Una tragedia más: Las llamas devoraron el Palacio Aldunate
Por Fernando Imas Brügmann y Mario Rojas Torrejón de Brügmann Investigación, Arte, Conservación & Restauración.
Hace poco tiempo atrás tuvimos la suerte de entrar a una de las construcciones más emblemáticas y a la vez más desconocidas del centro de Santiago.
Trepamos a lo más alto de su cúpula para observar toda la ciudad y recorriendo su interior nos maravillamos con la deslumbrante ornamentación de los espacios, que a pesar del evidente abandono seguían conservando ese lujo exquisito de la época ecléctica de la arquitectura nacional.
Jamás imaginamos en ese entonces que hoy estaríamos escribiendo este pequeño homenaje póstumo, pues un incendio acaba de destruir nuestro Palacio Aldunate, en la Alameda esquina Ejército Libertador, sepultando para siempre entre sus escombros uno de los últimos vestigios del sigo XIX chileno.
El año 2013 parece ser una seguidilla de desafortunadas pérdidas patrimoniales: hace unos meses nos lamentábamos por la demolición indiscriminada de un representativo edificio en la calle Compañía, obra de José Forteza; y del posible derribo de otro en la calle Morandé. En la capital de Chiloé, el cuestionado mall sigue construyéndose y en Puerto Varas, la Iglesia del Sagrado Corazón desapareció visualmente tras los muros de un nuevo centro comercial.
Los incendios- fortuitos o no- han hecho su parte, derribando las obras de restauración de la Iglesia de San Francisco de Valparaíso, o destruyendo históricos inmuebles en el barrio Yungay y Franklin, en las calles Carrera, Matucana y la Alameda, donde el fuego arrasó hace poco la gótica mansión Torres, el palacio Iñiguez, y hoy el palacio Aldunate. ¿Qué sabemos de ese último inmueble?, muy poco, pues recién acabábamos de comenzar nuestras investigaciones para poder rescatar su memoria.
La calle del Ejército Libertador nace en la década de 1870 como parte del plan de mejoramiento urbano propuesto por el Intendente Vicuña Mackenna, quien augurando el éxito que sería el paseo del Parque Cousiño propuso abrir nuevos accesos entre las viejas chacras del Callejón de Vergara y Castro, al sur de la Alameda.
Aprobada la propuesta se otorgó una gran suma para afrontar los costos de expropiaciones que comenzaron sin problemas hasta que algunos vecinos tuvieron la idea de construir unos precarios rancheríos para poder cobrar cuatro veces más el valor, aludiendo que los terrenos estaban edificados. Sin desanimarse, las autoridades lograron llegar a acuerdo y hacia 1873 fue oficialmente abierta la Avenida del Ejército Libertador, una de las más amplias de la capital. Rápidamente llegaron los vecinos, atraídos por el inigualable ambiente de progreso que se respiraba en ese boulevard a la europea, dotado de todos los adelantos como pavimento de adoquines, alumbrado a gas y tranvía a la puerta, sin contar que la Iglesia de San Lázaro se había trasladado a la calle, calmando las necesidades piadosas de las más católicas del barrio.
En 1893 la sucesión Valledor vende en $996.000 los sitios número uno y dos de la calle Ejército a don Luis Aldunate Carrera, reconocido político del partido conservador y abogado, quien había desempeñado importantes cargos en el extranjero como secretario de la legación chilena en Washington, Ministro de Relaciones Exteriores y representante chileno en diversas convenciones internacionales. Ejerció además varios ministerios, se disputó la presidencia con Balmaceda y suscribió el tratado de paz con Bolivia en 1883. Tuvo el honor de ser Correspondiente de la Academia de legislación y jurisprudencia de Madrid, y de la Real Academia Española.
A pesar de tales logros, hoy parece ser sólo recordado por una exótica fotografía en las pirámides de Giza en Egipto, donde posa junto a su familia en una de las tantas excursiones que realizaron en 1891 durante un largo paseo por Europa y Medio Oriente. En la travesía lo acompañaba su mujer Felicitas Echeverría Valdés, y sus hijos Luis, Adriana, María, Rosa y Marta, ésta última famosa por su belleza y carisma, cualidades que conquistaron a Julio Subercaseaux Browne cuando coincidieron en un tren por Italia. El matrimonio se concretó en junio de 1892, unos meses después que la familia regresara a Chile.
Luis Aldunate volvió entonces a la política, esta vez representando al partido liberal, ejerciendo como diputado y senador. Publicó algunos libros de economía, y participó en la Academia Chilena de la Lengua, institución de la que era fundador.
