Los de las chacras
Por Lucía Adriasola, El Mercurio.
No están lejos del metro o de centros comerciales, pero conviven con animales y recorren sus terrenos a caballo. Son los santiaguinos cuyo día a día transcurre entre hortalizas, viviendo como en el campo mientras el avance imparable de la ciudad amenaza con engullirlos.
Por la mañana, Manuel Lorca despierta con el canto de los gallos. La leche recién sacada de las vacas de su vecino y los huevos que pusieron sus gallinas dan forma a su desayuno, pero no vive en el campo. Reside hace 74 años en Maipú, específicamente en el sector de La Farfana, lugar donde pensó que la ciudad jamás llegaría.
Claramente se equivocó . Cuando su familia se asentó en esta comuna era una de las tantas que se dedicaba a la agricultura en una zona de clara vocación agrícola. Siendo un niño, recuerda que se instalaron en el paradero 7 de Pajaritos, donde con sus manos ayudó a sembrar betarragas, coliflores, lechugas, tomates y apio.
También andaba a caballo . Y creció corriendo tras los patos y gansos que daban vueltas por un terreno de más de tres hectáreas. Hoy ya no queda nada de eso. Maipú luce sembrado de edificios que albergan a sus 525 mil habitantes, con corredores de micros y gente que ya no transita a pie o en animales, sino que lo hace mayoritariamente en auto.
Mientras revisa sus hortalizas, que cubren un predio de 5,5 hectáreas, reflexiona:
-Es penca lo que ha pasado… Porque yo siempre he sido de las chacras, entonces es triste que nos hayan ido correteando y hayamos tenido que ir tirando para el cerro. Ya somos pocas las familias que cultivamos la tierra.
Lo más penoso de todo , añade, es que ahora “ya no se pueden tener tantos animalitos, porque si uno los tiene, te los roban”.
Tanto ha trabajado esta tierra, que sus manos huelen a ella. Lo mismo pasa con sus vecinos, quienes lucen una piel curtida por el trabajo que a diario realizan, arando o echando fertilizantes a sus cultivos, con sol, nubes o como quiera que esté el clima.
Aunque está en pleno Santiago , a tres minutos de avenida Pajaritos y a un paso del metro, las 70 hectáreas que componen el lugar logran mantenerse ajenas a la vorágine capitalina. Sus habitantes hablan algo cantado, los vecinos se saludan amablemente y, al caminar, no son pocos los que se detienen a hacer un tierno cariño en la cabeza a los animales que deambulan por el lugar. Cabras, gallinas, caballos e incluso vacas son parte del panorama.
-En este lugar las preocupaciones son otras. Nosotros tenemos que velar por que funcionen bien los almácigos y que no nos vaya a entrar una peste a lo que estamos cosechando.
Jorge Meriño (74) es “vecino” de Lorca, para los estándares de acá, ya que tiene sus terrenos a menos de medio kilómetro de distancia.
Mientras ellos y sus trabajadores cultivan la tierra , grandes camiones de feriantes repletan el lugar ansiosos por llevarse los mejores productos. El hombre cuenta que acuden de almacenes de la comuna y de ferias libres, a veces de La Vega.
-También vienen familias que al llegar me piden si los niños pueden correr por entre las matas y yo feliz les digo que sí, porque esos chiquillos gozan corriendo con los patitos, perros y animalitos que hay aquí.
En Peralito, sector rural ubicado en Pudahuel, los pequeños, además de correr tras ovejas y patos, tratan de ganarles a los aviones. No son de papel. Son grandes pájaros de metal con ruidosas turbinas que a cada rato despegan desde el Aeropuerto Arturo Merino Benítez, muy cerca de ahí.
La pequeña comunidad no siempre estuvo ahí. Antes habitaban en Lo Echevers, en Quilicura, pero el crecimiento imparable de la ciudad los empujó, igual que a los maipucinos, hacia los cerros.
Paulo Guajardo vive hace 30 años en el lugar. Aunque se gana la vida con la venta de fardos, que le compra el Club Hípico, decidió traer animales, porque el terreno de 22 hectáreas que posee se lo permite. Es por él que quienes despegan desde el aeropuerto pueden ver ovejas y vacas paciendo, y patos y gansos revoloteando por los predios aledaños al terminal aéreo. Cuando mira hacia el horizonte, constata día a día el avance del concreto y el acero.
-Es doloroso para nosotros lo que está pasando, con el tiempo toda la ciudad se ha ido industrializando.
Varios kilómetros hacia el sur , Carmen Valderrama (47) camina en la esquina de Gabriela con La Serena, en La Pintana. Allí fue donde, junto a su marido, encontró hace una década las tierras fértiles que andaban buscando para sembrar acelgas. Antes de llegar aquí hacían lo mismo, no sin dificultades. Su condición económica les ha impedido comprar un pedazo de tierra, por lo que trabajan como cuidadores de terrenos, los que explotan para vivir en un contexto rural dentro de Santiago.
En solo media hectárea, al lado de una bomba de bencina, la pareja espera cosechar este fin de semana sus acelgas, que lucen verdes y con unos 30 centímetros de alto. Luego las venderán en la feria de la comuna.
-Además de poder mantenernos con este trabajo, a nosotros nos produce tranquilidad, porque entre vivir en una población y aquí, metiendo las manos en la tierra, prefiero vivir acá.
El pequeño terreno lo recorre montando a Canela, una yegua que también sirve de entretención para su hija de 10 años y sus amigos. Mientras lo hace, admite que tienen miedo de que los echen de aquí algún día, porque ya están acostumbrados a este modo de vida.
-Con mi marido nos dedicamos a esto hace más de 30 años, y si nos sacan, bueno… tendríamos que seguir en otro lugar.
Ese temor es el que se repite entre los que, como ella, viven entre las chacras amenazados por el avance imparable de las inmobiliarias, del aeropuerto, de las fábricas o de las autopistas. Saben que seguir arando, paseando en tractor, cosechando los frutos de su trabajo con las manos llenas de tierra es algo que, probablemente, tiene sus días contados en estas latitudes. Que tendrán que buscar otras si quieren seguir haciéndolo.
-Cuando nos expropien porque tienen que agrandar el aeropuerto, no sé adónde nos vamos a ir, pero vamos a encontrar algo, porque esto es lo que me ha dado el sustento para poder salir adelante con mi familia -sentencia Guajardo con la voz cada vez más fuerte, mientras un avión se posiciona con sus turbinas furiosas en la pista para despegar.