Columna Hacia un Santiago de calidad mundial: Los dos ejes de Santiago, el derecho y el atravesado
Por Miguel Laborde, El Mercurio. (26/04/14)
La desigualdad nació con Santiago; los que quedaron con sitios con acceso por las calles derechas, que eran las principales, sobre los de las calles “atravesadas”. Las primeras corren de oriente a poniente, las segundas de norte a sur.
En teoría, en América todos somos iguales, y por tanto todos los terrenos debían ser idénticos en tamaño al fundarse las ciudades. Lo eran, pero los de las calles derechas tenían mejor exposición solar y una relación óptima con las acequias de aseo y riego.
Esta división nos sigue penando. La Alameda, con sus extensiones Providencia y Las Condes, es el tronco de la ciudad y, por supuesto, su eje es oriente-poniente, y por él transitan los buses de turismo. Es también nuestra propia lectura y al final nos confundimos, como sucede con Valparaíso y sus sectores turísticos, que ocultan vastas áreas de pobreza; terminamos creyendo que el puerto “es” el de los cerros Alegre, Concepción y Cordillera, así como en Santiago nos hemos convencido de que la capital es lo que se ve recorriendo la Alameda, Providencia y Las Condes.
Uno puede hacer el ejercicio de detenerse en el kilómetro 0 de los dos ejes, ahí donde la Alameda es “atravesada” por las calles Bandera y San Diego, que son las antesalas, respectivamente, de la avenida Independencia y la Gran Avenida. Hacia el sur aparece de inmediato un Santiago que es otro, con el nutrido comercio chino del mall asiático, el denso barrio de las bicicletas -ahora en pleno auge-, el Teatro Caupolicán y la venta de libros usados.
Hay que caminar por Bandera -que en la Colonia se llamó “La Atravesada de la Compañía”- y llegar hasta el actual puente Padre Hurtado del Mapocho, para acceder a la avenida Independencia. Como apuntara Roberto Escobar Budge en su “Teoría del chileno”, al otro lado del río se fue enviando todo lo que no se sabía dónde más poner, desde el polvorín al cementerio, pasando por la casa de orates y la morgue. El sector se ha ido desprendiendo de esa impronta, pero conserva un ambiente provinciano, aunque esté cada vez más incrustado de torres residenciales. Es posible que por ahí, tras esas fachadas, viva “la señora Juanita”.
¿Qué parentesco tienen esos dos mundos, el de San Diego e Independencia con el que uno encuentra al caminar por la Alameda desde Bandera al poniente, orillando el Banco del Estado, que en su momento fue el mayor edificio moderno de Sudamérica, hasta ver asomar la noble y blanca palidez del Palacio de la Moneda? ¿O desde San Diego al oriente, donde aparecen otras tantas ambiciones urbanas, como el edificio buque, residencial y elegante en su origen (en la Alameda Nº 924), o el pionero de los de estacionamientos en altura, casi llegando a la Iglesia de San Francisco? A su lado, el Hotel Plaza San Francisco se beneficia como todos los que están en el eje del poder: arriendan salones cada vez que hay elecciones nacionales.
Las vías derechas y las atravesadas se cruzan en este Santiago, casi sin mirarse, en un curioso juego entre el ser y el querer ser, entre el ser y el parecer, entre sueños y realidades, fantasías y pragmatismo. De todo esto están hechas las grandes urbes, pero no cabe duda de que si el eje norte sur se transformara, con dignidad soberana, de inmediato viviríamos en otra ciudad, muy distinta: no angosta y larga, sino ancha y mejor cohesionada. Pero un megaproyecto así es imposible sin una autoridad central, supracomunal.
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ILUSIÓN
Como sucede con Valparaíso y sus sectores turísticos, que ocultan vastas áreas de pobreza, en Santiago nos hemos convencido de que la capital es lo que se ve recorriendo la Alameda, Providencia y Las Condes.