¿Qué es una ciudad compartida?
Las ciudades compartidas son aquellas en donde los habitantes cuentan con plataformas -digitales o presenciales- para organizarse y compartir espacios, servicios o bienes. De esta manera, las ciudades buscan convertirse en lugares más resilientes y sostenibles.
Si bien es posible que como concepto no lo tengamos tan presente, las formas de hacer ciudades compartidas son más cercanas de lo que creemos. Por ejemplo, cuando una organización comunitaria lanza una campaña para reunir fondos y así financiar un proyecto, como una intervención urbana, hablamos de financiación colectiva o crowdfunding, una de las prácticas que hacen posible las ciudades compartidas.
Para que más gente conozca este concepto y sus alcances, el think tank Laboratorio para la Ciudad creó cuatro categorías de lo que se puede compartir en las ciudades. En tanto, las organizaciones canadienses Ciudades para la Gente y Generación de Innovación Social (SIG), proponen cinco ideas acerca de estas prácticas y que se pueden ver implementadas por agrupaciones chilenas.
Revisa las definiciones a continuación.
De acuerdo a la definición de Laboratorio para la Ciudad, los productos y servicios que se pueden compartir en una ciudad se pueden clasificar en:
1. Conocimiento Compartido
Como las ciudades compartidas se pueden construir desde experiencias presenciales y digitales, el think tank mexicano nombra a Moodle y Wikipedia como ejemplos de herramientas de aprendizaje, ya que a través de ellas la información se arma y comparte.
2. Consumo de Bienes y Servicios
Los sistemas de préstamos de bicicletas que hay en Santiago –y los que se inaugurarán próximamente– son una práctica de ciudades compartidas. Esto porque son bienes que se usan por períodos determinados y en espacios públicos.
3. Financiamiento colectivo
En esta categoría entran aquellas donaciones que hace la gente a ciertos proyectos culturales, sociales y tecnológicos mediante plataformas colectivas, como Kickstarter y Fondeadora.
4. Producción
“Hazlo tú mismo” (o DIY -Do It Yourself) es el sobre el que trabajan ciertos grupos con el fin de fabricar sus propios productos, tal como se logra mediante la agricultura urbana.
Por su parte, Ciudades para la Gente y Generación de Innovación Social (SIG), proponen lo siguiente:
1. Prácticas de Economía Colaborativa
Probablemente, el crowdfunding es una de las prácticas más reconocidas en su tipo. Sin embargo, hay otras que ya se pueden ver en las ciudades chilenas, como el aprendizaje, el consumo y la producción colaborativa.
En este sentido, un ejemplo de aprendizaje colectivo son los talleres de agricultura urbana que organiza la ONG Plantabanda junto a los vecinos de determinados barrios para construir en ellos huertos de los cuales podrán sacar las verduras que quieran.
En cuanto al consumo colaborativo, un buen ejemplo son las ferias de bicicletas y de reciclaje, ya que evitan que los ciudadanos compren productos que durante su ciclo de producción han provocado un impacto en el medioambiente.
Finalmente, la producción colaborativa ha sido desarrollada por Santiago Maker Space, una plataforma en donde convergen personas con diversos intereses que buscan desarrollar por su cuenta nuevos productos que se pueden elaborar con prácticas que otras personas de la comunidad ya manejan.
2. Recibe el cambio
Adoptar estas prácticas conlleva a que los ciudadanos puedan ser parte de este tipo de actividades de una forma mucho más cercana, ya que en ciertos casos se realizan en su mismo entorno. Asimismo, de esta forma se reinventan las relaciones entre las comunidades.
3. Todo es cuestión de compartir
Es común mantener en las casas objetos a los que no se les da ningún uso, pero que si se comparten, no sólo benefician a quien lo recibe, sino que también se está ayudando a usar los recursos que ya tenemos de una manera más sostenible.
4. Conectar las necesidades
Las redes de contacto con los vecinos o con gente de sectores surgen por las necesidades en común. En este sentido, encontrar con quien compartir el auto o practicar algún ejercicio se puede hacer a través de conexiones comunitarias que permiten desarrollar nuevos mercados.
En Chile, una opción que ya existe para compartir el auto es Aventones, una red que pone en contacto a quienes trabajan o estudian en mismo lugar con el fin de ahorrar en bencina, estacionamientos y pasajes, y evitar que hayan más autos en las calles. En Londres, un programa que ya está funcionando es GoodGym, el que contacta a los vecinos de un sector para ejercitarse en grupo.
5. Tendencia transformadora
Un punto en común que tienen las prácticas de economía colaborativa es la tecnología, porque ésta posibilita la conexión y el seguimiento entre los organizadores y los vecinos. Asimismo, en esta prácticas se evidencian tres factores: la confianza se está centralizando en las redes ciudadanas, permiten ver diversas realidades económicas presentes en una ciudad y cambiar hábitos que transforman a las comunidades (y en menor grado a sus economías).