Revisando los primeros asentamientos humanos
Desde sus orígenes ha existido una íntima relación entre la forma física de la ciudad y las ideas que guiaron la organización social. En primer lugar, debemos destacar que la Revolución Neolítica tuvo como resultado el surgimiento de la ciudad, del modo de vida urbano: el paso de la vida nómade –de recolección directa de alimentos– al sedentarismo –de producción y acopio– significó para el hombre el inicio de su vida en comunidad. El desarrollo de las técnicas de cultivo terminó con el nomadismo e implicó la necesidad de concentración en un territorio para trabajar el suelo colectivamente.
Al mismo tiempo, la producción de excedentes agrícolas posibilitó el uso del tiempo en otras actividades, tales como la artesanía, el intercambio o la administración, funciones características de las primeras formas de vida urbana. La producción y el comercio comenzaron a instaurar en el período Neolítico un modelo de convivencia que impulsa a los asentamientos a crecer en extensión y en población.
En términos generales cabe señalar que las primeras civilizaciones urbanas se asentaron en siete regiones diferentes, entre 10.000 y 5.000 años atrás, y en todos los casos las ciudades se situaron en llanuras aluvionales y con buenas posibilidades para la agricultura, poniendo en evidencia desde su mismo origen la fuerte dependencia entre la ciudad y la producción económica del entorno inmediato. Estas siete regiones fueron:
- La llanura del valle del río Hoang-Ho (Huixia, Anyang, Gaocheng), actual China.
- El valle del Indo (Harapa, Mohenjo-Daro, Balatok), actualmente India.
- Los valles del Tigris y el Éufrates (Nínive, Babilonia, Ur, Uruk, Asur, Jericó), actualmente Irak.
- El valle del Nilo (Ilahun, Menfis, Giza, Tebas, Abidos), actualmente Egipto.
- Las alturas peruanas y bolivianas (Tiahuanaco, Pikimachay, Machu Picchu, Nazca), actualmente Bolivia y Perú.
La ciudad antigua
Las ciudades clásicas se organizaron bajo el concepto de Ciudad-Estado, con pleno dominio del territorio circundante, destinado a la defensa y a la producción de insumos para abastecimiento de su población, con fortificaciones perimetrales para la defensa y una plaza para el desarrollo de la vida pública y el comercio, que constituían los rasgos principales de la composición urbana. Las viviendas eran de adobe, ladrillo, madera y caña, y estaban organizadas en torno a un patio central.
Las ciudades egipcias se amurallaban y se organizaban en torno a una avenida central, que otorgaba regularidad geométrica y monumentalidad al conjunto, con calles estrechas y perpendiculares entre sí. En todas ellas las funciones ceremoniales y defensivas caracterizaban su organización. Las cortes con sus ejércitos y sacerdotes regían la vida de las sociedades.
Las ciudades mesopotámicas se estructuraban en torno a un castillo fortificado, situado en el punto más alto, con una función estrictamente militar, y con una gran avenida procesional que vinculaba el palacio con la puerta principal de la ciudad, reproduciendo así la relación establecida entre cortes, ejércitos y forma urbana.
Las ciudades-estado griegas, las polis, privilegiaban la vida pública donde edificios y espacios abiertos se adecuaban para reunir al pueblo: era el nacimiento de la democracia y de la filosofía. Los templos, el ágora, las stoas (el mercado) y los teatros fueron necesarios para la administración, para la política, para la religión y también para el ocio.
Hipodamos de Mileto fue a quien Aristóteles atribuyó legarnos una doctrina de distribución racional de la ciudad. Los griegos diseminaron en sus colonias de nueva planta un sistema ortogonal de calles y de manzanas, orientadas en dirección norte-sur, con criterios lógicos de ubicación de los edificios y con sus fachadas mirando hacia el sur, hacia el sol del Mediterráneo. No puede separarse la idea de la ciudad griega del de democracia ateniense. La Ciudad-Estado era a la vez una estructura físico-territorial y una organización socio-política.
La ciudad era no sólo el hogar de los ciudadanos sino también el conjunto de ellos mismos. Ciudad y ciudadanía tomaron ya en esa época los complejos significados que aún hoy siguen reinterpretándose en la cambiante relación entre ciudad y sociedad. La República de Platón y Política de Aristóteles muestran repetidamente esta relación. Las mismas palabras, polis (ciudad) y política, señalan esta simbiosis de conceptos entre el ámbito físico y el ámbito institucional, entre la ciudad y los ciudadanos, que hoy sería tan importante recuperar. Aristóteles sostenía: “La ciudad es buena cuando lo son los ciudadanos que participan de su gobierno”.
La ciudad romana, tomando la herencia griega, desarrolló un proceso gradual e ininterrumpido durante varios siglos. Roma, Capital del Imperio, llegó a alcanzar el millón de habitantes, y presentó anticipadamente algunos de los problemas y conflictos de las ciudades de alta densificación que caracterizan nuestra época.
Si bien las ciudades más antiguas, creadas sobre asentamientos rurales, contaron con un núcleo central irregular y orgánico, en las de nueva fundación, frecuentemente de origen militar, su planteo fue ortogonal, con dos ejes estructurantes: el cardo con dirección norte-sur, y el decumanus, con dirección este-oeste.
Alcantarillado, extensos acueductos, puentes, termas, baños, pavimentos, servicios de incendios y policía, entre otros, constituyeron las innovaciones en infraestructura y equipamiento con que dotaron a las ciudades. Palacios, templos, foros, basílicas, teatros, anfiteatros, circos y mercados, entre otros, constituyeron los edificios públicos de gobierno, de administración, de culto y de recreación de la ciudad.
De esta manera, debemos a los romanos la primera formulación de esa estrecha vinculación entre la infraestructura urbana y la calidad de vida que caracteriza a la ciudad moderna. Por primera vez en la historia, la higiene urbana, la organización de la movilidad, el tránsito y el abastecimiento aparecen entre las prioridades de la administración urbana.
Pero no es éste el único legado que nos dejó la Antigua Roma; también se formula por primera vez la normativa y la codificación urbana, poniendo límites al derecho de construir, fijando condiciones de seguridad edilicia y contra incendios, definiendo autoridades que controlaban el crecimiento. Es un nuevo concepto: las ciudades ya no son organizaciones autónomas o independientes, sino redes de la organización del imperio a lo largo y ancho de su extenso territorio, respondiendo todas a patrones comunes.
Instalan una cultura universal que se expande en las ciudades, dando lugar a patrones de trama, infraestructura y organización urbana comunes. En un principio, el poderío del Imperio no requirió amurallar a los núcleos urbanos, pero ante las invasiones germánicas del siglo III d.C., las ciudades debieron fortificarse, se saturaron de habitantes y se convirtieron en lugares insalubres y vulnerables.
En períodos de peligro no alcanzaban a proveerse de los productos básicos; de modo que los hacendados comenzaron a construir sus casas en las afueras, las “villas romanas”, donde se procuraban todo lo que necesitaban y se defendían a sí mismas. Era el comienzo de la Edad Media, en la que la sociedad se ruraliza y la economía se feudaliza. Más de un analista ha hecho hincapié en la similitud de esta situación con la actual congestión y explosión urbana, y la consecuente huida hacia el suburbio de algunos de los sectores más favorecidos buscando, otra vez, seguridad, confort y contacto con la naturaleza.