Ambulantes se niegan a abandonar el metro: comerciantes siguen en estaciones y trenes
Por Sebastián Sottorff y Pablo Reed, El Mercurio.
Oferta de productos se ha multiplicado, tanto como la osadía de quienes se instalan cerca de las boleterías
Pese a que está prohibido, decenas de personas venden ilegalmente sus artículos. De hecho, muchos pagan sus pasajes para poder ofrecerlos en los vagones o cantar en ellos.
Si el sol que ilumina Santiago por estos días desaparece de improviso y una lluvia arrecia sorpresivamente sobre la capital, la forma más rápida de comprar un paraguas es en el metro. Si el problema fue el olvido de un regalo, una amplia gama de relojes, joyas de fantasía y anteojos de sol está a disposición de los usuarios en su camino al trabajo o al hogar. A ello se suma una variopinta oferta de calcetines, maquillaje, comida y hasta ropa interior, que es posible adquirir dentro de varias estaciones del tren subterráneo.
Porque además de los inconvenientes técnicos y de saturación que abruman al metro, se suma la agudización de un fenómeno que ha existido siempre, pero que se ha vuelto más visible: el comercio ambulante.
Basta recorrer algunas estaciones y líneas de la red para comprobar que muchos comerciantes ya no se conforman con vender sus productos en torno a una estación. Muchos simplemente optaron por instalarse dentro de ellas, a metros de las boleterías. Sin contar con ningún tipo de autorización, sin pagar impuestos y, en muchos casos, poniendo en riesgo la seguridad de los pasajeros.
“La competencia afuera está complicada, así que muchos decidimos entrar (a la estación) no más. Los carabineros son mucho más jodidos que los guardias del metro, que son poquitos por estación”, dice Ricardo, un comerciante ambulante que por estos días cambió sus acostumbrados cuchuflíes por chocolates, que suele vender sin grandes dificultades en los carros de la Línea 1.
Su técnica es pagar el pasaje como cualquier persona y recorrer las 23 estaciones antes o después de las horas punta. En esos tramos, dice, puede “infiltrarse” de mejor manera.
En la estación Elisa Correa, de la Línea 4, una pareja de cantantes ofrece un show en un vagón en plena hora punta. “Nos ganamos cerca de 20 mil pesos diarios, y generalmente no tenemos problemas con los guardias”, confiesa uno de ellos. Los ahorros le han servido para comprar la guitarra con que actúa.
Mall improvisado
Mucho más avezados son quienes se instalan en el suelo de las estaciones y sin recato alguno pregonan sus ofertas.
Este panorama se observa en muchas estaciones de la red, pero se hace evidentemente más crítico en algunas como Vicuña Mackenna, Bellavista de La Florida, Baquedano, Los Leones, Salvador y Pedro de Valdivia.
En esta última, los pasillos de salida están prácticamente saturados por comerciantes de todo tipo de productos, que dependiendo de la época, modifican sus ofertas.
Porque si hace algunas semanas abundaban los juguetes por el Día del Niño, las bufandas para capear el frío y los paraguas para hacerles frente a los chubascos, hoy predominan los lentes de sol, los pañuelos y, últimamente, los perfumes.
“Sé que no es legal que nos instalemos aquí, pero con este trabajo creo que no le hacemos mal a nadie. Si nos dieran un lugar establecido, creo que estas cosas no pasarían, pero dudo que eso pase”, explica Dayana Manríquez, una ecuatoriana que vende chalecos y tejidos en la estación Pedro de Valdivia.
Claro que su estadía ahí es transitoria, porque como muchos otros vendedores que están en ese lugar, debe ir alternando sus puntos de venta entre algunas calles de Providencia y otras estaciones del tren capitalino.
En 2013, más de 3 mil personas fueron expulsadas al mes
“Prácticas como el comercio o espectáculos al interior de la red perturban el tránsito de los usuarios, generando condiciones de inseguridad e incomodidad para nuestros clientes, quienes a través de los diversos canales de comunicación con los que contamos nos manifiestan su preocupación por este tipo de situaciones. Es por ello que Metro, dentro de su reglamento, prohíbe ese tipo de actividades”, explican -por escrito- desde la dirección del tren urbano, aclarando que permanentemente realizan labores de monitoreo en las estaciones, en un trabajo coordinado con Carabineros.
Además de los encargados de seguridad, la empresa cuenta con un equipo civil para el control delictivo, una comisaría en la estación Baquedano y más de 1.600 cámaras de vigilancia en toda la red.
Sin embargo, en la compañía hacen un llamado a que los pasajeros denuncien también la presencia de comerciantes ilegales o artistas callejeros a través del número 1411, que también recibe mensajes de texto.
De hecho, solo durante el año pasado, Metro expulsó a cerca de tres mil personas al mes que se dedicaban al comercio ambulante, la mendicidad o los espectáculos callejeros al interior de sus estaciones.
“Nuestros clientes reconocen la seguridad como uno de los principales atributos del tren subterráneo. La tasa de delitos al interior de la red es de 0,44 por millón de pasajeros en 2013, convirtiendo a Metro en el lugar público más seguro de la ciudad”, agrega la firma.