Gentrificación: los peligros de la economía urbana hípster
Por Sarah Kendzior.En el siguiente artículo, publicado originalmente en Al Jazeera como “The peril of hipster economics”, la escritora e investigadora estadounidense Sarah Kendzior postula que el deterioro urbano en algunos barrios de las principales ciudades del mundo se ha convertido lamentablemente en un conjunto de piezas urbanas para ser “remodeladas o idealizadas” por la gentrificación.
Según la autora, estos barrios -cargados de una atractiva estética nostálgica y de enriquecedora “vida urbana”-, estimulan el arribo de nuevos residentes de altos ingresos quienes buscan ese estilo de vida en vecindarios históricamente asociados a poblaciones marginales -carentes de servicios públicos y oportunidades de trabajo-, quienes terminan siendo desplazados a suburbios empobrecidos.
“Quieren mudarse a una memoria que otros ya han construido. Esto es la economía hípster”, señala Sarah.
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El 16 de mayo de 2014, una artista, un servicio ferroviario y una agencia gubernamental gastaron 291.978 dólares para bloquear la pobreza del ojo público.Titulado psychylustro, el proyecto de la artista alemana Katharina Grosse es un trabajo a gran escala diseñado para distraer a los pasajeros de la compañía estadounidense Amtrak de las dilapidadas construcciones e industrias cerradas del norte de la ciudad de Philadelphia (Pennsylvania, Estados Unidos). La ciudad alcanza un 28% de índice de pobreza -la más alta entre las principales ciudades de Estados Unidos-, con gran parte de ella concentrada en el norte. En algunas escuelas básicas de North Philadelphia, casi todos los niños viven bajo la línea de la pobreza.
Grosse se asoció con el Fondo Nacional de las Artes y Amtrak para enmascarar los infortunios de North Philadelphia con una deliciosa vista. El periódico estadounidense The Wall Street Journal llama a esto “luchar con arte contra el deterioro urbano”. Liz Thomas, el curador del proyecto, lo definió como “una experiencia que invita a las personas a pensar sobre este espacio al que se enfrentan cada día”.
Obviamente este proyecto no está luchando realmente contra el deterioro, sino solamente con la capacidad de los pasajeros ferroviarios al observarlo.
“Necesito la brillantez del color para acercar a las personas, para estimular un sentido de experiencia de vida y aumentar su sensación de presencia”, señala Grosse.
Las personas, según la justificación de Grosse y Thomas, no serían aquellos que, en efecto, viven en North Philadelphia y soportan el peso de sus propias cargas. Las personas son aquellas que pueden permitirse el lujo de ver la pobreza a través del lente de la estética, a medida que pasan de largo.
Entonces, el deterioro urbano se convierte en un conjunto de piezas para ser remodeladas o idealizadas. Esto es la economía hípster.
Afluencia de hipsters
l febrero de 2014, el director Spike Lee realizó una apasionada crítica sobre la gentrificación de Nueva York, caracterizada despectivamente por los medios de comunicación estadounidenses como una “diatriba” (rant). Argumentando que una afluencia de “malditos hipsters” había hecho subir el alquiler en la mayoría de los barrios de la ciudad, y a su vez, expulsaron a las comunidades afroamericanas de lo que alguna vez llamaron hogar. En su crítica, Lee señaló cómo en la ciudad aquellos servicios -deficientes y desactivados por largo tiempo- repentinamente reaparecieron:“¿Por qué se necesita una afluencia de neoyorquinos blancos en el sur del Bronx, en Harlem, en Bed Stuy, en Crown Heights para que los servicios mejoren? La basura no se recogía todos los días cuando yo vivía en 165 Washington Park […] Entonces, ¿por qué se necesita esta gran afluencia de gente blanca para tener mejores escuelas? ¿Por qué ahora hay más protección policial en Bed Stuy y Harlem?, ¿por qué la basura está siendo recogida más regularmente? ¡(Siempre) hemos estado acá!”
Spike Lee fue juzgado por muchos críticos de la cultura hípster (hipster-bashing), incluyendo al profesor afroamericano John McWhorter, quien señaló que “hípster” es una “sigilosa manera de decir ‘honkey‘” (una ofensiva manera de llamar a la población estadounidense blanca) y comparó a Lee con el personaje televisivo George Jefferson, por su abierta hostilidad a los blancos.
Estos despidos, que se centran en la gentrificación como una cultura, ignoran que las declaraciones de Lee fueron una crítica de la localización racista de los recursos. Las comunidades afroamericanas que se quejan sobre escuelas pobres y que los servicios públicos son letra muerta, encuentran que estas quejas son fácilmente abordadas cuando personas de mayores ingresos se mudan ahí. Mientras tanto, los residentes de larga data son tratados como contagios en el paisaje.
