Una carrera con obstáculos por el centro
Por Evelyn Briceño, La Tercera.
La construcción de la Gran Explanada y de la Línea 3 del Metro, entre otras, han hecho que calles como Bandera y Morandé sufran la embestida de palas y chuzos. El millón y medio de personas que circula por el sector debe hacer malabares para transitar por ahí.
LLUEVE en Santiago y desplazarse con un paraguas por el estrecho pasadizo que deja el cierre perimetral de la Plaza de la Ciudadanía, en Morandé entre Alameda y Agustinas, es una prueba de equilibrio. Al lado derecho, los muros de los edificios; al izquierdo, una tapia de cholguán de dos metros de alto. En este escenario, los peatones comparten la angosta vereda, de un metro y medio, y le hacen el quite a una gran poza de agua al llegar a Moneda.
“Es por el progreso de la ciudad. La gente alega sin razón”, comenta un vendedor de maní confitado.
María Ximena es dueña de un quiosco a la salida del Ministerio de Obras Públicas y discrepa. “El pasillo es una trampa en caso de emergencia y evacuación de las oficinas. También para los peatones que pudieran verse acorralados por un delincuente”, afirma. Agrega que sus ventas bajaron en un 30% desde que en julio empezaron los arreglos en Morandé para modernizar el barrio cívico.
Este sector vive una transformación por los proyectos en construcción: la Gran Explanada Bicentenario (frente a La Moneda), la restauración de las fachadas de la Caja Cívica (todos los edificios que rodean al Palacio de Gobierno), la construcción de la Línea 3 del Metro y los arreglos del frontis del Palacio de Tribunales.
El centro vive una metamorfosis pocas veces vista. Conlleva cierre de calles y reducción de las veredas, que a diario convierten en atletas a quienes circulan por ahí. Según cálculos del municipio de Santiago, son cerca de 1.500.000 personas. La situación continuará así hasta marzo próximo en los alrededores de La Moneda. En el caso de los sectores afectados por la construcción del tren subterráneo, los cortes seguirán hasta 2015.
Según el arquitecto y urbanista Pablo Allard, los santiaguinos deben asumir los costos que implican estos arreglos con la mirada puesta en las ventajas que traerán a futuro. “Cuando se construyó la Línea 1 del Metro, en los 70 y 80, se hizo un tajo abierto en Alameda y Providencia, y eso ocasionó grandes trastornos. Sin embargo, nadie duda hoy los beneficios que estas obras trajeron”, dice el decano de Arquitectura de la UDD.
La gente, sin embargo, no oculta su molestia. Como los asiduos del Paseo Bulnes, que no pueden seguir caminando recto hacia la Alameda. Al llegar a Alonso de Ovalle, se lo impide un cierre que resguarda los trabajos que se realizan en esa última calle como parte de la Gran Explanada.
Carlos Urquiza, que trabaja hace 20 años en una sucursal bancaria del centro, se desvía media cuadra hacia el poniente para continuar hacia el norte por Nataniel Cox. Se queja de este “trámite extra”, mientras compra cigarrillos en el quiosco de Ricardo.
Este también está enojado. Sus ventas han bajado en un 30%, porque las personas ya no se detienen para comprar, sino para hacerle preguntas. “No saben por dónde seguir su trayecto. Más que quiosco, parezco un centro de informaciones”, asegura Ricardo.
En calle Bandera, entre Compañía y Santo Domingo, no sólo la calzada está interrumpida. Para hacer la Línea 3, Metro también cerró la vereda poniente, y todos deben caminar por la acera del frente. Eso genera “tacos peatonales” en las horas peak.
Los transeúntes serpentean entre los paneles de cholguán. La abogada Andrea Martínez va camino a calle San Pablo y compra rapidito el diario en Bandera con Compañía, a la salida del ex Congreso Nacional. “A los cortes de vías hay que sumar el ruido de las obras. Actualmente, el centro es un desagrado”, sentencia.
La atiende Fabián, quien dice estar “con los nervios de punta”. Calcula una merma de 30% y dice que no recibirá compensación económica por parte de Metro, que sólo indemnizará a los locales que deban cerrar a por los trabajos en enero y febrero próximos.
Carmen Contreras, una mujer de edad que vive desde hace 13 años cerca de Plaza de Armas, echa de menos el paradero de Transantiago que estaba en Bandera con Catedral. Ahora debe caminar hasta Amunátegui para iniciar sus viajes. “Es una cuadra extra y a mis años cuesta, pero es el costo del progreso”, se resigna.