Sobrevivir en el kilómetro cero
Por Mario Rojas Martínez, El Mercurio.
En Visviri, a más de cuatro mil metros de altitud, unos 250 chilenos hacen soberanía junto a la triple frontera con Perú y Bolivia. Aislados y sin servicios básicos, la población ha caído más de 70% en las últimas décadas. Quienes siguen ahí explican por qué.
“A quí empieza Chile”, dicen orgullosos los 250 habitantes de Visviri. La localidad, ubicada a más de cuatro mil metros de altitud, en pleno altiplano de la Región de Arica y Parinacota y a corta distancia de la triple frontera de Chile, Perú y Bolivia, es el verdadero “kilómetro cero” desde el cual el país se despliega hacia el sur por otros 4.200 kilómetros.
A una distancia de Santiago que equivale a viajar unas 19 veces entre la capital y Viña del Mar, este poblado es una de las zonas más aisladas de Chile, excepto cuando se celebra su principal fiesta en julio, llamada Killpa, que dura tres días y consiste en el floreo de animales, en este caso llamas y alpacas.
Los rebaños de ambas especies se mezclan en un entorno extremo salpicado con bofedales, cursos de agua, macizos cordilleranos nevados, caseríos y, sobre todo, vientos que irrumpen a veces a casi 100 kilómetros por hora y que no respetan ninguna estructura endeble.
De ahí el significado de su nombre, “zumbido del viento” en lengua aimara, etnia indígena que conforma casi toda la población del pueblo y de la comuna de General Lagos, a la que pertenece, donde abundan los apellidos Condori, Apaza o Pancara.
A tiro de piedra se encuentra el pueblo boliviano de Charaña. Son menos de cuatro kilómetros de distancia, y pese a la existencia de controles migratorios para ir o venir desde Bolivia, más que por nacionalidad, los parroquianos se diferencian más bien por familias. Todos juntos aprovechan una feria que se instala en plena frontera para intercambiar sus productos u ofrecerlos a los escasos turistas que, poniendo sus pulmones a prueba, se aventuran por la zona.
En un día soleado los locales agradecen temperaturas que bordean los 15°C, pero en las noches la norma es vivir bajo cero, con extremas de -10°C o incluso menos. Si afuera de las casas no hay mucho que hacer, adentro tampoco.
-Aquí no se puede cultivar. Nuestros alimentos son para comerlos en el momento, como la carne de llamo, porque solo tenemos luz pocas horas al día, gracias a motores a combustible, y son pocas las personas que tienen un frigider o una tele.
Quien habla es Julia Villanueva, de 60 años, residente de la calle Luis Cruz Martínez, uno de los nombres de héroes chilenos de la Guerra del Pacífico con los que fueron denominadas la mayoría de las arterias del pueblo.
Emiliana Blas (38), ganadera y dueña de casa, se pasea por la plaza junto a uno de sus cuatro hijos. No tienen mucho más en qué entretenerse. También se queja de la falta de luz eléctrica las 24 horas. En su caso, no tiene un motor a petróleo para iluminar su vivienda. “Por eso tampoco tengo tele o refrigerador”, dice antes de ir a su casa para preparar el almuerzo a sus hijos.
Mientras se trepa en una pandereta junto a una casa típica de la zona, de adobe, piedras y techo de paja brava y calaminas, para ver si pasa por la calle alguna vecina para conversar, Julia se acuerda de su familia en Arica, a unas cuatro horas de viaje.
-Me gustan las frutas. Mi familia me las trae de allá.
La búsqueda de algún conocido se le complica porque el despoblamiento se nota. Pablino Flores (62) se dedica a la crianza de llamos y algunas alpacas. Cuenta que como están lejos de todo, en Visviri “solo eres niño o eres adulto. La gente se va, sobre todo los jóvenes, por estudios y porque no hay trabajo”.
Según estadísticas de la Municipalidad de General Lagos, a la que pertenece Visviri desde 1980, cuando la comuna fue creada, su población ha caído en más de un 70%. Todo eso en casi 34 años, dice el alcalde Gregorio Mendoza, quien recuerda que en su mejor época, gracias al ferrocarril Arica-La Paz, llegaron a tener mil habitantes.
Con el tren suspendido, el pueblo comenzó a languidecer y la gente a emigrar, dice el edil.
-Acá no es posible sostener una actividad económica y eso que podríamos producir fibra de lana de alpaca, pero las maquinarias requieren luz eléctrica para funcionar y solo la tenemos hasta ocho horas al día.
“Septiembre amigo”
Acceder a Visviri no es fácil.
El viaje desde Arica se realiza en su mayor parte por la ruta internacional Ch-11. Son alrededor de 270 kilómetros, que recorre parte del Valle de Lluta para seguir por empinadas cuestas en las que se convive con el flujo de camiones que viajan con mercancías desde y hacia Bolivia.
Se pasa por pueblos como Poconchile, Socoroma, Putre y Parinacota. También por quebradas, un centenar de animitas que recuerdan lo peligroso del camino, lagunas y zonas de rodados.
En menos de 150 kilómetros los viajeros suben desde el nivel del mar hasta los 3.500 metros de altitud. La puna, el soroche, el mal de montaña o de altura -las palabras sobran para describir la difícil adaptación del cuerpo a la hipoxia o falta de oxígeno propia de los ambientes elevados- está a la vuelta de la esquina.
Por su aislamiento, Visviri fue una de las cinco localidades del país escogidas por el Ejército para implementar su acción cívica “Plan Septiembre Amigo”, junto con Ollagüe, Lonquimay, Cochrane y Villa O´Higgins.
“Zumbido del viento” recibió a 140 efectivos que arribaron en 30 vehículos para realizar prestaciones médicas como oftalmología, odontología y medicina general, además de kinesiología, nutrición y veterinarios.
El general Cristián Chateau, comandante en jefe de la VI División de Ejército, coordinó el operativo con contingente proveniente de unidades militares de Putre y Arica. Contemplando el desolado paraje que rodea el poblado, la soledad y el silencio que solo rompe el viento, se muestra identificado con los habitantes de Visviri luego de presidir una ceremonia cívico militar en la plaza.
-Esta vez nos descentralizamos en localidades extremas, donde las personas hacen soberanía en la frontera, y eso nos une.
Los visvireños también fueron instruidos en el tratamiento de la basura domiciliaria, pintura, gasfitería, mantención de baños y luminarias. Pero, lejos, uno de los servicios más demandados fue la improvisada peluquería instalada al interior de la junta de vecinos. Un lujo en la zona, reconoce la dueña de casa Albertina Flores (34).
-Es la primera vez que mi hijo Ronald (8) se corta el pelo afuera de la casa. Quedó lindo y ahora hasta parece un soldado.
Afuera del recinto, Egidio Chura (55), pastor de camélidos y escueto en las palabras, espera paciente su turno, pero para otro servicio inexistente en la zona.
-Vine a ver al oftalmólogo.
Como él, en general los visvireños son reacios a hablar con “extraños”, como se refieren a los visitantes. Tampoco aceptan con facilidad que les saquen fotos, advierte Carol Puelles, educadora de párvulos del único jardín infantil: “Tenemos 16 niños y que ni se le ocurra sacarles fotos sin el permiso de los papás”.