Columna hacia un Santiago de calidad mundial el observador urbano: “El regreso del caballo”
Por Miguel Laborde, El Mercurio.
Grandioso el monumento al caballo, en La Dehesa, del escultor Francisco Gazitúa, de una escala que corresponde a un volumen que será observado, casi siempre, desde un vehículo en movimiento.
La Dehesa fue “El valle de los caballos” para Pedro de Valdivia, por su cerco de cerros que, sumado a la corriente del Mapocho, dejaba a los valiosos animales bien protegidos. Después de todo, la palabra dehesa viene de “defensa”, por la tradición medieval de ubicarlos en lugares aislados de fieras y ladrones.
Se notan los años de oficio de Gazitúa. Creyente en el valor del espacio público como escenario ideal de una escultura, ha logrado una especialidad que se hizo visible en Toronto, donde su escultórico puente ya es un símbolo de esa ciudad.
¡Cuánto se merecía un homenaje el caballo que llega con los españoles! Gigantesco a los ojos de los indígenas, estos no se habrían paralizado en tantos rincones de América de no haber sido porque veían a los europeos monstruosamente elevados sobre sus altas grupas.
Hace pocos años apareció en el Hyde Park un hermoso monumento en bronce que rinde tributo a los “Animales en guerra”, siendo un caballo su figura principal. Tantos han muerto, cientos de miles, sin culpa ninguna; también en la Conquista de América. Del centenar que partieron de Cuzco con Pedro de Valdivia, varios fueron los que sucumbieron entre los hielos andinos y las sequedades atacameñas. Sobrevivió “Sultán”, el propio de Valdivia, al que adoraba, y que el niño Lautaro aprendería a cuidar y dominar, hecho esencial en la historia de Chile.
En los años recientes, muchas de las esculturas públicas han sido, con toda razón, sujeto de críticas negativas. Aquí se demuestra que tratándose de arte, el ahorro no tiene lugar. Es mejor no hacer nada antes que levantar una obra de mala calidad. Esta, en cambio, será un elemento icónico del valle de La Dehesa y, en general, de Lo Barnechea. Algunos vecinos se han quejado por su emplazamiento, entre avenidas y centros comerciales, casi sin posibilidad de contemplarlo en un recorrido peatonal. Es cierto, uno quisiera poder admirarlo con mejor perspectiva, y tal vez sea reubicado; pero ya es un patrimonio local.
Lo Barnechea fue siempre tierra de caballos. Por algo es que la fiesta católica de Cuasimodo, la tradicional, de feligreses montados que acompañan al sacerdote, ha perdurado ahí más que en cualquier otro sector de Santiago Oriente; cada año, junto a la parroquia en avenida Raúl Labbé, la de Santa Rosa, son cientos los jinetes que se aglomeran.
Lo mismo el rodeo, las carreras a la chilena, las trillas a yegua suelta, todas las tradiciones de origen colonial que aquí siguen vigentes y con su propia medialuna en Cerro 18, que obtuvo su nombre, precisamente, por las fiestas de septiembre. Si tienen sentido estas actividades, es porque sigue habiendo jinetes, arrieros, actividades ganaderas a pequeña escala, en las que este noble animal es un protagonista cotidiano de su forma de vida.
Queda pendiente el sueño bicentenario de Gazitúa: que arriba en la cordillera, en un paso andino, se instale uno de sus caballos de acero que, cuidadosamente perforado, silbe con el viento como si se tratara de una flauta gigante.
Nuevo ícono
Aquí se demuestra que tratándose de arte, el ahorro no tiene lugar. Es mejor no hacer nada antes que levantar una obra de mala calidad. Esta, en cambio, será un elemento icónico del valle de La Dehesa.