El arte en la calle
Por Miguel Laborde, El Mercurio. (11/01/14)
El año 1963 se publicó en Estados Unidos la ley que estableció la inclusión de obras de arte en los espacios y edificios públicos. Era el tiempo de los Kennedy, cuando la Europa culta revivió como el referente que había que considerar para tener una ciudad “completa”.
Nuestros pintores y escultores llevaban tiempo demandando algo así, encabezados por Camilo Mori; pero ante tal ejemplo -Chile estaba enamorado de los Kennedy- el tema encontró inmediata acogida y comenzó el debate en el Congreso Nacional, en 1964, potenciado por el asesinato de ese Primer Mandatario en Dallas. Fue como su legado, su última voluntad, antes de caer abatido; que hubiera arte en las calles, espacio para las ideas y los sentimientos, el pensamiento y la belleza.
Pero el arte no era algo urgente en Chile, y solo al final del gobierno de Frei Montalva se contrató a Nemesio Antúnez para que, volviendo de Nueva York, liderara el proceso a la cabeza del Museo Nacional de Bellas Artes. Era muy tarde, no alcanzó a generarse una cultura de arte urbano.
Como los artistas fueron actores fundamentales en crear el clima que llevó al triunfo del “No” a fines de los 80, el tema comenzó de nuevo a dar vueltas, lentamente. Pero las urgencias, como siempre, fueron otras. Recién en 1994 se consolida la Comisión Nemesio Antúnez y empezaron a aparecer obras en calles, plazas y parques.
En ningún país ha sido fácil el diálogo de las autoridades con los artistas. Al poder le interesa exaltar el pasado -con monumentos, ojalá, relacionados a su propia trayectoria y valores-, y embellecer el presente. Son dos propósitos muy legítimos, pero muchos artistas, a partir de los años 60 (cuando el espacio público se transforma en el más dinámico y deseado, superando a los museos), quieren algo más que un rol ornamental o conmemorativo. Aspiran a dar a conocer sus reflexiones, sensaciones, críticas e incluso denuncias, sobre alguna que está sucediendo en el país o la ciudad.
La propia autoridad que los financia muchas veces no entiende o valora el arte contemporáneo, como sucedió con la obra de Federico Assler en el Parque de las Esculturas de Concepción. Mientras más vanguardistas, más censuras, como sucedió con Andy Warhol y Richard Serra en Estados Unidos.
Es aún peor la desafección del público, el descuido, el olvido, como sucediera con la obra de Lorenzo Berg en la Plaza Almagro, instalada como gran homenaje a Pedro Aguirre Cerda. Lo mismo se observa en este momento en la obra Mujeres en la Memoria, dedicada a víctimas de la represión militar. Se podría pensar, en ambos casos, que son obras de comprensión general, dignas, al menos, de respeto. Esta última -de los arquitectos Emilio Marín y Nicolás Norero- refinada y sutil, suerte de muro translúcido con algunos vanos inquietantes, hay que mirarla ahora cuando se ilumina de noche. No tiene ni diez años, ahí en la Plaza Metro Los Héroes, y ya está en mal estado.
Es fácil culpar a los vándalos. Pero tras ellos hay un sistema educacional que no enseña a conocer la historia de la ciudad ni los lugares de la ciudad, y una formación que no logra seducir al alumno con los temas de la nación. Hay un diálogo, entre sociedad y arte contemporáneo, iniciado en 1964 -hace justo medio siglo-, que aún no encuentra su camino en Chile.
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Choque Urbano
La propia autoridad que los financia, muchas veces no entiende o valora el arte contemporáneo, como sucedió con la obra de Federico Assler en el Parque de las Esculturas de Concepción. Mientras más vanguardistas, más censuras.