El plan que promete rescatar a la Basílica del Salvador
Por Juan Rodríguez M., El Mercurio.
¿La última oportunidad? Luego del derrumbe de hace dos semanas:
Construida después del incendio de la Compañía, se convirtió luego en la casa de la Virgen del Carmen, además de ser el lugar donde llegaron a presentar sus armas los soldados chilenos tras la Guerra del Pacífico. Un complejo proyecto propone instalar aisladores sísmicos bajo el templo para protegerlo de futuros terremotos y permitir una reconstrucción -arquitectónica y artística- lo menos invasiva posible.
Han pasado cuatro años del terremoto de 2010 y veintinueve del de 1985, las dos sacudidas que tienen arruinado a un edificio que se confunde con la historia religiosa y republicana de Chile. Hablamos de la Basílica del Salvador, en el barrio Brasil, que vivió otro capítulo desgraciado el domingo 14 de septiembre, cuando parte de su estructura se derrumbó y cayó sobre dos vehículos estacionados en un condominio vecino, cuyos dueños, por supuesto, reclamaron.
Sin embargo, al fin -contra el escepticismo reinante- un complejo proyecto promete resucitar a la neogótica basílica, que hoy entrega una imagen a la vez grandiosa y ruinosa, apenas uno se asoma al cruce de las calles Almirante Barroso y Huérfanos, y ve su frontis -de más de cuarenta metros de alto y treinta y siete de ancho, lleno de esculturas y relieves- en general en buen estado, pero con evidentes grietas. Imagen que se acrecienta mientras se camina por Barroso hacia Agustinas: noventa y ocho metros de albañilería, un corredor… las estacas de emergencia que sostienen el muro, la reja que impide circular por la vereda contigua, la esquina derruida. Y que estalla cuando se ingresa al templo: alturas de treinta metros en las tres naves, crucerías en el cielo, el altar de la Virgen del Carmen, arcos en albañilería, pilares como piernas de gigante… dos cerros de escombros de varios metros de altura -uno en la nave central, otro que creció con el derrumbe del domingo 14 de septiembre-, pilares, vitrales y partes del muro que ya no están, pinturas y revestimientos de yeso que escurrieron con las lluvias, un cuarto menos del cielo, una estructura piramidal -de fierro- que funciona como zona de seguridad si se presenta algún temblor; y polvo, mucho polvo.
“La basílica hoy día es un agente de deterioro urbano, y eso es terrible si piensas que es el origen del barrio”, dice Dino Bozzi, el arquitecto del plan de reconstrucción.
En 1864, al año siguiente del incendio que destruyó la iglesia de la Compañía y mató a alrededor de dos mil personas, el entonces Arzobispo de Santiago, Rafael Valentín Valdivieso, firmó una ordenanza que mandaba edificar, en honor de las víctimas, una iglesia destinada al “Salvador del mundo”. El diseño se le encargó al arquitecto alemán Teodoro Burchard. La primera piedra se puso en 1870 y las obras comenzaron en 1874.
El inicio de la Guerra del Pacífico, en 1879, retardó las obras, pero también le dio un nuevo sentido al templo: los soldados chilenos llegaron a la iglesia a rendir sus armas y agradecer el triunfo, y las puertas del altar mayor se hicieron con la fundición de cañones de la guerra. Después, en 1892, cuando se terminó la obra gruesa del edificio, llegó al lugar la imagen de la Virgen del Carmen, por lo que el templo se convirtió en santuario nacional, lugar de veneración de la imagen, y punto de inicio -hasta 1985- de la procesión de la “Madre, Reina y Patrona de Chile”.
Todo bien hasta que llegaron los terremotos. Con el de 1906, se cayeron unos arbotantes (medios arcos típicos de la arquitectura gótica) que estaban en la parte superior de la fachada poniente, pero fundamentalmente se dañaron las cubiertas, “tuvieron que reemplazarlas completamente, lo que cambió la geometría del edificio”, cuenta Bozzi, y además quedó con un daño importante en la zona frontal.
