La batalla contra el rayado callejero
Por Vanessa Díaz B. Centro de Documentación, El Mercurio. (29/09/13)
Es considerado como un arte para algunos, mientras que para otros constituye un verdadero acto vandálico.
La Municipalidad de Santiago dio a conocer su estrategia para terminar con los rayados que afectan a los edificios emblemáticos de la comuna, como el Museo Bellas Artes, el Colegio de Arquitectos y la Casa Central de la U. de Chile.
La iniciativa es alentadora, pero no es la primera en tratar de erradicar los grafitis que se propagan por la capital. De hecho, se han realizado intentos desde los años 70.
El “dolor de cabeza” comenzó con las consignas políticas que por ese entonces se plasmaban en cuanto muro inmaculado se encontraba. En enero de 1987, una publicación de La Segunda describía el fenómeno con leyendas que iban desde el “Viva X, Muera Y” hasta llamados a movilizaciones.
Para el año siguiente, meses antes de celebrarse el plebiscito, este tipo de mensajes aumentó y, con ellos, se multiplicó la propaganda política, lo que llevaría a las autoridades de la época a hacer valer las disposiciones legales que condenaban con multas de hasta 10 UTM -lo que en ese entonces equivalía a $75.200- a quienes fueran sorprendidos rayando instalaciones públicas y muros exteriores de edificios, entre otros.
Sin embargo, la verdadera “guerra” de las municipalidades para mantener sus comunas limpias fue en la década de los 90. Uno de los exponentes de esa batalla sería Jaime Ravinet, en esa época alcalde de Santiago, quien condenaba que se utilizaran bienes nacionales de uso público y propiedad privada en afanes proselitistas: “Creo que la difusión de ideas, propia de una democracia, no tiene por qué hacerse en las paredes”, decía.
Providencia no se quedó atrás y decidió trabajar con empresas externas de aseo que se dedicaran exclusivamente a limpiar los rayados, para lo cual desembolsaban cerca de un millón de pesos al mes.
Pero todo presupuesto destinado a este ítem por los municipios pronto debió ser engrosado frente a la aparición de los grafiteros, amados por quienes los consideran artistas y odiados por los que los sitúan al mismo nivel de los vándalos.
Las alcaldías optaron por realizar todas las noches trabajos de borrado de grafitis y las firmas o tags -esto les resultaba más fácil que tratar de iniciar juicios contra personas- y algunas, como Recoleta, cedieron espacios para que colectivos de grafiteros plasmaran sus creaciones en muros autorizados.
Aún así y pese a las diferentes medidas que han realizado los municipios de la Región Metropolitana, los rayados en monumentos, esculturas y edificios emblemáticos persisten hasta hoy.