Las insólitas alertas para escapar en la aislada ruta costera entre Iquique y Antofagasta
Por Mario Rojas Martínez, El Mercurio.
Una docena de caletas se distribuyen en 400 km, en torno al epicentro del terremoto:
En estos parajes no hay carabineros ni bomberos. Menos, señal de telefonía. Aquí, un generador, una antena satelital, un mensaje de texto que logró llegar y la intuición fueron clave para evacuar a tiempo.
Dagoberto Soto (58) es alguero. Cada día, entre las seis de la mañana y las cinco de la tarde, trabaja en faenas en el mar. Vive en Caleta Paquica, casi 200 km al sur de Iquique y de la zona del epicentro del terremoto 8,2 Richter del martes pasado.
Habita una modesta casa de madera a un costado de la extensa ruta costera que conecta la capital de Tarapacá y la ciudad de AntoSagasta. Una vía de 400 kilómetros que permaneció cortada durante más de ocho horas luego del fuerte sismo y la alarma de maremoto que se extendió entre la noche del martes y hasta la madrugada de ayer.
“El terremoto lo sentí, pero me salvé porque tenía hambre y con mi hermano fuimos a comer a La Cuchara, una caleta cercana, donde nos contaron que había que evacuar. No lo creímos y volvimos a la casa. Menos mal que mi generador tenía combustible y que tengo una antena satelital, porque acá no hay señal de celular. Vimos las noticias en la tele y subimos con los perros a los cerros, donde nos quedamos hasta las dos de la mañana de anoche (ayer)”, rememora.
Nadie pasó por ahí, nadie les dio aviso. En la mayoría de la docena de caletas de pescadores habitadas por un millar de personas, que viven pegadas al mar entre Iquique y Antofagasta, una de las zonas más aisladas del país, no hay sirenas de alerta de maremoto. Tampoco de bomberos ni carabineros. La ausencia de señal telefónica es la norma.
“Sentí el sismo, pero no le di importancia, hasta que me llegó un mensaje de texto. Y aquí la señal es intermitente. Entonces subí donde está la antigua Iglesia”, añade Tomás Salcedo, empresario de artículos deportivos, hoy reconvertido en pescador de cabrillas, corvinas y lenguados en Cobija.
Esta caleta, ubicada a 275 km al sur de Iquique, llegó a tener más de 5 mil habitantes hasta que el maremoto de 1877 y posteriores plagas de fiebre amarilla diezmaron a la población. Castigada como estaba, de ser uno de los principales puertos cedió terreno a la vecina caleta Peñablanca, hoy conocida como Antofagasta. Hoy no tiene más de 80 almas, que se reparten en casas desperdigadas entre las ruinas del antiguo puerto.
“¿Por qué a ti te llegó un mensaje de texto y a mí no? Parece que tienes contactos con la Presidenta. Menos mal que me avisaron unos vecinos”, reclama a Salcedo el tesorero de los pescadores, Carlos Olivares (60). “Bueno, no sé usar el teléfono”, se contesta a si mismo, mientras cuenta -orgulloso- que su oficio es ser “coyote”: el que lleva los pescados hasta las camionetas para su posterior venta.
A 10 km de distancia, en Michilla, ahora famoso por ser el primer poblado del país en ser abastecido con agua de mar desalinizada (aportada por el municipio de Mejillones y una minera), hay una excepción: cuentan con dos sirenas de alerta de maremoto.
Ello no impidió que el pueblo de 200 familias se sintiera desatendido. “Acá no llegó nadie. Ni los carabineros ni bomberos. Tembló y en tres tiempos todos estábamos arriba del cerro. El pueblo quedó pelao y hacía frío, así que bajamos a las casas antes de la una de la mañana”, comenta Ricardo Pérez (42), quien trabaja instalando señales camineras.
La solitaria vía, ubicada entre el mar y la cordillera de la Costa, fue reabierta ayer, una vez que Vialidad despejó rodados cerca de la desembocadura del río Loa.