El pecado de Burchard fue construir en Chile como si estuviera en Alemania: “Es un edificio de albañilería simple, que no tiene ningún refuerzo -por supuesto no hormigón armado, que no es de la época, pero tampoco fierros-; Burchard hizo un edificio de muros súper macizos y confió en que esa masa lo iba a sostener. Lo que no quita que el diseño del edificio era notable, es el primer edificio neogótico que se hace en Chile”.
Tras el terremoto, se le encargó al arquitecto chileno Josué Smith Solar trabajar en la reconstrucción de la Basílica, especialmente en la fachada: no solo la reconstruyó, también la rediseñó. “Es un estilo gótico, pero muy distinto al original, con una serie de referencias a un gótico más bien inglés” que, explica Bozzi, se debe a su formación en Estados Unidos. Eso hizo que cambiara completamente la expresión del edificio (a simple vista se ven las diferencias, pues lo de Smith está estucado, mientras el resto tiene el ladrillo a la vista). “Fuera de ese trabajo en la fachada, aparecen los primeros refuerzos de hormigón en el interior -losas, cadenas-, lo que hace que esa zona hasta el día de hoy esté bastante sana”.
Smith Solar trabajó en el templo entre 1928 y 1945. Cuarenta años después, en 1985, la Basílica fue el símbolo de los daños del terremoto del 3 de marzo de ese año. Se desmoronó el transepto (la nave transversal que cruza a la principal), que se reconstruyó parcialmente en hormigón armado (el rojo de los ladrillos que esconde el hormigón, de un tono distinto al original, deja en evidencia la intervención). También se cayeron dos pilares, que fueron reemplazados por unos de hormigón.
Las obras de reconstrucción nunca se completaron y, dado el peligro, la iglesia dejó de ser utilizada en 2004. El terremoto de 2010 destruyó, entre otras cosas, parte de los muros oriente y poniente, dos columnas (y con ellas un vitral) y parte importante del cielo decorado y de los corredores exteriores.
La reconstrucción
¿Es estructuralmente factible recuperar la iglesia? Sí, según los ingenieros Juan Carlos de la Llera y Carl Luders, de la empresa Sirve, especializada en ingeniería sísmica. ¿Es factible desde el punto de vista arquitectónico y patrimonial? Sí, según Dino Bozzi, el constructor civil Francisco Prado y todo el equipo de Tándem, empresa multidisciplinaria de intervenciones patrimoniales.
Ambas empresas fueron contratadas en 2012 por el comité que se formó para la restauración de la Basílica (ver recuadro). El desafío era darle seguridad estructural al edificio con la mínima intervención posible de su aspecto original. O, en otras palabras, no tener que rodearla de hormigón armado, por ejemplo, o llenar su espacio interior con una telaraña de fierros para evitar que se caiga con un futuro terremoto. ¿La solución? La instalación, bajo la iglesia, de cincuenta y cuatro aisladores sísmicos, una estructura neumática, flexible, que, en caso de ocurrir un terremoto, permite disipar la energía del mismo en un 90 por ciento. Para ello será necesario separar la Basílica del suelo: se elimina este, se pone una losa y bajo ella los aisladores (que visualmente no se parecen a los amortiguadores de un auto, pero cumplen una función similar). “Los aisladores sísmicos permiten que la estructura no se mueva junto con el suelo durante un sismo. Ello facilita enormemente restaurar la basílica sin introducir demasiadas alteraciones formales en su estructura”, explica Fernando Pérez, miembro del comité de reconstrucción de la Fundación, y coordinador del área arquitectónica del proyecto.
Una de las intervenciones que se harán en la basílica propiamente tal será el reforzamiento de las bases de las columnas.
La instalación de los aisladores generará un espacio subterráneo que, detalla Pérez, “permitirá ubicar allí espacios complementarios que permitan responder mejor al destino de Santuario a la Divina Misericordia a que se piensa dedicar el templo”. En dichos espacios, además de servicios, salones y recintos administrativos, se ubicará el lugar para las “Obras de la Misericordia” (acciones caritativas para ayudar a los otros “corporal y espiritualmente”); es decir, el santuario, cuya arquitectura desarrollará José Cruz.
