Opinión: Riesgo Natural, al Servicio de la Ciudad
Por Sergio Groba, Arquitecto Área Desarrollo del Hábitat, TECHO-Chile Región de Valparaíso.
Más allá de las definiciones normadas que se pueden encontrar en distintos instrumentos del lenguaje, se podría interpretar el riesgo como el producto de varios factores; peligro, exposición y vulnerabilidad. Claramente, todo esto tendría que ver con una aplicación en cuanto a fenómenos naturales adversos; incendios, terremotos, inundaciones, deslizamientos de tierra entre otros.
Si bien entendemos que los tres factores son correlativos unos de otros, está bien detectar que estos generarán un crecimiento exponencial en los niveles de riesgo totales. Por ejemplo, una mayor vulnerabilidad de un ser humano, hasta la mayor vulnerabilidad de un barrio o ente urbano, incrementarán de manera notoria la exposición y por lo tanto el peligro de sufrir en mayor medida los efectos de un fenómenos adverso.
Partiendo de esa base de vulnerabilidad, la cual expone a los individuos al peligro, ¿Cómo se trata esta instancia en el desarrollo del hábitat que acoge al individuo y le proporciona el soporte físico para desarrollarse?
Entendemos que el desarrollo del hábitat urbano genera de por si un riesgo intrínseco. Esto es debido a que en la mayoría de los casos se impone y cambia la realidad física del territorio, sin tener en cuenta en muchos casos los factores que habría que adecuar al territorio para poder trabajar en función de reducir la exposición a adversidades. Entonces, ¿cómo mejorar las condiciones del desarrollo urbano?
La Resiliencia Urbana, o capacidad en uno de sus sentidos de respuesta al riesgo natural de nuestras ciudades según ONU Hábitat, nos marca una serie de pautas desde lo global para poder hacer de nuestras ciudades y barrios un lugar más seguro frente episodios adversos. Esto pensando en una organización para crear las soluciones a las problemáticas asociadas del riesgo y poder concebir una planificación e infraestructura para prevenirlas. Cabe mencionar que estas propuestas no solamente partirán de un asistencialismo por parte de entidades superiores, véase gobiernos, sino que dentro de la ciudadanía y la capacitada para dichos fines, sea capaz de generar denuncia y acciones para conseguir un mejor resultado en esta propuesta.
Si bien la ONU aborda estas temáticas con una visión global experta, aportando un abanico de soluciones a plantear, se haría necesario la bajada de estas soluciones a las realidades nacionales y regionales con planes específicos.
En la mayoría de los casos a lo largo de Latinoamérica, los instrumentos reguladores nacionales y regionales para solucionar las problemáticas específicas de las adversidades naturales están faltos de herramientas, estudio y poder de aplicación. Por ello, más allá del carácter general que puedan tener los hitos reguladores, se necesita poner énfasis en el insuficiente estudio del territorio para detectar puntos críticos y ser capaz de prevenir y actuar en consecuencia a ello.
Todo ello en consecuencia pasa por aumentar y especializar las políticas públicas en estas herramientas, evitando su vulneración por parte de algunos actores y haciendo un llamado a la sociedad, en pos de la clara necesidad de la puesta en práctica para una ciudadanía segura y con capacidad de respuesta.
¿Y cómo se podrían traducir estas políticas?
En la mayoría de ocasiones no se puede cambiar ciertas realidades urbanas, pero si trabajar por una mejor planificación del desarrollo de estas. Cuando se habla de traducir o poner en práctica, se debe pensar en que este riesgo del que se habla contiene un factor base importante, la vulnerabilidad. Cuando se piensa en un hábitat urbano que posea una alta vulnerabilidad en el panorama Latinoamericano, se está hablando de asentamientos irregulares. Estos son los que pueblan sobre todo el territorio urbano de las ciudades del continente, y que se han visto incrementados en pos de las migraciones zonas rurales – zonas urbanas, con el 77% de la población total viviendo en ciudades en el continente (Datos FADU UBA).
