La torre Entel, el primer ícono urbano moderno de Santiago, cumple cuarenta años
Por Sebastián Sottorff, El Mercurio.
Estructura clave en las telecomunicaciones del país tuvo una azarosa construcción:
El edificio de 127 metros de altura se mantuvo por más de dos décadas como el más alto de Chile y, pese a que ya fue superado, sigue siendo un emblema para la capital.
“La torre Eiffel chilena”. Tal era el ambicioso llamado que recibieron los arquitectos que en 1967 se atrevieron a concursar en un proyecto que marcaría en las décadas siguientes el panorama urbano de la capital.
Porque la torre Entel podrá carecer de los rasgos que hacen famosas a otras estructuras del mundo, pero su presencia y aporte como un ícono de Santiago parecen innegables.
El 30 de agosto de 1974 los cientos de trabajadores que participaron en su construcción conmemoraron los tradicionales tijerales y con ello dieron por finalizado el edificio más alto de la ciudad, hegemonía que mantendría hasta 1996, cuando la torre Telefónica apareció en el panorama urbano capitalino.
Su construcción se inició en 1970 y pese a la convulsión política, el golpe de Estado y los problemas que conllevó su levantamiento, la torre finalmente pudo comenzar a prestar servicios para las telecomunicaciones cuatro años después.
No pocos criticaron su ubicación y varias fueron las huelgas que amenazaron con afectar el proyecto original. Hubo periodos en que las paralizaciones eran casi semanales, pero al menos tuvieron un efecto inesperado para los ingenieros: permitieron que el hormigón fraguara mucho mejor.
Sus 127 metros de altura son reconocibles desde muchos lugares de Santiago y según Manuel Araya, gerente de regulación y asuntos corporativos de Entel, su utilidad se mantiene intacta pese a los años. “Actualmente operan en ella todos los equipos que cursan el tráfico internacional vía satélite, el terrestre Santiago-Mendoza, la Red Troncal Nacional sur y norte e interconecta los servicios públicos de telefonía, televisión y radiodifusión”, explica.
Un nuevo hito se cumplió en 1992, cuando se celebró la primera fiesta de Año Nuevo con fuegos artificiales lanzados desde su cúspide. La celebración es una de las más masivas del país y cada 31 de diciembre se trata de imponer un nuevo récord.
Su ubicación, en Alameda con Amunátegui, es también un punto reconocible por todos los santiaguinos, y según varios urbanistas, la estructura es definitivamente un ícono moderno para la ciudad. Jorge Atria, arquitecto y especialista en patrimonio de la Universidad Central, cree que es un sello para Santiago “pese a que ha perdido connotación por la construcción de otros edificios de mayor altura. Marcó una época, pero no creo que sea un patrimonio con una condición superior a otros edificios”.
El presidente del Colegio de Arquitectos, Sebastián Gray, destaca que la torre sigue manteniendo aquella imagen “icónica y fuera de lo común”. “De hecho, el conjunto que rodea a la torre es un buen marco, y a nivel de paisaje urbano está muy bien concebido”, afirma.