Pasó sus últimos años alejado de los cargos políticos, aunque siempre mantuvo un rol de consejero y mediador en conflictos. En 1908 decidió partir a Viña del Mar junto a su mujer donde enfermó gravemente de pulmonía, muriendo el 3 de abril de ese mismo año. Sus restos fueron trasladados a Santiago y hoy descansa en el Cementerio General.
“Fue una de las personalidades más ilustres del país. Su talento poderoso, su ilustración tan extensa como profunda, la energía de su carácter, la noble distinción de sus maneras y el prestigio de su nombre y de sus dilatados servicios, lo colocaron en el sitio de honor entre los chilenos contemporáneos… Los años de retiro nos separan con un largo espacio de sus últimas actuaciones; pero el lustre de sus servicios atraviesa la oscuridad del tiempo y todos recuerdan lo que fue el orador, el publicista, el hombre de estado y especialmente el diestro diplomático que manejó nuestros negocios extranjeros en los momentos más difíciles de la historia nacional”, publicará la revista ZigZag en su edición n°164, del 5 de abril de 1908.
El Palacio
Los sitios que había comprado el señor Aldunate estaban ubicados en una de las esquinas más importantes de Santiago. La Alameda de las delicias era un elegante centro social, y la Avenida del Ejército Libertador se había convertido en un hermoso paseo por donde diariamente circulaban los coches que regresaban del parque Cousiño. Su colorido se veía intensificado en el mes de septiembre, cuando las fachadas eran pintadas y las banderas tricolores recibían a las tropas que iban en dirección a la Parada Militar en el Campo de Marte, entre la ovación de la multitud y cientos de guirnaldas de flores que eran arrojadas desde los balcones.
En ese ambiente de bienestar, comenzó la demolición de la vieja vivienda colonial de la sucesión Valledor, siendo reemplazada desde sus cimientos por la moderna estructura de albañilería de ladrillo de la casa Aldunate. El arquitecto-presumiblemente Teodore Burchard- ideó los planos de un edificio de dos niveles, más una techumbre y cúpula; que sería utilizada en los bajos por tres casas de renta y los altos por una vivienda principal.
La fachada de estilo ecléctico con reminiscencias neoclásicas francesas, presentaba dos niveles y un remate semicircular en la esquina, coronado por una cúpula de madera con cubierta metálica. La sobriedad del tratamiento del muro era animado por ventanas coronadas por frontones triangulares, pilastras corintias, jarrones, rejas de fierro y una serie de balcones abalaustrados; motivos ornamentales que se repetían en el primer nivel, hoy inexistente.
A la mansión se ingresaba por la calle Ejército nº3, a través de una amplia escalinata de madera que desembocaba en un impresionante Hall, decorado lujosamente con fino parquet, frontones de corte romántico, ventanas con vitrales, puertas talladas de madera y ocho columnas corintias que formaban un espacio circular. Para iluminar el espacio se recurrió a una ingeniosa solución decorativa que consistía en una espectacular bóveda donde cuatro cariátides y cuatro atlantes, sostenían el cielo artesonado que en el centro dejaba lugar para una pequeña linterna.
Circundando esta área se ubicaron los salones más importantes: El gran salón de estilo Luis XV, ornamentado con finos estucos en los muros, el cielo y parquet. La sala estaba unida a otra de pequeñas dimensiones, a la que se accedía a través de un vano custodiado por columnas y coronado por un frontón con dos figuras románticas. Esta salita estaba decorada con yesería que representaba instrumentos musicales, lo que deduce su uso original.
También el Comedor ornamentado con paneles a media altura, una chimenea y un espectacular cielo con artesonado, en cuyo centro hay una pequeña lucarna circular con vidrios de colores. Sorprende el parecido de esta decoración con el mismo espacio en otro inmueble de la época, el palacio Elguín.
Aparecen además dos grandes recintos contiguos al hall, de generosas dimensiones y que cuentan con paneles a media altura, artesonado y ventanas con vitrales.
Conjuntamente hacia el norte, se puede ingresar a una sala de menor tamaño con paneles tallados, una chimenea y cielo con un llamativo artesonado que forma pequeñas bóvedas; fue este espacio presumiblemente utilizado como escritorio.
Hacia el norte un corredor iluminado por ventanas en la parte superior, distribuye amplios dormitorios que miran a la Alameda, siendo uno de los más grandes el del remate de la esquina, que cuenta con un bow-window y acceso a un baño con piso de mosaicos.
Hacia el sur del palacio existen dos dormitorios más, un pasillo de distribución, salitas y los vestigios de una galería que al parecer recorría toda el área posterior del inmueble. Las transformaciones no permiten precisar si en éste lugar se ubicaba una escalera secundaria, que permitiera subir a las habitaciones de servicio en la mansarda, o si la mansión se extendía hacia el sur.