Mientras tanto, los lugareños son tratados como contagios en el paisaje, y agitados por la policía por molestar a los recién llegados.
Los gentrificadores se enfocan en la estética, no en la gente. Porque la gente, para ellos, son la estética.Los defensores de la gentrificación dan fe de su benevolencia al señalar que “limpiaron la vecindad”. Los problemas que existieron en el barrio (pobreza, falta de oportunidades, personas que luchan por servicios públicos negados) no desaparecerán. Simplemente fueron trasladados a un nuevo lugar.
Ese nuevo lugar es generalmente un suburbio empobrecido, el cual carece del glamour para convertirse en el objeto de futuros intentos de renovación urbana. No hay una historia para atraer a los conservacionistas porque no hay nada en los suburbios pobres visto que valga la pena preservar. Esto es deterioro sin belleza, ruina sin romanticismo: casas de empeño, tiendas de venta y compra de dólares, viviendas modestas y facturas sin pagar. En los suburbios, la pobreza luce banal y se pasa por alto.
En las ciudades, los gentrificadores tienen la influencia política para relocalizar recursos y reparar la infraestructura. El barrio se “limpia” a través de la remoción de sus residentes originales. Los gentrificadores pueden disfrutar el sol en la “vida urbana”: la dilatada historia, la nostalgia selectiva, la arena cuidadosamente salpicada. Al mismo tiempo, evitan la responsabilidad sobre aquellos a los que desplazaron.
Los hipsters quieren escombros con garantía de renovación. Quieren mudarse a una memoria que otros ya han construido.
Suburbios empobrecidos
En un profundo análisis de desplazamiento en San Francisco y sus crecientes suburbios empobrecidos, el periodista Adam Hudson indica que “la gentrificación es una economía de goteo aplicada al desarrollo urbano: la idea de que en la medida que un barrio sea adecuado para la gente rica y predominantemente blanca, los beneficios chorrearán a todos los demás”. Como la economía del goteo, esta teoría no se lleva a cabo en la práctica.
Asimismo, ciudades ricas como Nueva York y San Francisco se han convertido en lo que el periodista Simon Kuper llama ciudades valladas (gated citadels): “vastas ciudades valladas donde se reproduce el uno por ciento”.
Las ciudades del corazón y el noreste de Estados Unidos carecen de la inversión de sus coterráneos costeros, pero a su vez se ha librado en ellas el rápido desplazamiento de la economía hípster. Amortiguados por su eterna poco frescura vanguardista, estas ciudades de lento cambio tienen una posibilidad de tomar mejores decisiones. Decisiones que valoren las vidas de las personas por sobre la estética del lugar.
En un post publicado en abril de 2014, Umar Lee -escritor de St. Louis (Missouri, Estados Unidos) y taxista de tiempo completo- lamentó el modelo económico de servicios a bajo costo que se ha intentado establecer en la ciudad. Notando que afectan no solo a los taxistas, sino también a los residentes pobres que no poseen ni auto ni transporte púbico y dependen de los taxis que estén dispuestos a atender a barrios peligrosos, él rechaza a aquellos que se hacen pasar por innovadores:
“He escuchado a varias jóvenes hipsters decirme que son liberales en lo social y conservadores en lo económico, una popular tendencia en la política estadounidense”, escribe. “Bien, odio romperte (esa idea), amigo, pero es la economía y el rol del Estado lo que define la política. Si eres económicamente conservador, independiente de cuán irónico y sarcástico puedas ser o cuán apretados sean tus jeans, tú, mi amigo, eres conservador…”
Umar Lee me cuenta que tiene su propio plan para intentar mitigar los efectos negativos de la gentrificación, el cual denomina “50-50-20-15“: todos los empleadores que inicien negocios en barrios gentrificados deben tener una fuerza laboral que esté compuesta al menos en un 50% provenientes de minorías étnicas, 50% de residentes del barrio, y un 20% de ex-convictos. Los empleadores deben pagar al menos 15 dólares por hora.
La gentrificación propaga el mito de la incompetencia nativa: esa gente necesita ser importada para ser importante; y que un signo del ‘éxito’ del vecindario es la remoción de sus residentes más pobres. El real éxito descansa en darle a aquellos residentes los servicios y oportunidades que por tanto tiempo se les ha negado.
Cuando los barrios experimentan cierto desarrollo comercial, la prioridad de la contratación laboral debe ir dirigida a los residentes locales que han luchado largamente por encontrar empleos cercanos que paguen un salario digno.
Déjennos aprender de los errores de Nueva York y San Francisco, y construir ciudades que reflejen más que valores superficiales.
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