Y siendo estas áreas dentro de nuestras ciudades son las que muestran una mayor vulnerabilidad, ¿cómo se da respuesta al Riesgo al que se exponen este tipo de comunidades?
En su mayoría no se da, se entiende como transitorio o efímera su existencia, siendo que hay asentamientos que marcan la historia viva de muchas ciudades como por ejemplo Villa 31 en Buenos Aires o la Favela de Paraisópolis en São Paulo.
Entendiéndose que nos movemos muchas veces en un territorio que asume riesgos continuos por su realidad y geografía, como podrían ser los ejemplos de episodios sísmicos o volcánicos en determinadas áreas, como sociedad que avanza y desarrolla se debiera tener una clara constancia de la respuesta a dar.
Si bien, muchas veces desde la propia organización de las comunidades que habitan estas áreas aúnan esfuerzos para estar preparados frente a las adversidades, no es suficiente. Se puede tratar el ejemplo dado en los asentamientos irregulares de la zona alta de la ciudad de Valparaíso en Chile, donde la falta de una adecuada infraestructura de canalizaciones de agua y deficiente infraestructura vial propician la vulnerabilidad, exposición y peligro de no poder mitigar un incendio. Esto se vio lamentablemente mostrado en el reciente episodio de Abril de este año con el gran incendio que asoló la ciudad.
Otro ejemplo son los incendios sufridos por el asentamiento Manuel Colom Argueta en la Ciudad de Guatemala, aledaño al basural urbano más grande de la ciudad con una infraestructura de agua urbana que recién está llegando de una manera bastante precaria. También en Guatemala el asentamiento urbano de María Teresa Caballero de la Zona 7 de la capital, debido a su condición geográfica de desfiladero en bordes de quebradas o barrancos, que a raíz de temporadas de fuertes lluvias sufre deslizamientos de tierra causados , comunes en esta zona debido a la condición de relleno volcánico del valle de la ciudad guatemalteca. Estos son claros ejemplos de la irresponsabilidad que se toma en las decisiones de cómo se abordan las problemáticas generadas por las realidades urbanas más vulnerables, y que también son responsabilidad pública.
La infraestructura de soporte, como decíamos, es prácticamente inexistente, y sin ella la vulnerabilidad aumenta, la exposición aumenta y el peligro aumenta, y claramente, este segmento de la sociedad que forma parte del total de la naciones bajo la que todos debiéramos cobijarnos, queda completamente desprotegida.
No valen las soluciones parcializadas, sin conexión, ni entender que barrer de un plumazo los asentamientos solucionará el problema, hay que colaborar con estas áreas con un entendimiento de Master Plan urbano y una infraestructura urbana colaborativa generando la deseada resiliencia urbana.
¿Cuáles podrían ser estas soluciones?
La conectividad es un elemento clave, partiendo por temas de comunicación mediante una adecuada infraestructura vial de diversas índoles (véase casos de Medellín, Colombia o Curitiba, Brasil) , la conectividad a los servicios urbanos (agua, electricidad entre otros). También los análisis, el estudio específico del territorio para poder elaborar soluciones acorde a las necesidades y estudios de vulnerabilidad para detectar focos críticos. La participación ciudadana, en cuanto a una organización activa de las comunidades y evidentemente, la inversión.
Es preocupante siquiera como los gobiernos de turno, se ven incapacitados de generar un papel más activo no sólo en los episodios críticos, sino muchas veces en la capacidad de planificación y responsabilidad activa frente a esta estructura de soporte, necesaria para un desarrollo equitativo de nuestras ciudades, desarrollo que favorece a la totalidad de sus habitantes.
Pensar en una ciudad resiliente, pasa por actuar desde dos frentes, desde el carácter general y desde las zonas críticas, de manera que obtengamos un manual de problemas y soluciones como ya se hace desde diversas ONG o instituciones preocupadas por estas problemáticas, pero a falta de una respuesta clara de los entes públicos se seguirá en un desacuerdo continuo que deja a los más vulnerables sin solución frente a catástrofes.