Desde la década de 1920, las vacaciones hacen que aflore el Santiago bohemio
Por Vanessa Díaz B. Centro de Documentación, El Mercurio. (02/02/14)
Pensar que la entretención y vida de noche es algo que los santiaguinos han incorporado recientemente es errado: desde hace décadas se las ingeniaban, incluso, sin luz en las calles.
Es temporada estival y eso en la capital se nota. Las personas caminan más relajadas, la mayoría de los autos está fuera de la ciudad -por lo que se reducen los indeseables tacos- y, entre otras cosas, surge una atractiva cartelera de panoramas y espectáculos nocturnos.
Divertirse de noche en enero y febrero es una tradición largamente arraigada entre los santiaguinos: ya en la década de 1920, los capitalinos disfrutaban de la vida nocturna, claro que sin iluminación eléctrica en las calles.
Así, la revista Zig-Zag publicaba en abril de 1921 que “la vida de Santiago en las altas horas tiene realidad efectiva y hasta característica, y se puede conversar un poco de ella, aun cuando ciertamente es mucho más lo que no se ve, ni se oye, ni se entiende, que lo que aparece a primera vista sobre la superficie”. La publicación respondía así, en cierta forma, a aquellos recién llegados de París o Buenos Aires que “niegan y protestan” por la vida nocturna capitalina.
Diversión de noche que debía ser protegida y, para eso, la ciudad contaba con “el guardián nocturno”, un personaje que el artículo perfilaba como “el antiguo sereno de la Colonia, vestido de uniforme negro y casco a la inglesa, bostezando, paseándose o de pie, inmóvil, bajo el moderno letrero en cruz que dice silenciosamente su prosaico: ‘Pare, Siga, Siga, Pare’ a las cuatro direcciones del viento. Centinela callado, con los ojos y los oídos abiertos, cuántas cosas ve, escucha, observa y se guarda en secreto”.
Es en esa misma época cuando aparecen los primeros cabarets nocturnos, aunque existía una ordenanza policial que prohibía abrirlos más allá de las doce de la noche.
También existían los juegos al aire libre, como la rueda giratoria, que era “felicidad para los niños y ocasión para los enamorados”, indicaba una publicación de 1926, que también destacaba que el lugar de encuentro entre los más jóvenes era la terraza del Roof y que en la plaza Argentina se encontraba al clásico tortillero nocturno que vendía sus tortillas a los noctámbulos que trabajaban o se divertían.
Para 1936 el panorama cambia y en las calles del centro de la ciudad los avisos luminosos multicolores de las tiendas y sus vitrinas son los que irrumpen por la noche.
Gracias a esta luminosidad, en la década de 1960 los cines, restaurantes y teatros se repletaban por las noches, y aquellos que deseaban adentrarse hasta altas horas contaban con los famosos espectáculos revisteriles.