La planta que reconstruimos revela que la casa era más pequeña que otras de la misma época, pero sigue el mismo patrón de vivienda unifamiliar donde los espacios públicos y privados están perfectamente diferenciados. Para Luis Aldunate y su mujer seguramente era importante seguir manteniendo una vida social intensa, pero al vivir en esa época tan sólo con dos de sus hijas –Adriana y Rosa-, no fue necesario ocupar el limitado espacio en la disposición de dormitorios. En su reemplazo el arquitecto puso especial atención en disponer una amplia zona de recepción, donde ubicó estratégicamente los grandes salones, que destacan por su amplitud y luminosidad, cualidad que se logró manejando astutamente el ingreso de luz por medio de claraboyas y galerías de cristal.
¿Quién más podría manejar de esta forma un pequeño terreno irregular?, la estructura de albañilería de ladrillo, la disposición de los espacios y la similitud que existe en la peculiar decoración del inmueble, nos hace especular – y casi asegurar- que el autor de esta residencia es nada menos que el arquitecto alemán Teodore Burchard, quien en el mismo periodo había culminado las obras en el vecino palacio Elguín, vivienda que guarda enormes similitudes espaciales, de estructura y ornamentación con la casa Aldunate.
No es menor tampoco la presencia de una techumbre de estructura de madera cubierta con planchas metálicas, Burchard parece ser uno de los pocos arquitectos que se atrevió a usar cúpulas con gran éxito, recordemos nada más el palacio Concha Cazotte o la aun existente cúpula del palacio Elguín, cuya estructura interior es casi idéntica a la de Aldunate, de factura tan perfecta que parece recién salida de un astillero.
En cuanto a la decoración, los patrones utilizados en la yesería, el uso de figuras antropomorfas y el artesonado en las habitaciones con claraboyas circulares, responden al estilo del decorador francés Alejandro Boulet (socio de Burchard desde 1867) un escenógrafo por naturaleza, cuya mayor cualidad fue disponer en los espacios desnudos, todo un arsenal de motivos artísticos donde prima el simbolismo y el asombro. Es precisamente esta última palabra la que resume lo que era el palacio Aldunate, una de las últimas residencias con tintes palaciegos que quedaba en la Alameda.
En 1908 la mansión pasa a manos de Felicitas Echeverría viuda de Aldunate hasta su muerte en 1919. Ese año su hijo Luis compra a la sucesión el palacio y las otras tres casas de renta ubicadas en el primer piso. Más tarde la mansión pasará manos de diversos propietarios, quienes conservan la estructura superior, pero desmantelan el primer nivel para dar cabida a locales comerciales en la década del 60. Posteriormente el inmueble cayó en abandono y desuso, siendo utilizado de bodega, situación que paradójicamente resguardó su interior en buenas condiciones, a pesar de la basura y la destrucción malintencionada.
El día domingo 10 de noviembre a las 4:00 AM se decretó la alarma en el centro de Santiago, cuando las llamas comenzaron a consumir el palacio Aldunate, a causa de una falla en el sistema eléctrico, al menos eso dice el informe oficial.
La vieja estructura que había soportado terremotos, el abandono y la destrucción, sucumbió en unas horas, salvándose tan sólo la fachada. Perdía así la ciudad de Santiago uno de los pocos exponentes de la buena arquitectura del siglo XIX que aun quedaba en pie.
No queremos ahondar en detalles de la tragedia, nosotros que tuvimos el placer de conocer su interior, vivimos con gran tristeza cada instante del incendio y sentimos la pérdida como propia, pues como conservadores vinculados estrechamente al arte y la arquitectura, nos parecen estos inmuebles un documento histórico invaluable, con proyección en el tiempo, con posibilidades para afrontar nuevos usos y que por sobretodo, deben ser restaurados como parte de la memoria de todos los chilenos.
La cultura malentendida en este país por sus autoridades parece un chiste político, sorprende que ningún candidato haya demostrado interés en la conservación real de nuestro patrimonio, tirando panfletos arbitrarios que son más de lo mismo. Esta situación evidencia un Chile sin historia y sin educación, que es la base de cualquier nación próspera. Antes de celebrar los éxitos económicos en la región, antes de autodenominarse siúticamente los jaguares de Sudamérica y antes de buscar sistemas educativos en Finlandia o Noruega, mirémonos todos a los ojos, bajemos de las nubes, y percatémonos que aun nos queda mucho por aprender, valorar y solucionar.
La pérdida de nuestro patrimonio es la más clara evidencia que aun sólo somos unos caballeros con pies de barro…
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