mientras que los murales de interior se les encargaron a pintores como Alfredo Helsby, Arturo Gordon, Cortois de Bonnencontre y Camilo Mori.
“La Biblioteca Nacional estuvo siempre en el centro de Santiago. Esta sigue en constante replanteamiento y adaptación a los usuarios, pues hoy, además de consultar libros, aquí puedes comprarlos, tomar un café, estudiar con internet o pasear por los jardines para buscar un remanso en medio de la ciudad”, remata Soledad Abarca.