Columna El Observador Urbano: El cerro donde las rocas hablan
Por Miguel Laborde, El Mercurio.
hacia un Santiago de calidad mundial
La arquitectura del Anfiteatro Neruda, en el Parque Metropolitano, es espectacular. Para quienes sin saber de su existencia lo descubren, un poco más allá de la Piscina Antilén, la experiencia es sobrecogedora. Es la potencia de nuestra geografía, en vivo.
¿Por qué se usa tan poco? ¿Despertará en esta primavera?
El contexto y el relato son importantes para acercarse a un lugar. En este caso, y esto lo debiéramos saber todos los santiaguinos, todo comenzó con dos hermanos, Carlos y María Martner García, a cuya casa llegaban unos tíos maternos desde el norte mítico, con unos grandes morrales de cuero de los que sacaban unas rocas polvorientas que, y los niños aprendieron a mirarlas con respeto, contenían oro. De ahí en adelante ellos, pronto convertidos en arquitecto y muralista, fueron los voceros de las piedras. Quien más los escuchó fue Pablo Neruda, en cuyas casas ambos dejarán sus intervenciones, huellas pétreas, como en La Chascona.
De jóvenes los atrajo la masa dura de la cordillera andina, y fueron pioneros de excursiones por parajes que, en los años 40, no tenían más visitantes que arrieros y yerbateros. En amaneceres helados descubrieron que las piedras están vivas y a veces mueren de frío. Se abren y queda su interior desnudo, expuesto.
En los años 60 le regalaron a la ciudad un espacio de pura piedra, el balneario Tupahue, en el que Carlos incrustó una piscina entre roqueríos dejando uno justo al centro del agua: miren, piedras… María, minuciosa coleccionista de ellas de toda la vida, siguiendo el diseño del mexicano Juan O’Gorman, con piedras nativas realizó el gran mural de la amistad araucana-azteca que está junto a la piscina.
Carlos proyectó la cercana Casa de la Cultura Anahuac, nuevamente de piedras potentes, ahí en lenguaje contemporáneo. Y luego la piscina Antilén… Ahora, año 2010, poco más allá de Antilén, este anfiteatro que tiene algo del neolítico, del despertar de la humanidad, de las pirámides mayas pero de antes incluso, del primer ser humano absorto ante la solidez de la piedra.
En este Anfiteatro de Neruda, poeta sensible y cantor del material, Carlos Martner, Premio América 2007, trabajó con un socio, Humberto Eliash, arquitecto que ha sido vocero de Chile en múltiples bienales y proyectos editoriales; un admirador de la modernidad, en especial de cuando interactúa con el paisaje y materias locales, y también cuando aparece abierto a la ciudad, visitable.
Grandioso en sí mismo -en el anfiteatro caben 300 personas de pie y mil sentadas-, se complementa con dos miradores, el del Aire hacia el norte y el del Silencio al sur, en pequeñas cumbres aledañas que dejan contemplar el valle completo. Hay una red de senderos asociados, la que conecta los enclaves entre sí; de piedra en piedra.
Esta obra hoy solitaria, hito del Bicentenario, sigue esperando espectáculos que lleven santiaguinos cerro arriba. Los espacios públicos de calidad, para el arte y la cultura, son la principal obsesión de los alcaldes en este inicio de siglo. Es lo que los ciudadanos más demandan.
Para comenzar, es un sitio óptimo para la poesía. O para el teatro, o la música. Incluso de noche; está incluido en circuitos nocturno por la vista casi total de un Santiago iluminado. Como las acrópolis -las ciudadelas sagradas en la altura-, aquí hay otro aire.
Más información: www.tallerescultura.cl
Anfiteatro Neruda
Esta obra hoy solitaria, hito del Bicentenario, sigue esperando espectáculos que lleven santiaguinos cerro arriba.