Columna destacada: “Mirando a Chile desde el Bar Inglés”
“Cuando el intendente afirmó que “se acabó la discusión” y que el proyecto del Mall Barón debe iniciar sus obras, y que una cosa es escuchar la opinión de la ciudadanía y otra demorar estas obras que traerán beneficios a la ciudad, sus palabras resonaron en el anfiteatro de los cientos de cerros como la alerta del desierto que avanza. El desierto en Chile hoy es una combinación letal de usura, desmesura y falta de espíritu”.
Así se refirió el académico y escritor, Cristián Warnken, en una columna publicada este jueves en El Mercurio, sobre las declaraciones del intendente de Valparaíso, Ricardo Bravo, acerca del Mall Barón.
Lee la columna a continuación.
No es lo mismo ver perder a Chile frente a Holanda desde una mesa del Bar Inglés en Valparaíso en un televisor ochentero, que en un plasma en un local de comida rápida en un mall en Santiago. No es lo mismo. No es lo mismo subirse a un ascensor de un edificio en “Sanhattan”, donde nadie te saluda, que al ascensor Reina Victoria del Cerro Alegre, donde todos te saludan y te miran a los ojos. No es lo mismo mirar desde ese mismo ascensor los cementerios integrados a la ciudad (los muertos haciéndoles compañía a los vivos), que tener que atravesar largas autopistas para ir a dejarles una flor a tus difuntos. No es lo mismo escuchar a Aníbal Correa, un músico genio y duende de otro tiempo, tocar a Bach en la oficina al lado de la tuya, y oírlo hablar del país de los hiperbóreos, que ver a tu vecino de oficina en Santiago encapsulado en su personal stereo y absorbido por su computador, en un edificio “inteligente”, donde los vidrios polarizados te devuelven tu propio reflejo sin expresión ni luz propia.
Por eso, no da lo mismo lo que haga o diga un intendente en una ciudad como Valparaíso, una de nuestras pocas ciudades que todavía tienen alma.
El paseo y conferencia de prensa dados por el nuevo intendente de Valparaíso, flanqueado por el director de la Empresa Portuaria de Valparaíso (EPV) y unos ejecutivos del cuestionado proyecto Mall Barón (en los terrenos donde se levantará una de las aberraciones urbanísticas más flagrantes de las últimas décadas), dolieron más que las jugadas arteras de Robben en el segundo tiempo, entre los contertulios del Bar Inglés, lugar de conversaciones y discusiones infinitas. Cuando el intendente afirmó que “se acabó la discusión” y que el proyecto del Mall Barón debe iniciar sus obras, y que una cosa es escuchar la opinión de la ciudadanía y otra demorar estas obras que traerán beneficios a la ciudad, sus palabras resonaron en el anfiteatro de los cientos de cerros como la alerta del desierto que avanza. El desierto en Chile hoy es una combinación letal de usura, desmesura y falta de espíritu.
¿Espíritu? ¡Qué palabra tan políticamente incorrecta en estos tiempos! Décadas atrás circulaba una revista que se llamaba “Política y espíritu”. Hoy, la política parece jugarse más en el lobby que en la discusión de ideas. El intendente, al decir que “la discusión se acabó”, parece burlarse de la Unesco, de las organizaciones ciudadanas y de la misma Presidenta, empeñada en dar señales de una nueva forma de gobernar. Porque cuando se acaba la discusión, se acaba la política, y cuando no hay política, no hay ciudad (polis).
No es buena para el intendente la fotografía en que aparece flanqueado por los ejecutivos del mall de un proyecto que genera tanta resistencia entre los expertos en patrimonio y la ciudadanía. El intendente y los ejecutivos del mall afirman que los cambios propuestos por la Unesco para resguardar el patrimonio en peligro son “menores”. ¿De dónde concluyen eso con tanta rapidez? ¿Hay acaso un estudio contundente que no conozcamos? Nuestras ciudades necesitan con urgencia, más que apariciones mediáticas, una reflexión seria y profunda sobre su historia y su destino. Si entregamos nuestra historia y nuestro paisaje al mercantilismo sin límite, la devastación será irreversible. Lo último que debe vender un país es su propia alma. Si no tenemos coraje ni talento para pararnos frente a la prepotencia usurera, perderemos todos los partidos, no tendremos defensa para detener a los atacantes como Robben, las máquinas humanas del pragmatismo calculante que tanto daño hacen a los países sin ser propio.
Y ya no quedarán en pie ni Bar Inglés ni Valparaíso ni nada, sino solo réplicas de Shanghai, o lo que es peor, de Dubái. O sea, seremos un país tonto, lleno de edificios inteligentes y malls, donde sobran los duendes como Aníbal Correa y los contertulios que en el Bar Inglés cultivan todas las tardes la sagrada religión de la amistad.