Columna El observador urbano: Santa Lucía o Welén
Por Miguel Laborde, El Mercurio.
Hacia un Santiago de calidad mundial:
Es lamentable que se haya llegado a una opción cerrada, Welén o Santa Lucía. El concejo municipal de hace algunos años, presidido por el alcalde Pablo Zalaquett, no produjo controversia con su salomónica solución de “Santa Lucía-Welén” porque consolidó lo que sabía todo santiaguino, que el cerro tiene también un nombre indígena. ¿Por qué volver sobre el tema? La consulta ciudadana dejará heridos en el camino, “hispanistas” o “indigenistas”. No se debió llegar a este punto.
Es un cerro original. Su ubicación a cinco cuadras de la plaza mayor es un fenómeno, en una ciudad capital. Además, genera respeto por sus piedras basálticas y escorias de origen volcánico. Una señal visible de la geología en el medio de una gran ciudad es un hecho poco común, muy apropiado en un país de volcanes, aunque no tenga actividad hace millones de años. Esta inquietante dimensión era más notoria antes de su transformación en parque, cuando sus grutas exhibían sombras oscuras y visibles desde lejos.
Hosco a los ojos de los conquistadores, se cree que temieron fundar la ciudad junto a un cerro cuyo nombre indígena, en distintas versiones, podría significa dolor, mal presagio o augurio aciago. Sin embargo, a diferencia de tantos lugares de la toponimia, a lo largo de casi cinco siglos nunca se olvidó el indígena Huelén. Razón de más para haber conservado la dupla Santa Lucía-Welén. A la hora de sondear la dimensión cultural del cerro, conviene asomarse a su valoración en la cultura picunche mapuche.
Interesante es la experiencia del Presidente de la Federación Araucana, Manuel Aburto Panguilef, al venir desde Temuco en el otoño de 1948; en su diario de vida detalla los acontecimientos vividos cuando vino a hablar con el presidente Carlos Ibáñez del Campo. El cerro santiaguino no era un tema, pero fue a visitarlo el 17 de abril. El día anterior, caminando del hotel al paradero, había recibido una inspiración: al amanecer debía cumplir una “Visita de Honor al histórico cerro Huelén”.
Al llegar oró en la entrada superior del lado poniente; cuatro vueltas dio en torno invocando, en la segunda con detención a beber cuatro bocaradas de agua de la cañería del norte, donde había una piedra sobre la que caía el agua; en la primera y segunda vuelta espumó con humo a las dos figuras de león del costado noroeste; al pasar frente a la mata de maqui del lado oriente se sintió inspirado de tomar dos hojas y mascarlas. Antes de irse besó cuatro veces “la piedra angular tallada del lado Sur Este”. Tras agradecer miró su reloj, eran las 9:32. Casi dos horas duró su visita.
Volvió el sábado 24, con dos piedras rituales, tras beber agua florada con copihues, y el domingo 9 de mayo, día en que su plegaria alude a la mirada del jaguar, a la flor de oro, al poderoso relámpago del cielo, al cielo oscuro, a la flecha del sur, al toro lleno de ojos, al viento azul. Padre detrás del cielo azul. Hijo creado de lo alto… Seguramente, como en cerros similares, hubo en él una construcción sagrada, precolombina, que los españoles debieron retirar, pero, como se advierte al final de las advocaciones, lo cristiano ingresa sin esfuerzo; el líder mapuche Aburto Panguilef era lector nocturno de la Biblia, casi a diario, en una síntesis cultural armónica que, nuevamente, valida la denominación “Santa Lucía-Welén”. A la hora de negar una cultura u otra, mejor votar en blanco.
Fenómeno
Es un cerro original. Su ubicación a cinco cuadras de la plaza mayor es un fenómeno, en una ciudad capital. Además, genera respeto por sus piedras basálticas y escorias de origen volcánico. Una señal visible de la geología en el medio de una gran ciudad es un hecho poco común.