Entrevista a Teodoro Fernández: “Uno no se jubila de arquitecto”
Por María Cecilia de Frutos D., Revista Vivienda y Decoración, El Mercurio.
Teodoro Fernández siempre ha compaginado el trabajo en su oficina y su labor como profesor en la UC. Arquitecto de bajo perfil, sencillo y preocupado por la calidad, en sus 40 años de trayectoria ha ganado concursos que le han permitido hacer desde grandes edificios a famosos parques públicos. Por eso, es también el Premio Nacional de Arquitectura 2014, honor que le llega a sus 66 años y con nuevos proyectos emblemáticos a la vista.
“El Premio Nacional de Arquitectura se da a una persona y no a una obra, aunque por cierto, es esta la que da cuenta de quién se es”. Es lo que dice Luis Eduardo Bresciani Prieto, uno de los directores nacionales del Colegio de Arquitectos y presidente del comité de búsqueda de este premio, que este año se le entregó a Teodoro Fernández Larrañaga.
Arquitecto y paisajista que ha dirigido su propia oficina por 25 años, es cierto que los parques lo han hecho famoso, pero su trayectoria de cuatro décadas se pasea por obras emblemáticas en el espacio público y privado.
-Uno pasa la mitad de su vida siendo un pajarito, el más joven en todos los concejos, y de repente sin darte cuenta pasas a ser Don Teo.
Y así también, sin darse cuenta de la repercusión de su obra o del nombre que había ganado, le llegó el Premio Nacional, al que siempre había mirado como lejano, como esas cosas que son para gente súper mayor o con mucho recorrido. “Uno nunca siente que está a esa altura. Estoy feliz y sorprendido”.
Recibió la buena noticia a sus 66 años, cuatro meses después de haberse cambiado de la antigua casa que albergó su oficina desde inicios de los ’90. Hoy, junto al equipo de arquitectos que trabaja con él -con Paulina Courard y Sebastián Hernández como sus más estrechos colaboradores- ocupan el primer piso de un edificio en Bilbao con Luis Thayer Ojeda, un lugar blanco, limpio y aún sin adornos.
¿Hasta cuándo?
-Uno no se jubila de arquitecto. Primero porque no es un trabajo desgastante ni uno está tan mal como para dejar de hacerlo. De todos modos, como no tenemos fines de semana ni vacaciones, uno trabaja de forma continua en esto; no es muy fácil separarlo de la vida diaria.
Su firma la ha puesto en obras de gran envergadura, y en muchos de los espacios públicos que la gente valora y frecuenta cada vez más: el Parque Inés de Suárez (1992) -su primer concurso público para un parque-; el Bicentenario (2007), la remodelada Quinta Normal (2010), o el recién inaugurado Parque Kaukari en Copiapó. Pero su obra va más allá de estas importantes áreas verdes. A su experiencia de 30 años de trabajo como profesor de taller en la Universidad Católica, se suman proyectos reconocidos, frutos de concursos y encargos, como la Estación Mapocho -que hizo con Montserrat Palmer, Ramón López y Rodrigo Pérez de Arce-, el Polideportivo del Estadio Español, la Scoula Italiana, varios edificios del Campus San Joaquín, entre ellos su capilla, y el edificio Moneda Bicentenario, pronto a inaugurarse.
-Desde que comenzaron los concursos, sabía que se iba a abrir un campo en torno a la discusión de la ciudad, en el cual los arquitectos tenemos que estar presentes porque es una posibilidad de trabajo, pero también porque creo que somos los que podemos decir algo con respecto al espacio público. Y he demostrado que sí, que valía la pena que los arquitectos nos preocupáramos de ese tema.
Fernández fue parte de los inicios de la especialidad de paisajismo en Arquitectura, a fines de la década de los 80 y principios de los 90. Recuerda: “El posgrado en la UC partió con un grupo de arquitectos a los que nos interesaba el paisaje; entre ellos, Marta Viveros, Mario Pérez de Arce L. -con quien trabajó en sus inicios-, Myriam Beach, Hilda Carmona, Cristina Felsenhardt, y una serie de profesionales que hablaban de este tema cuando nadie lo hacía. Ellos formaron este programa y yo fui alumno”.
¿Cómo define la idea de parque, más allá de ser un área verde?
-Un parque primero que nada es un espacio público y trata de poner en evidencia lo memorable del lugar. Debe dar la impresión de que estuvo ahí siempre y poner en evidencia algo especial. En el caso del Bicentenario, es mucho más importante mostrar dónde estamos: rodeados de cerros, con la ciudad, el río y el Manquehue al lado. En el Inés de Suárez queríamos que fuera un patio de una casa de Providencia; y en la Quinta Normal, tratamos de volver a la idea de Claudio Gay de que este fuera un jardín, y ver si hoy en día se puede tener un jardín como espacio público, uno con flores, con plantas, árboles, no tanto la idea del pasto.
¿Y resultó?
-Yo creo que sí resultó, pero este país tiene una gran falencia, y es que no tenemos jardineros. La mantención de nuestros parques es muy mala, desde las podas hasta los riegos. La suerte del Parque Araucano es que no tuvo éxito inmediato, eso dio tiempo para que sus árboles crecieran tranquilamente, sin estrés y ahora tiene una sombra exquisita. En cambio el Bicentenario, su mismo éxito puede llevarlo a su propio fracaso, porque es tal el estrés al que está sometido todo lo verde, que es muy fácil que se eche a perder.
Dos de sus proyectos más recientes continúan su línea por el paisaje y por la buena arquitectura. Uno es el Parque Kaukari, 60 hectáreas que recuperan el borde del río Copiapó que “estaba destinado a ser estacionamiento de camiones”. En plena Plaza de la Constitución se levanta el otro, un edificio de 11 pisos que completa el conjunto del Barrio Cívico y que albergará distintas oficinas ministeriales.
¿Cuál es su sueño para Santiago?
-Me gustaría hacer algo en la parte poniente del cerro San Cristóbal, ahí no hay nada o muy poco. También me gustaría avanzar en cosas, como armar un proyecto de ciudad en lugares que han quedado vacíos cuando se llevaron la industria a las afueras. Acá todo se hace sin una visión precisa de proyecto… todos quieren llenar las calles de ciclovías, y lo que necesitamos en Santiago son más veredas para poder caminar, ¡y con árboles! Las veredas aportan mucho al espacio público, más que la altura de los edificios. Los arbolitos son los que nos hacen bien.
“No somos solo los arquitectos los que hacemos la ciudad, pero sí podemos decir algo con respecto al espacio público”.
Teodoro fernández trabajó por años con mario pérez de arce, quien -dice- le transmitió la sensibilidad por el paisaje.
Texto, María Cecilia de Frutos D. Retrato, Carla Pinilla G. Fotografías, gentileza Teodoro Fernández.