Comercio, ciudad y cultura, o como el urbanismo especulativo degrada la ciudad y empobrece a la ciudadanía
Una de las revistas francesas más sofisticadas de las publicadas en Francia desde hace bastantes décadas se titula “Commerce”. Se trata de una revista de literatura y pensamiento. Comercio es intercambio, en otras épocas era frecuente utilizar la expresión “comercio de las ideas” como símil de intercambio intelectual. Se intercambian bienes, servicios y también ideas. El ámbito que facilita el intercambio generalizado es la ciudad. Cultura, comercio y ciudad forman un bloque interdependiente. No hay ciudad sin comercio, es la base de la cultura ciudadana. Por esta razón se puede definir la ciudad como espacio público, como mercado, como ágora. Los ciudadanos no nacen, se hacen en el ámbito del espacio público.
Pero no hay ciudad sin una población residente, estable, que garantiza la presencia permanente del comercio. La plaza es a la vez lugar de encuentro y de socialización, de intercambio diario y diverso. El comercio como uno de los fundamentos de la ciudadanía no es simplemente el aprovisionamiento de bienes de consumo cotidiano. Es también animación del espacio público, creación de momentos y lugares relacionales y securizantes y una forma significativa de marcar diferencialmente el territorio. El comercio de un perfil propio a la calle y al barrio.
El comercio ciudadano está vinculado a las calles y plazas, a los mercados abiertos y a los centros comerciales integrados en el tejido urbano, a la galerías y al uso de lugares efímeros par comercios o intercambios informales. Requiere población, proximidad y diversidad. Si los centros urbanos tienden a expulsar la población residente y consumidora debido a la presión de las oficinas públicas o privadas la ciudad pierde su savia vital, los habitantes y el comercio diario. Si estos centros devienen zonas turísticas, donde los residentes estables son sustituidos por apartahoteles, pensiones y hoteles y el comercio diario por tiendas de souvenirs, restaurantes de fast food y terrazas que monopolizan el espacio público la pervivencia de la ciudad y de sus centros más significativos corre el riesgo de acabar matando la gallina de los huevos de oro. El turismo es una actividad intermitente, estacional y sometida a las modas y a la competencia. Además tiene efectos depredadores sobre la ciudad, lo cual conlleva la degradación de la oferta. Los momentos de boom con frecuencia van seguidos de largos períodos de decadencia.
No se trata de diabolizar el turismo, es una actividad importante para las ciudades, siempre que no caigamos en el casi monocultivo. Ni de negar a los centros urbanos que hayan monumentos atractivos, edificios potentes y referenciales y espacios de uso colectivo masivo. Pero siempre que se garantice la diversidad social, la función residencial y el comercio cotidiano y también el especializado, el que hace de la calle un lugar de estar y recorrer. Córtazar definía el puente como “una persona caminando por el puente”. Lo mismo ocurre con la ciudad, sus calles y plazas. Es la gente en la calle. Para lo cual el comercio es indispensable.
Barcelona y las ciudades catalanas y españolas poseen una singular calidad ciudadana especialmente en sus áreas centrales, las que marcan los lugares generadores de sentido, los que definen el perfil identitario y cambiante, complejo e integrador de barrios y calles. Convertirlos en centros administrativos o turísticos es expropiar a los ciudadanos de su ciudad, a no ser, no ejercer y no sentirse ciudadanos. Para que esto no ocurra las administraciones públicas deben intervenir activamente en la evolución de las zonas que merecen conservarse. No hacer nada o dar más facilidades aún a la lógica ciega del mercado o hiperlucrativa de la especulación es una agresión a la ciudadanía. Para conservar hay que intervenir en los procesos de cambio, para mejorar la calidad de la ciudad hay que regular los usos múltiples de la ciudad y la diversidad de sus poblaciones. David Harvey, posiblemente el analista de la sociedad actual más citado hoy, escribió “el capitalismo puede construir ciudades, pero no puede mantenerlas”. El capitalismo especulativo dominante actualmente también las destruye.
Actualmente la progresiva liberalización de los precios del suelo, es decir la especulación, y de los usos determinados por el mercado, tiende a reducir el carácter ciudadano de las zonas centrales y turísticas. La legislación de los arrendamientos urbanos lo facilita. El resultado es que el comercio pequeño y mediano cotidiano y la masa crítica de población residente tienden a desaparecer o a disminuir fuertemente. Si sigue la tendencia acabaremos siendo todos, los habitantes, suburbiales. Los turistas, o los congresistas o los negociantes que nos visiten dedicarán quizás unas horas a hacer un tour para visitarnos en nuestras “reservas”, que a su vez serán guetos, barrios cerrados o conjuntos marginales.
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