La desconocida subestación eléctrica del San Cristóbal
Escondida en el lado poniente del cerro, desde ahí se distribuye la energía que ilumina el centro de Santiago. Un proyecto cultural busca sacarla del anonimato.
LOS vecinos del barrio Bellavista lo han visto toda la vida. Los santiaguinos que transitan desde el oriente hacia Av. Perú también han reparado en la antigua construcción enclavada en las faldas del cerro San Cristóbal, justo en la intersección de las calles Dominica y Loreto.
Su estilo neoclásico, su fachada ornamentada con columnas y los generosos jardines que luce, podrían hacer creer que ese edificio alberga a alguna solemne institución. Pero esa percepción está alejada de la realidad. Su interior, en vez de estar decorado con muebles antiguos o cuadros de pintores clásicos, está repleto de cables y maquinaria.
Pese a que este año cumplió nueve décadas, pocos saben que desde ese recinto se distribuye la energía que permite que funcionen los computadores del Barrio Cívico, los televisores de los residentes del centro y las lavadoras de gran parte de los ñuñoínos.
Ahí opera desde 1923 la subestación eléctrica San Cristóbal, recinto de Chilectra que abastece de energía a más de 350 mil personas que viven o trabajan en el centro de Santiago, y en zonas de las comunas de Ñuñoa, Providencia, Recoleta e Independencia.
Ahora, un proyecto busca darle mayor visibilidad a este recinto de apariencia docta, pero de función industrial: la empresa tiene proyectado instalar en sus jardines un café literario abierto al público.
La idea es sacar provecho a la historia y arquitectura del lugar e instalarlo en el circuito turístico y cultural del barrio Bellavista. Pese a que esa iniciativa ya se evalúa, aún no tiene fecha de implementación.
Antes de que Santiago fuese iluminada con electricidad, lo hacía con gas. María Paz Correa, historiadora de la U. Andrés Bello, que este año lanzó una web que rescata el patrimonio industrial de la capital, explica que alrededor de 1920 la luz eléctrica llegó a las calles de la ciudad y a las casas de las familias más acomodadas. De hecho, Chilectra se fundó en 1921 y dos años después se creó la subestación en el cerro. Su apertura, cuenta Correa, “fue relevante para la ciudad, porque por primera vez permitió llegar con luz eléctrica al casco histórico”.
Oscar Iturra, subgerente técnico de Alta Tensión de Chilectra, afirma que se decidió instalarla justo en ese lugar, a los pies del entonces deforestado cerro (donde en esos años se construía el zoológico y el funicular). “Era el más adecuado para recibir la energía que llegaba desde el sector precordillerano y luego distribuirla al centro”, explica.
Aunque esa subestación cumple la misma función que tenía en la década del 20, hoy opera con tecnología de punta y su capacidad instalada ha aumentado 30 veces en los 90 años que tiene.
La energía que mueve a Santiago viene desde las centrales termoeléctricas de la zona central y desde las hidroeléctricas del sur. Llega, a través de líneas de transmisión, a cinco zonas de enlace que Chilectra tiene en la Región Metropolitana: El Salto, Los Almendros, Cerro Navia, Chena y Buin.
Desde ahí se distribuye entre las 48 subestaciones que la compañía posee en la región. Esos lugares son llamados “de bajada”, porque ahí la energía se rebaja de los 110 mil voltios de voltaje con que viaja a través de las líneas de transmisión a 12 mil voltios. Luego, en los postes de luz disminuye hasta los 120 voltios, que es el nivel que sirve para los domicilios.
De esas subestaciones, la del San Cristóbal es la de mayor potencia instalada. Ahí, la energía llega desde las zonas de enlace de El Salto y Cerro Navia, por medio de torres de alta tensión, de hasta 30 metros de alto, que atraviesan el Parque Metropolitano.
Este recinto es completamente automatizado y es operado desde el edificio corporativo de Chilectra, ubicado en Av. Santa Rosa, a pasos de la Alameda. “Su funcionamiento no requiere ningún trabajador in situ”, afirma Iturra.
Las únicas personas que trabajan ahí lo hacen para una función diferente -el desarrollo de obras de ingeniería de la compañía-, que nada tiene que ver con este centenario recinto.