Además se rodeará a la Basílica con espacios públicos que permitirán reconectarla con su entorno, incluida una plaza en el lado sur.
Pero antes de iniciar esos trabajos, es necesario estabilizar estructuralmente la iglesia, para que deje de ser un peligro y se pueda trabajar en la reconstrucción. Para ello el Ministerio de Obras Públicas hizo los estudios respectivos y llamó a una licitación que ganó el equipo formado por Sirve y Tándem. Dicha intervención consiste en la instalación, en el interior del templo, de una estructura metálica, una suerte de andamios, que amarrará los pilares. “Eso logra generar una plataforma, justo encima de los capiteles, que me va a permitir a mí y al equipo acceder a los techos, porque hasta ahora -dado el nivel de inestabilidad- hicimos una enorme cantidad de análisis (levantamiento láser, uso de drones), pero sin acercarnos personalmente al techo”, explica Dino Bozzi. Gracias a la plataforma se podrán tomar muestras de pinturas, materiales, ver el estado de conservación de las maderas, etcétera. Previo a la instalación de esta estructura comenzará el retiro “razonado de los escombros”. “Se retiran viendo qué es lo que podemos reutilizar, qué nos sirve de dato para la reconstrucción y qué, lamentablemente, es escombro”, detalla Bozzi.
Recuperar el alma del barrio Brasil
“Tenemos el desafío de buscar y congregar a especialistas de primer nivel en la parte ingenieril, estructural, patrimonial, arquitectónica, artística, constructiva y de gestión, entre otras especialidades. Todo ello nos permitirá rescatar el esplendor que tiempo atrás tuvo la Basílica y proyectarla para que junto con el Santuario a la Divina Misericordia que ahí se planea habilitar sea un espacio de encuentro y oración abierto a todos los chilenos”, dice el empresario Juan Hurtado, miembro del Comité de Reconstrucción y presidente de la Fundación Basílica del Salvador. “Este es un proyecto de largo plazo. Podrá decirse que es un proyecto país en el que tenemos que involucrarnos todos”.
A pesar del estado de la Basílica, dice Fernando Pérez, “aún se percibe con claridad la calidad de su factura, lo imponente de sus dimensiones y algunos de sus tesoros artísticos como son los vitrales”. “Se trata de uno de los mejores ejemplos del neogótico en América Latina. Su espacio es imponente y la calidad de su decoración, muy alta”.
Los valores espirituales, patrimoniales e históricos de la basílica fueron reconocidos en 1977 cuando se la declaró Monumento Nacional. También los artísticos: la arquitectura, claro, pero también sus muros y óleos pintados, esculturas, decorados, objetos religiosos, mobiliario y otros elementos, responsabilidad de artistas como Aristodemo Lattanzi y Onofre Jarpa. Todo ello también será recuperado.
Punto aparte merecen los veintiséis vitrales -cinco de ellos ya perdidos- realizados por el taller Meyer, de Múnich, e instalados en los años veinte del siglo pasado, que adornan las naves, la fachada y el ábside. El proceso de restauración incluye su retiro, el desmonte de cada pieza desde la estructura de plomo, la restauración de las mismas y la reposición de las piezas faltantes utilizando las técnicas originales (el taller Meyer está asesorando el proceso).
Otra pieza valiosa de la iglesia es el órgano. El más grande de Chile, retirado justo antes del terremoto de 2010. Una obra alemana, Sauer, dañada por el terremoto de 1985, que también se recuperará.
“Justamente porque tiene un valor patrimonial, arquitectónico e histórico, y agrego, religioso, es necesario reconstruirla”, dice el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, sobre la Basílica. “El arte y la belleza, fruto del genio humano, son patrimonio que dan cuenta de la ‘estatura alta’ que ha alcanzado un país y, al mismo tiempo, inspiración y estímulo para seguir creciendo en humanidad”, agrega. “La Basílica del Salvador es sobre todo testimonio y expresión de la profunda fe de nuestros antepasados. Espero que, una vez restaurada, vuelva a ser un centro de irradiación y un lugar de encuentro con la misericordia de Dios, que estimule un estilo de vida de solidaridad y de acogida con quienes más necesitan”.
