Columna “Hacia un Santiago de calidad mundial”: Las tres almas del casco histórico
Por Miguel Laborde, El Mercurio. (17/05/14)
El alma religiosa creció naturalmente en torno a la Plaza de Armas, la del poder en el Barrio Cívico construido en el eje del Palacio de la Moneda, y la social en el cerro Santa Lucía.
Cada una de espíritu independiente. En el caso de la plaza, iberoamericana, porque no es espacio vacío, sino un trozo del cielo que desciende hasta el suelo, como una ayuda memoria cristiana, de ser seres en tránsito hacia la definitiva Ciudad de Dios.
La Moneda también es un polo en torno al cual se despliega una ciudad, pero una muy acotada; la del poder público, la del Barrio Cívico que es símbolo de una América donde se separó la Iglesia del Estado.
¿Y el ciudadano, el pueblo de Santiago? Ahí está el cerro de Santa Lucía ambientado por Vicuña Mackenna como “obra esencial de democracia”, según explicó cuando le alegaron que estaba saliendo muy cara la intervención.
Ofreció al público todo cuanto tenían los palacios privados de la época: parque con senderos y terrazas, esculturas entre los árboles, biblioteca con terraza adjunta, pinacoteca con valiosas pinturas, pequeño teatro, comedores junto a otra terraza para fiestas bailables…
Pero además evoca la América Indígena, con sus ocultas cavernas que dejaban oír los cursos de agua subterránea, los menocos. En la cosmovisión local, los cerros unían lo de abajo con lo alto; en este caso, como si un trozo de la cordillera hubiera rodado hasta el valle para favorecer la comunicación de los hombres con los dioses. La exposición de Arte Indígena, permanente, punto fijo de los turistas, renueva su presencia.
Portada y escudo español, cañones, la misma escultura de Pedro de Valdivia en el lugar donde se presume fue el anuncio del acto fundacional de Santiago, evocan el ciclo hispánico.
Los homenajes estatuarios a Buenos Aires y Caracas nos traen el ciclo de hermandad regional del siglo XIX, cuando incluso se planeó una ciudad que se llamaría Unión Americana en el Valle de Aconcagua. La hermosa Fuente de Neptuno, tan urbana en su diseño y entorno, posiciona el lugar dentro de la cultura occidental.
La vegetación todo lo une, como quiso Vicuña Mackenna, para así transformar el accidente geográfico en relato histórico.
Tal vez algún día se complete como él lo soñó entonces, con un juego de aguas sonoras que refrescaría el aire del cerro-paseo en las horas diurnas, y de noche un faro iluminando los barrios que así quedarían unidos por su luz. Amigo de la vida social, pensaba que, incluso, sería un aporte para los bohemios que retornaban a tientas a sus casas, poco antes del amanecer…
Los tres polos son imprescindibles, fundamentales en el imaginario del santiaguino, la Plaza de Armas, el Palacio de la Moneda y el cerro Santa Lucía.
Este último es el más difícil de mantener y controlar. Con sus 65 mil metros cuadrados y pleno de rincones, depende del respeto ciudadano el que se cuide como el verdadero santuario social y cívico que es -como decía su gestor, recordemos-, una “obra esencial de democracia” que a todos pertenece. Que se dañe este lugar, como lamentablemente sucedió la semana pasada, es incomprensible.
Los indígenas locales, los incas, Pedro de Valdivia, todos optaron por este punto a lo largo del Mapocho; aquí, exactamente aquí, para estar junto al cerro que hace presente la cordillera en medio del valle, modelando su espacio, humanizándolo, con sus modestos 70 metros de altura.
Cerro Santa Lucía
Ambientado por Vicuña Mackenna como “obra esencial de democracia”, ofreció al público todo cuanto tenían los palacios privados de la época.