Publican libro que recorre todas las edades de La Reina
La comuna creada en 1964 se instaló sobre las tierras más remotas de lo que hasta entonces administraba Ñuñoa. “De Ñuñohue a La Reina” aborda su historia, patrimonio y estilo de vida.
Los apellidos son Egaña, Arrieta, Maroto y Larraín, cuatro linajes que aquí se consideran una suerte de nobleza criolla de la precordillera. Son las familias propietarias de estas tierras al oriente de la ciudad y que protagonizaron la historia de la comuna de La Reina, en este caso la prehistoria de un territorio delimitado oficialmente apenas en 1964. Y entre esos apellidos, posiblemente Larraín sea el más referencial.
Así se expone en el libro “De Ñuñohue a La Reina”, crónica larga escrita por el periodista y vecino de la comuna Carlos Álvarez Cortés, con el apoyo del licenciado en Historia Juan Pablo Ormazábal. Larraín sería el origen de la denominación de La Reina, o visto desde el ángulo contrario, La Reina habría surgido como deformación del apellido Larraín, según anota el historiador, investigador y ensayista René León Echaiz en otro libro: “Ñuñohue” (1972).
“Ñuñoa es el origen de todo lo que hoy está a los pies de la cordillera, desde el Mapocho al Maipo, incluida La Reina. Ñuñoa es la derivación de Ñuñohue -“lugar de ñuños”-, nombre que los indígenas le daban a esa tierra donde se daba la flor llamada ñuño”, dice Álvarez.
La investigación será editada durante marzo por Mandrágora, y en ella se aborda no solo la historia de La Reina desde sus tiempos como comarca prehispánica, sino también los hitos patrimoniales de los siglos XIX y XX, y los personajes más renombrados que la habitaron. Y si Larraín es el linaje de donde surgió el nombre de la comuna, entonces los Arrieta tienen mucho más que decir ahí.
“La familia fue fundamental en el desarrollo cultural de la zona, no solo con las tertulias literarias y musicales que realizaron en la casona entre 1889 y 1933, y a las que asistían músicos e intelectuales extranjeros, como Ortega y Gasset. También se ocuparon de la cultura popular con la construcción del Teatro Circo Peñalolén, dedicado a la gente que vivía allí y trabajaba las tierras. Había espectáculos de esparcimiento familiar, baile y teatro”, cuenta Santiago Marín Arrieta, bisnieto del primer propietario, don José Arrieta Perera, quien en 1870 le compró esas tierras a doña Margarita Egaña, hija de Mariano Egaña.
Vida a escala humana
El teatro es aquel que se puede observar derruido en el origen de la avenida Arrieta, en la esquina de avenida Egaña; y la casa es la pieza patrimonial que hoy es sede de la Universidad SEK, con vistosos jardines y esculturas al desembocar la misma avenida al pie del monte.
“Como comuna, La Reina nació en 1964. Su primer alcalde fue el arquitecto Eduardo Castillo Velasco, quien se dedicó a solucionar los problemas que había: los vecinos más alejados de la entonces Ñuñoa se sentían postergados, los servicios comunales y el transporte no llegaban tan lejos, y los bordes de Arrieta y Tobalaba eran basurales”, comenta Carlos Álvarez.
Cuando se creó La Reina en el gobierno de Frei Montalva, Castillo Velasco impulsó la urbanización, los suministros de agua y electricidad, los servicios de retiro de basura. “En el fondo humanizó la vida de ese extramuro, que siempre tuvo una identidad: quienes llegaron a La Reina vinieron a pensar, a crear y a vivir de una manera”, dice el autor. Los Egaña, los Larraín y los Arrieta, que tienen avenidas con sus nombres, o los Maroto, cuya casa de 1920 hoy es la sede del Club de Jazz. “Pero también los vecinos habituales, que hasta hoy defienden el estilo de vida a escala humana”, concluye.
Los vecinos ilustresSu última morada fue la carpa que instaló en La Reina -hoy, sector de La Quintrala- cedida para su proyecto de la Universidad del Folclor por el alcalde Castillo Velasco. Allí, Violeta Parra se quitó la vida en 1967.
Pero mucho antes, el clan Parra Sandoval merodeaba por la futura comuna. Hacia 1946, Violeta y Eduardo Parra vivieron en la casa -demolida tras el 27-F- de calle Paula Jaraquemada, que alquilaron Nicanor y su mujer, Ana Troncoso.
Violeta también tuvo su “casa de palo” en la calle Segovia, mientras que Nicanor se instaló en una propiedad en Julia Bernstein.
El mayor de los Parra visitaba de paso a Neruda, en sus tiempos de vecino allegado en la casa de Delia del Carril en calle Lynch, mientras que Violeta Parra residió cerca de Pablo de Rokha, quien vivía en calle Valladolid a cuadras de Segovia.