El cambio de curso del Mapocho: de río sagrado a profano
Por Manuel Valencia, El Mercurio.
El principal brazo de agua de Santiago pasó de ser un sitio de vida a un resumidero urbano.
La historia primaria de Santiago no tiene un relato unívoco y claro. Al certificado oficial que sitúa su fundación en 1541, se superponen otras teorías que describen una ciudad inca donde vivían hasta 60 mil personas. Otras realzan el primer trazo picunche de la capital. Pero más allá de las tonalidades, todas apuntan a un lugar: el río Mapocho. Concebido por los primeros ocupantes como un remanso vital, la fuente de los regadíos, el secreto de los dioses para habitar un valle fértil, un asomo de la cordillera. El río era una extremidad sagrada de la naturaleza del sur del mundo.
Así, el curso transcurrió con la historia. Fue definitorio para el nacimiento de la ciudad española. Fue límite de un primer esbozo de su casco histórico. Fue desafío para las primeras expansiones. Fue intervenido, canalizado, le amputaron un brazo para dar curso a la Alameda. Y dibujó un trazo vital para originar los “nuevos santiagos”.
Conforme los años corrieron por él, atestiguó tempestades, crecidas, casas y autos arrastrados, muertes. Luego, vio mejores días.
De río sagrado, el Mapocho descendió hasta el que es hoy. Convertido en frontera comunal, es un territorio sin administrador. Es de todos, es de nadie, y en su indefinición, cruza la ciudad en islas de basura, desperdicios, rocas, muros grafiteados, autopistas que vulneraron su “cama”, protestas que lo convierten en frente de batalla. Curso, “no lugar” como diría Marc Augé, agua profanada en el desprecio urbano. Iluminada, apagada. Saqueada, contaminada, sin alma, transporte de los silencios de todos y de nadie. Solo recuerdo de un nacimiento mejor en la montaña, en la historia, en las rocas.