Opinión: ¿Cómo quedaría el Mall de Castro con los dos pisos menos que solicita UNESCO?
Por Francisco Torres Rojas, Arquitecto
Hace dos meses conocí Castro. Vine desde Santiago a hacer turismo, a conocer el Chiloé del que tanto se escucha en “el norte”. En ese momento no recordaba el famoso mall de Castro, venía de comprar productos chilotes en el mercado de Ancud, caminar por la pasarela de Aucar, pasear por la feria artesanal de Dalcahue y almorzar mariscos en Achao. Típico turista distraído, mirando por la ventana del bus.
En el caso de mi llegada a Castro, recuerdo que bastaron sólo las tres cuadras antes de llegar al terminal para pensar “es una ciudad como todas”: la actividad comercial y sus calles activas, llenas de gente, bastaron para distinguirla de todas las ciudades del archipiélago… pero cuando mi bus dobló para estacionar, lo ví y recordé: el famoso Mall.
¡Ahora sí que Castro es distinta a todas las ciudades de Chiloé!
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Basta una tarde para conocer el centro de Castro a pie. Sigue siendo una ciudad pequeña, pero el crecimiento económico es notorio, las personas lo sienten y a la ciudad le sienta. Se observan como nuevas construcciones proveen a la ciudad de servicios que faltaban, hay proyectos, hay competencia, y el mall viene a refrendar este hecho. Un mall siempre es cómodo, todos los chilotes esperan ansiosos su próxima inauguración y nadie quita su derecho a disfrutarlo.
Pero, ¿cómo es posible que las autoridades no adviertan esta agresión a la ciudad?
Ni siquiera hay que mencionar las externalidades negativas que provocará para ver lo obvio en las fotos. El contraste de la ciudad y el mall es absoluto, parece una mala broma hecha en photoshop, una broma hecha realidad y que en noviembre abrirá sus puertas.
Muchos dirán que tener un edificio desescalado, encerrado como caja de zapatos, sin espacio público, ni vehicular, mal gestado y dudosamente aprobado, es “pan de cada día” en nuestras ciudades y que sólo es un tema que nos preocupa a los arquitectos. A este reclamo ya se sumó UNESCO, institución internacional que dio un plazo para rebajar la altura del edificio en dos pisos (a mi juicio, insuficientes) con la amenaza de quitar el título de Patrimonio de la Humanidad (caso similar al de Valparaíso) a todas las iglesias chilotas de este adefesio. ¡Su construcción no sólo afecta a Castro sino que a todo Chiloé!
Permitirse quitar el título de Patrimonio de la Humanidad a las iglesias chilotas, es negar el valor histórico e internacional que se le reconoce a la cultura chilota, habla de los intereses que se permiten en nuestra sociedad y refleja la inconsciencia e incompetencia de las autoridades que nos dirigen.
Nadie discute la bonanza económica que puede generar un gran centro comercial en Chiloé, es necesario, pero también nadie discute la forma, el <cómo> se hace. Se podría haber aprovechado estos grandes montos de inversión para obtener beneficios urbanos y hacer de esto una oportunidad donde un nuevo edificio sea tan rentable para los inversionistas como para nuestra sociedad. Nos olvidamos siempre de lo importante, el contexto cultural y su rentabilidad social.
Cuando viajé quedé encantado por las ciudades y gente de Chiloé, y decidí quedarme en Castro. Trabajo como arquitecto y todos los días veo como esta ciudad de madera se relaciona con la naturaleza, y también, como durante las noches ya se encienden las luces del mall que mira al canal de Castro. Su apertura y la decisión que tomen las autoridades en cuanto al daño directo que se provoca al patrimonio local será tema de otra carta, pero es momento de volver a cuestionar la competencia de aquellos que lo permiten, sin pensar que cómo se podría haber resuelto de mejor forma.
Finalmente, pese a todo lo que suceda en torno al mall, lo más urgente es responder a la exigencia planteada por UNESCO e imaginar, ¿cómo quedaría el Mall de Castro con los dos pisos menos que solicita UNESCO?