“El templo reconstruido pasará de ser un deterioro del barrio a un elemento que potencie su desarrollo. Esta es una de las razones para reimpulsar su reconstrucción”, dice Fernando Pérez. “La recuperación del Barrio Brasil pasa por recuperar su alma. Y su alma es este edificio que le dio origen”, concluye Bozzi.
“El templo pasará de ser un rasgo de deterioro del barrio a un elemento que potencia su desarrollo”.
Las instituciones, los plazos y los dineros
Tras el terremoto de 2010, el arzobispado de Santiago, propietario de la Basílica del Salvador, le encomendó a un grupo de laicos -reunidos en un comité de reconstrucción- la rehabilitación del templo. En paralelo, el Ministerio de Obras Públicas desarrolló los estudios que concluyeron en el proyecto de estabilización estructural. Dicho comité -presidido por el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati- establece las directrices del proyecto, las que son ejecutadas por la Fundación Basílica del Salvador, que preside el empresario Juan Hurtado. El objetivo de la fundación, según explica Juan Ignacio Infante, uno de sus directores, es “estructurar el trabajo de los equipos profesionales y técnicos, interactuar con todos quienes puedan aportar en el proyecto, y asegurar la ejecución del mismo”. También están relacionados con el proyecto el Consejo de Monumentos Nacionales (que aprobó técnicamente la remoción de escombros y la estabilización estructural), la Intendencia de Santiago, la Municipalidad de Santiago y los vecinos del lugar.
“Estamos en proceso de definición de los plazos y costos del proyecto, para lo cual es fundamental contar con estudios de ingeniería y arquitectura avanzados que permitan programar cronograma de trabajo y cotizar adecuadamente cada etapa. Esperamos contar con estas estimaciones dentro de los próximos ocho meses”, explica el ingeniero civil Manuel José Navarro, gerente del proyecto. “La etapa de remoción de escombros y estabilización estructural considera un plazo de doce meses. Luego se podría iniciar la aislación sísmica y reconstrucción propiamente tal con un plazo preliminar de dos años. La etapa de restauración artística inicial duraría otros dos años”.
La remoción “razonada” de escombros debería comenzar en octubre y completarse en diciembre. Luego, en febrero o marzo de 2015, se iniciaría la estabilización estructural, proceso que tiene “un costo aproximado de mil quinientos millones de pesos” , cuenta Ricardo Faúndez, director de Arquitectura del MOP. “El trabajo de restauración de un bien patrimonial, cultural, espiritual e histórico es una tarea conjunta de toda la sociedad, razón por la cual la alianza público-privada deberá estar presente. Para estos efectos, el Ministerio de Obras Públicas mantendrá su compromiso de cooperación en el rol que se requiera y sea factible de cumplir”.
Así, si todo avanza bien, alrededor de 2020 la Basílica podría estar rehabilitada. Todo dependerá, claro, de que se logren reunir los recursos: la idea de la fundación es financiar la obra con aportes públicos y privados, acogerse a la Ley de Donaciones Culturales. Se estudia la posibilidad de obtener fondos internacionales.
“En las últimas décadas, los arzobispos y la Arquidiócesis han intentado diversos caminos para echar a andar la reconstrucción”, dice el cardenal Ricardo Ezzati. “Por lo que a mí se refiere, le puedo decir que al año de iniciado el ministerio episcopal en Santiago, alenté decididamente a un grupo de laicos liderados por el padre Sebastián Vial, en un propósito que parecía utópico e inalcanzable. Hoy, con mucha admiración y gratitud, puedo decir que el ingente trabajo de estudio, de proyectos y de factibilidad sigue entusiasmando a quienes han emprendido el camino, hace tres años. Están convencidos de que la reconstrucción será un gran servicio al país. He constatado también, y con satisfacción, el interés de autoridades públicas y de instituciones privadas por el proyecto que se presenta. Espero que la ciudadanía lo valore y se sienta parte de él”.